DOMINGUERO

Viajes de fin de semana con origen en Pamplona

30.1.05

05/2005-Calatorao

El sábado había alarmantes (más bien alarmistas) previsiones meteorológicas, y eso nos hizo salir con miedo y cara al sur. Nos entregamos con placer al trámite del almuerzo en Hotel Alhama, Variante N-113, km. 9, Tel. 948 812 774, Cintruénigo. Es ese sitio que menciono con frecuencia y que tiene ante la puerta un olivo vivo de 1492. Esta vez nos tentó una de sus especialidades: bocadillo de huevo frito con jamón, que acompañado de un café cuesta 3 euros. Seguimos camino y nos detuvimos en Calatorao (www.calatorao.net), que tiene un nombre sonoro y cuyo producto es muy conocido y apreciado por los escultores. Y si has caminado por Pamplona, con toda seguridad lo has pisado: los bordillos de las aceras están realizados con mármol negro de Calatorao, de unos 100 millones de años de antigüedad. En la parte más alta se encuentran la iglesia y el castillo (bastante bien conservado y actualmente en restauración, ha llegado entero hasta nuestros días). Nos dirigimos primero hacia el depósito del agua, desde donde hay una buena panorámica del pueblo y del valle, pero dedicamos poco tiempo al paisaje: el viento soplaba muy fuerte y el sol no compensaba el frío que traía aquel aire acelerado. Regresamos al coche pero seguimos caminando, esta vez en dirección a las canteras. Cuando llegamos a una (www.cantera-ania.com) estuvimos husmeando un poco, pero como había un cartel que prohibía la entrada nos marchamos antes de que nadie nos invitara a hacerlo. Nos detuvimos un momento a contemplar una trilladora de madera y hierro, marca Ajuria, como las que mencionaba la semana pasada. En total anduvimos un par de horas, luego buscamos de comer en otra parte antes de continuar la jornada.

Echamos un vistazo a los varios restaurantes que hay en la carretera de entrada a La Almunia de Doña Godina y optamos por el que tenía un par de camiones en el aparcamiento. Se trataba del "MESON DE LA RIBERA" o del "MESON DE LA RIVERA", según leas la pintura del muro o el letrero luminoso, que tienen establecida su pelea ortográfica a menos de un metro el uno del otro. El vencedor de día resulta derrotado por la noche, y por la mañana cambian de nuevo las tornas. En ese momento más importaban la ortografía y la semántica del menú, que se ofrecía por 9'60. De él escogimos macarrones y menestra (correcta, ración abundante) como primero, y de segundo lomo y merluza a la romana (dos ruedas más bien grandes, buena). De postre, tarta de manzana y leche frita. El vino era bueno, pero terminamos la Casera 0.5 en botella de cristal y dejamos la mitad del tinto. Era Viña Mila, de Bodegas Aguirre, 31370, y creo que podrían mencionar la localidad porque el producto no era para avergonzarse. Precio: 9'60 + café + IVA, total 22'90. Factura número 116622, si fuera aficionado a la numerología podría buscar en ella algún augurio favorable.

Hicimos la siguiente parada en Morata de Jalón, que tiene un importante palacio en un estado de deterioro no menos importante, peligrosamente próximo a la ruina. El otro edificio importante de la villa es su fábrica de cementos, pero no lo visitamos. A los de Morata les suelen decir que son de Morata del Conde, en alusión a algún uso pasado (seguramente más supuesto que real) del derecho de pernada, pero siendo forasteros y no buscando pendencia en el pueblo, nos abstuvimos de cualquier comentario.

Seguimos de frente. Al entrar en el siguiente pueblo, Chodes, nos vimos atravesando una plaza casi circular que enseguida me recordó a la antigua plaza de toros de Tarazona. Vale la pena que leas un poco en www.calatayud.org/enciclopedia/chodes_arquitectura.htm.

Nos detuvimos nuevamente en Arándiga. Desde la carretera se veía una torre sobre una colina rocosa, pero desde el pueblo se aprecian muchos más restos del castillo. Nos acercamos un poco, pero el viento amenazaba seriamente el equilibrio y lo dejamos para mejor ocasión.

Paramos también en Nigüella, donde no vimos señales de tráfico. Tras entrar por una calle con pavimento de cemento fuimos viendo que, detrás de cada curva, la calle era más estrecha. Sin llegar a recoger los espejos pude salir marcha atrás. Las indicaciones del copiloto, que tuvo que bajar del coche, fueron decisivas para que de Nigüella no quedara ni huella en el coche. Tras aparcar en un lugar con vía de escape segura, dimos un buen paseo por el pueblo. Resulta bastante pintoresco, con una cara donde casas de adobe se apoyan sobre un precipicio de roca no demasiado estable, recordando de alguna manera a las famosas casas colgadas de Cuenca. El mucho relieve sobre el que se asienta el pueblo complica el trazado de sus calles y la estructura de sus casas, a varias de las cuales se accede por el primer piso, tras cruzar sobre la calle por un puente hecho a tal fin.

Finalmente nos sorprendió ver el enorme castillo de Mesones de Isuela. Podríamos haber llegado hasta él en coche, pero tras el escarmiento de Nigüella aparqué en la plaza de la iglesia. La puerta estaba entreabierta y entramos. Se veía una capilla con retablo neoclásico y bóveda de media naranja, bastante luminosa, y un ábside con una bella bóveda gótica de abundantes nervios, todo ello... pintado de azul pastel. La torre de ladrillo en estilo mudéjar también es digna de mención. Por ahí está un espacio dedicado a Franco, y muy cerca la "CALLE DEL GENERAL QUEIPO DE LLANO". A las cinco y veinte llegábamos al cartel que anuncia las visitas al castillo, sábados, domingos y festivos de 10 a 14 y de 15:30 a 18:30. Una caseta de madera sirve de refugio (y bien que lo necesitaba) y de oficina al guía, que nos informó de que la visita guiada venía a durar una hora y costaba tres euros. La visita resultó exhaustiva y las explicaciones amplias. El viento de la jornada hacía que todo resultara incómodo, excepto el ocasional abrigo del interior de una torre. Abandonamos el pueblo hacia las siete menos diez, ya oscuro y, tras desandar los últimos kilómetros, regresamos por Calatorao, Épila, Lumpiaque y Rueda de Jalón. Hasta Rueda de Jalón había llegado el 7 de noviembre, parando en Urrea de Jalón, Bardallur y Figueruelas, pero el sábado fuimos sin más paradas. Llegamos a Pamplona hacia las nueve y media.

Otro día me quiero acercar a Miedes, que se encuentra en la carretera A-1504 (entre Calatayud y Cariñena), donde hay una torre fortificada del siglo XV cuya foto me da ganas de ir a verla.

El domingo ha salido distinto. No había quedado con nadie y la previsión meteorológica era alarmante. He escuchado la petición para que me quedara en casa cuidando de una garganta inflamada y de su dueña, y he visto desde la ventana el cielo azul de un día soleado.

El fin de semana se salda con unos 440 km. de coche y casi 10 km. a pie.

26.1.05

04/2005-Una de romanos

Este fin de semana empezó el viernes, con el sexto concierto de abono de la Orquesta Pablo Sarasate en Baluarte. La primera parte resultó muy poco musical: se escenificó la entrega a la orquesta de la medalla de oro de la ciudad de Pamplona, importantísimo galardón que sólo se había concedido anteriormente en siete ocasiones. Salió a escena la orquesta. A la izquierda (a su derecha) se situó un maestro de ceremonias, y se alinearon los concejales que representaban a los grupos municipales, y en la posición más próxima al atril, la alcaldesa. Al otro lado, en el bando receptor, estaban tres representantes de la orquesta. El director me resultó reconocible. La alcaldesa improvisó unas palabras, que fueron respondidas por un discurso leído por la presidenta de la Fundación Pablo Sarasate. Los fotógrafos llenaron el acto de destellos, y aquella tormenta de palabras y flashes consumió algo más de veinte minutos que, en las incómodas butacas de nuestro auditorio, no son tontería. Luego todos se retiraron, y después los músicos volvieron a ocupar sus puestos, llegó nuevamente el director e interpretaron la "Pavana para una infanta difunta", de Maurice Ravel.

Esto de la música en directo resulta un poco caro: unas veces toca soportar música contemporánea, otras veces se escuchan obras demasiado conocidas, y de normal una obra no se aprecia en toda su belleza en la primera audición. Pero se asemeja por otro lado al menú de degustación en un restaurante lujoso: en éste te presentan platos variados y muy elaborados que te aportan nuevas sensaciones, y en los conciertos se conocen nuevas obras o nuevos autores y se descubren detalles y matices en las obras conocidas. Terminado el acto protocolario (por mí, que el próximo galardón llegue por correo certificado, y, si alguien tiene interés, que acuda a la apertura solemne del paquete postal en el césped de la ciudadela.
Considero que mi tiempo no es menos valioso que el de los políticos locales y pago por la música; si quieren salir en la foto rodeados de gente, que contraten extras y los paguen de su bolsillo), disfruté del concierto.

La "Pavana para una infanta difunta", decía. Es otra obra que está presa en un disco de vinilo, confinado en el trastero, y que recordaba más bien con indiferencia. En directo la encontré muy bella. Luego vino el concierto para piano y orquesta nº 2 de Prokofiev, que no conocía. El pianista, Nelson Goerner (1969), era un tipo menudo y calvo, parecía que no tenía media bofetada. Pero, ¡qué forma de tocar!... ¡pese a su aspecto enclenque no lo cambiaría por mil guerreros!. A fuerza de aplausos le hicimos salir a saludar tres o cuatro veces, y nos lo pagó con creces interpretando un bis. No soy capaz de una crítica más precisa, sólo me atrevo a decir que tocó maravillosamente. Tras el descanso pudimos escuchar "Cuadros de una exposición", de Mussorgsky. También había pasado bastante tiempo desde mi última audición de esta obra, pero la fui reconociendo a medida que sonaba. Una grabación escuchada en casa tiene muy poco que ver con el sonido intenso, vibrante y lleno de colorido de la orquestación de Ravel y la interpretación de nuestra orquesta. Tras aplaudir un buen rato con ganas salí al frío de la noche y poco faltó para que perdiera el último autobús. Y pronto llegó la mañana del sábado.

Salimos hacia las 8:30 y almorzamos en Calahorra (cafetería "Costa Blanca" en la plaza del Raso, gran variedad de pinchos a hora temprana). Fuimos a buscar una caminata por las proximidades de Yanguas pero nos detuvimos un poco antes, a la salida de Enciso. Hay por allí una carretera de nuevo trazado, cerrada al tráfico, que discurre por encima de la actual. La carretera vieja tiene el firme en bastante mal estado, es estrecha, le falta pintura y sigue las curvas del estrecho fondo del valle por donde fluye un recién nacido Cidacos, el mismo que luego pasa por Arnedo y desemboca en el Ebro cerca de Calahorra. Como en esa zona estaba previsto el embalse de Enciso, se comenzó una carretera más arriba que, vista desde abajo, parecía una autovía. El embalse no se ha iniciado y la carretera, lista para usar, está cerrada por sólidas barricadas. Echamos a andar a las once, y poco después de las doce encontramos un desvío que empalmaba con la carretera vieja. Seguimos por el trazado original para encontrarnos con que enseguida la carretera se estrellaba contra el monte: ahí terminaba de momento la obra.

Regresamos al coche con sólo dos horas y media de caminata y quisimos probar suerte con la comida en Yanguas. De visitas anteriores sabía que hay una casa rural entre la iglesia y el castillo. Como teníamos tiempo podríamos probar allí y, si algo no iba bien, comer en cualquier otro restaurante conocido de los alrededores. Entramos y nos quedamos en "El rimero de la Quintina" (www.soriactiva.com/reservas/quintina2.htm) donde, aunque no esperaban a nadie, nos trataron bien. Es posible que vuelva allí, pero eso será cuando haga calor. Entramos de la calle, descendimos un piso y nos encontramos en una estancia amplia, bar y restaurante al mismo tiempo, con salida a un jardín. Un individuo maduro sobre un taburete aportaba toda la recaudación del final de la mañana. Nos acomodaron en la mesa más próxima al hogar y a las ventanas pero tanto daba una como otra, ya que el fuego llevaba muchos días apagado y el local estaba frío, muy frío para el siglo XXI. Aunque no había menú, la carta tenía precios muy ajustados y de los platos disponibles pedimos sopa de ajo con setas y pochas con chorizo, y de segundo lomo adobado, acompañado de patatas fritas y pimientos. La comida estaba buena. Entre plato y plato observé la actividad que se traía la pequeña de la casa: intentaba coger en brazos un gato, que prudentemente trataba de mantener las distancias. Entonces se dirigía hacia otro, que también se apartaba. Cuando insistía mucho, atravesaban el jardín y de un salto se ponían a salvo en un tejado, al estilo de los banderilleros en el burladero, y pasado el peligro volvían a bajar. Hay que decir que Violeta, a sus cinco años, no representaba un gran peligro para unos gatos adultos, y ellos parecían opinar lo mismo, de modo que una y otra vez volvían a ponerse a su alcance, pero sin terminar de dejarse atrapar. Habíamos pedido tinto y gaseosa, pero ahí tuvimos sorpresa. No llegamos a abrir la Casera de litro porque el vino estaba francamente bueno. Anoté "Flor de Baco", de Bodegas Forcada S.L. (Rincón de Olivedo), acogido a la D.O. Rioja. Yo quería postre, y de postre había fruta. Me tuve que apañar con dos mandarinas. Tomamos café y pedimos la cuenta. Como no necesitábamos factura, la cuenta manuscrita decía:
1 pochas c. chorizo 1 sopa de ajo c. setas 6'02
2 de lomo adobado 12'02
vino + 2 cafés + 1 postre 7'50
lo que sumaba 25?54. En el reverso aparecía impreso: "ELECCIONES A CORTES GENERALES 2004 - DIPUTADOS - SORIA - Doy mi voto a la candidatura presentada por..."

El resto de los comensales habían sido la pequeña Violeta y sus padres, que se ocupaban respectivamente de la barra y del comedor. Ellos debían de estar hechos al frío, pero yo anduve cerca de quedar destemplado. Nos abrigamos y salimos a ver algunos de los atractivos detallados en el díptico que la Junta de Castilla y León dedica al pueblo: Puerta del Río (S. XIII), iglesia de Santa María (S. XVI-XVIII), torre de San Miguel (S. XII, quizás anterior, recuerda al románico catalán), castillo (S. XIII, habitado hasta el S. XVII), y calles y casas con evocaciones medievales. Ayudados por lo despejado y luminoso del día, reparamos en un pueblo en ruinas, La Mata, y lo encontramos siguiendo la carretera que acaba en Diustes y saliendo a un camino de tierra en la primera ocasión. Regresamos luego a la carretera y llegamos hasta Diustes. En la fuente, una chapa esmaltada de muy buena calidad (un siglo de intemperie y de puntería para muchas generaciones de chicos no la han vuelto del todo ilegible) viene a decir que "-O--TRUI-- Á EXPE-SAS D- D. LUIS Y D. -ICA--- -LFAR- -UNILLA NATU-- -TE -- -907" Completando las letras que faltan me sale "CONSTRUIDO Á EXPENSAS DE D. LUIS Y D. RICARDO ALFARO MUNILLA NATURALES DE ESTE PUEBLO 1907", y la placa fue realizada por el taller de J. Candial. El edificio con aspecto de escuela luce un mármol perfectamente conservado que anuncia: "SE EDIFICÓ AÑO 1892 Á ESPENSAS DE D. PEDRO ALFARO Y RUIZ NATURAL DE ESTE PUEBLO". Entre ambas placas cambió la ortografía o cambió el escribiente. La iglesia está en bastante mal estado, pero una reja delante de la puerta de madera indica que alguien se ha preocupado de ella cuando amenazaba ruina. En el arco de la puerta, entre un cemento reciente, todavía se pueden leer algunas letras negras: "PRIM- - -R- - - P- -SENTE", como en todas las iglesias de las que no se ha borrado ese recuerdo del 36. De regreso paramos junto a Camporredondo. A las afueras hay una pequeñísima ermita que justo tiene espacio para sus dos puertas gemelas. Una está abierta y la ermita se puede dar por perdida. En Vellosillo, deshabitado y en ruinas, una máquina anclada al suelo se resiste, aunque de la caseta que la protegía queda ya poco. Mirándola con detenimiento se observa una biela, las levas y los muelles de las válvulas, un volante de inercia y el lugar donde iría una banda de cuero para transmitir el movimiento a una trilladora o algún otro avanzado ingenio de hace tiempo. Yo esto lo conozco sólo de oídas, pero he visto alguna de estas máquinas varadas en el tiempo, abandonadas en algún campo, allá donde el desuso les llegó irremediablemente. Si todavía estás lejos de la edad de jubilación no habrás visto estos artilugios de madera y hierro, pero tienes sus fotos en members.fortunecity.es/santibanezdelaisla/aperos/aperos.htm.
La mayor parte del tejado de la iglesia se mantiene, pero ya se ve el cielo desde su interior.

El ocaso puso fin a la parada y regresamos a Yanguas, pasamos por Enciso y paramos en Arnedillo a tomar las aguas. Y después de casi dos horas de baño regresamos a Pamplona. Recorrimos 233 km. según el cuentakilómetros del coche, y fueron menos de 15 para las piernas.

Para el domingo sólo Maribel se había decidido a acompañarme. Habíamos hablado de ver los tapices de Oncala, y propuse empezar por el Museo Numantino de Soria. Había una previsión meteorológica alarmante, de fuertes nevadas a lo largo del día, pero en el alto del puerto de El Madero disfrutamos de una vista preciosa del Moncayo, con la cumbre espolvoreada de nieve y recortado contra un cielo azul.

Poco después de las diez y media entrábamos en la concatedral de San Pedro, que no pudimos visitar en el viaje anterior, y la vimos con poca luz. Luego aparcamos frente al museo numantino e insistí en almorzar sin dilación. Entramos en un local llamado "Collado 58" que, como su nombre indica, está en el número 58 de la calle el Collado. Tienen una oferta de almuerzo que por 2'15 incluye café o infusión, pincho y zumo de naranja, Yo me ceñí al clásico pincho de tortilla, pero Maribel escuchó la llamada de unos torreznos recientes (y al final yo probé una esquina). Esto tuvo luego graves consecuencias que se detallarán cuando lleguemos a la hora de la comida.

Con los cuerpos en orden nos dirigimos al museo y recorrimos casi en soledad los tres pisos. Contemplamos una amplia muestra de cerámica, monedas, armas, adornos y otros utensilios celtíberos y romanos. Hay también una sala dedicada a la prehistoria y se llega hasta después de la edad media. En algunos paneles se mostraban las excavaciones en Tiermes, y a la salida pregunté por dónde quedaba. Eran unos 100 km. tomando dirección Valladolid, y como era la una menos diez fuimos a ampliar el objetivo del viaje.

Pero al pasar cerca de El Burgo de Osma decidimos parar a comer: a Maribel le habían recomendado una comida basada en matanza que servían en un restaurante muy conocido, pero cuyo nombre ignorábamos. Paramos, vimos en la calle Mayor un par de menús con bastante cerdo y seguimos paseando. Y, de repente, el cartel: "RESTAURANTE VIRREY PALAFOX - La Catedral del buen comer - XXXI JORNADAS RITOGASTRONÓMICAS DE LA MATANZA 2005 - Fiestas declaradas de interés turístico - 3º y 4º fin de semana de enero, fines de semana de febrero y 1º - 2º y 3º de marzo. Información y reservas: Teléfono 957 341 311 - Fax: 975 340 855 E-mail: hotel@virreypalafox.com - www.virreypalafox.com" Todavía no eran las dos menos cuarto y una llamada nos provocó algunas dudas: todavía quedaba sitio para dos, pero el precio de la comida era 36 euros. Envalentonados por frases como "Un día es un día" o "Sólo se engorda una vez (y no se adelgaza casi ninguna)" nos dirigimos al restaurante y para las dos y cinco estábamos sentados en un gran comedor casi vacío.

Cuando dijimos que íbamos por aquello de la matanza nos retiraron las servilletas y nos trajeron unos grandes baberos, que podríamos conservar como recuerdo. El menú era muy largo, y no quedaba muy claro si eran o no platos a elegir. Pero eso tendría que ser, porque otra cosa no parecía posible. Juzga por ti mismo:

-Entrantes
Jamón ibérico, lomo ibérico
Torreznos del alma, costillas en aceite, chorizo frito, morcilla de arroz
Manitas guisadas, lengua empiñonada, rabos estofados, mollejas con setas, pastel de sesos y endivias
Ensalada de oreja, revuelto

-A elegir
Entonantes: alubias pintas del Burgo o caldo de parturienta

-Digestivo
Sorbete al cava

-Terceros
Cochinillo asado, jamón asado con pasas, jarrete con verdura y lomo escabechado

-Postres
Dulce tradicional, dulce clásico, helado, o "la reina de la fruta" ¡naranja! que actúa de antioxidante

-Licores
Destilados helados

-Vinos
Ribera del Duero "Alidis"

-Agua mineral

-Cerveza si le apetece...


Sin preguntar más trajeron el vino y agua mineral. De ese ALIDIS coincidimos en decir que estaba muy, muy bueno (visitada la página www.mambrilla.com, me falta conocer la bodega y regresar con un par de cajas). Y enseguida hubo que maniobrar con la vajilla para acomodar los nueve platillos que trajeron, conteniendo diez productos del cerdo o recetas donde interviene. Se advierte en la cartulina del menú: "Posibles variaciones del menú.- Se trata de un menú tipo o menú base. La continua labor de experimentación, investigación e innovación que sobre el cerdo y los productos derivados de éste lleva a cabo el equipo del Restaurante Virrey Palafox, nos permite ofrecerles una serie casi inagotable de recetas en las que el cerdo es el protagonista. Pensando también en aquellas personas que nos visitan en dos o más ocasiones a lo largo de las jornadas es por lo que incluimos platos nuevos que sustituyen a los de este menú tipo, sin que por ello se altere ni el precio ni la calidad del mismo." Y mientras iban llegando los platos, el camarero nos advirtió que, si queríamos, podíamos repetir. Había cosas que no conocíamos, otras cotidianas como el chorizo, pero todo estaba exquisito. Sería muy prolijo comentar todo, bastante me estoy alargando sólo con la enumeración. Mientras retiraban esa primera tanda de platos recogieron también un comentario en voz baja sobre si se podría repetir el vino, que ya para entonces estaba agotado, y sin decir nada trajeron otra botella y la descorcharon. Hacía ya rato que el comedor estaba completo. En la segunda tanda vinieron cuatro platillos, entre los que reconocí las manitas guisadas, la lengua empiñonada, y los rabos estofados. Los cuatro estaban también deliciosos. Del sorbete, por encima del buen sabor, destacaría el punto de temperatura al que lo sirvieron, con minúsculos cristalitos de hielo que se rompían sin esfuerzo al masticarlos y añadían una sensación táctil a su degustación. Las alubias estaban igualmente buenas y lo mismo oí del caldo de parturienta. Los cuatro terceros platos mantenían el nivel, pero ésos no los pudimos terminar. Tampoco terminamos el postre que nos trajeron: una bandeja con nueve pares de pastelitos. Llegaron después un par de chupitos, orujo de hierbas y un pacharán color ámbar y muy buen sabor (no me gusta el pacharán, pero podría aficionarme a ése). Tras los cafés pedimos la cuenta y el hecho de que no encerrara sorpresas me sorprendió agradablemente: el precio anunciado se mantenía, incluyendo pan, bebida, café e impuestos. Total, 71'99. Para entonces eran las cinco y veinte (tres horas y cuarto comiendo, más que en una boda) y nos dimos un amplio paseo por la ciudad, intentando bajar un poco la comida y distanciar el vino de la carretera. ¡Qué lástima, haber dejado más de media botella! Espero que no fuera por el desagüe...

Junto al restaurante vimos la antigua Universidad Santa Catalina, de estilo renacentista. Volvimos a pasar por la plaza consistorial y la calle mayor, visitamos la catedral con la luz del atardecer, las murallas (han desmontado un puente, espero que no les sobren piezas a la hora de volverlo a montar), y oculto ya el sol fuimos hacia el coche. Al llegar a Soria buscamos la carretera de Logroño, que abandonamos al poco en dirección a Enciso. Y repetí el camino y la actividad del sábado: parada y baño en Arnedillo, llegada a Pamplona hacia las once. Para el coche fueron 345 km., pero los poco más de 6 que anduvimos a pie no bastan ni de lejos para consumir el exceso de grasas de aquella comida.

Tras ver la cerámica romana por la mañana y empacharnos como patricios a mediodía, por la tarde nos relajábamos y ayudábamos a la digestión en la terma... no está mal disfrutar de vez en cuando de una jornada romana.

18.1.05

03/2005-Muro de Ágreda y quad

Esta vez me he salido un poco de la rutina: no he conducido el domingo.

El sábado, como de costumbre, salimos a las 8:30. La niebla, que se hizo más espesa cerca del Ebro, nos acompañó durante casi todo el viaje. Paramos a almorzar en Cintruénigo (Hotel Alhama, carretera N-113 Km. 91, Tel. 948 812 774), como hago cada vez que estoy por allí a la hora adecuada: tienen gran variedad de pinchos y raciones, y posibilidad de almuerzos más consistentes suministrados por una cocina bien dispuesta. Si a eso añadimos un local nuevo, amplio y limpio, el conjunto ejerce una poderosa atracción a muchos kilómetros a la redonda. Hincamos el diente a unos panecillos redondos abiertos por la mitad, con una loncha de jamón y un gran champiñón sobre cada porción de pan y a un bocadillo que albergaba en su interior tortilla de patata, un gran pimiento verde y un trozo de longaniza. Café, manzanilla y agua. Con los cuerpos entonados seguimos viaje y, para cuando llegamos a Ágreda ya no quedaba rastro de la niebla.

El Moncayo mostraba nieve hasta media altura, y aunque estaba muy tentador por lo claro del día (la vez que lo subimos estaba nublado y no había vistas), estábamos un poco desentrenados, no tenemos crampones y era de suponer que haría mucho frío. Quedó recogido el desafío, pero aplazado a la primavera.

Dejamos el coche en Muro de Ágreda y echamos a andar a las 10:50. Las afueras cuentan con un gran número de explotaciones pecuarias centradas en el sector porcino. Ese apunte económico se concreta en un hedor pestilente para quien se encuentre a menos de 500 metros de ellas, y el paseante necesita varios minutos, que se hacen especialmente largos, para librarse de esa presencia omnipresente que se presenta en sus mismas narices y por ellas se cuela sin que nada lo pueda evitar. Una vez alcanzamos la distancia de seguridad contada desde la última cutería (no busques esto en el diccionario; la Real Academia ni siquiera recoge en cuto la acepción aquí usada: cerdo, chancho, tocino, puerco, cochino, marrano, cocho, gorrino) disfrutamos un rato del camino, que era una pista apta para el tráfico rodado. Pasó luego un convoy de todoterrenos provistos de remolques, en los que se apretujaban perros en gran número. Sin reducir la velocidad pasaron a nuestro lado levantando una nube de polvo, así se lo devuelvan otros en la jeta o en el plato. Cuando, en un cruce de caminos, quisimos tomar el que se dirigía hacia un bosque muy abierto de encinas, un cartel dejado allí por los de antes nos lo desaconsejaba. Ponía simplemente "PELIGRO BATIDAS", que resulta la forma abreviada de decir: "Ten, cuiado, persona pacífica y de orden. A partir de este punto existe el PELIGRO de que te cruces en la trayectoria del disparo de gentes armadas que acechan, persiguen, acosan, hieren, matan y desollan animales por el puro placer de derramar sangre. Se entregan a esta actividad en grupo, con ansia y desenfreno, y a estas orgías de ladridos, pólvora, plomo y sangre llaman BATIDAS".

Tomamos pues el camino menos atractivo, que se acercaba a Ólvega, y apareció en medio del campo una estación de ferrocarril. Cuando nos cruzamos con la vía caminamos por ella hasta llegar a la estación, sin mirar atrás: las vías estaban oxidadas y entre las traviesas abundaban las plantas herbáceas, secas desde el verano. Es un firme incómodo para caminar, y por ello iba mirando al suelo. Me sorprendió ver entre los tornillos que sujetan las vías a las traviesas algunos que no habían llegado a oxidarse, y que mostraban distintos números de dos cifras. Pensé que sería el año de fabricación, y me sorprendió ver que llegaban hasta el ochenta y tantos, con presencia de casi todos los números. Ignoro cómo se realiza el mantenimiento de las vías, pero imagino revisiones anuales a base de recorrer a pie todos los tramos de la red. Éste de Ólvega a Castejón se inició en 1867, las locomotoras de vapor dejaron de prestar servicio en 1975 y por aquí circuló el último tren en julio de 1995. Los edificios e instalaciones sumaban al efecto del abandono los del mal uso y vandalismo: pintadas, puertas y ventanas arrancadas y el equivalente humano al olor de las granjas animales. Entre las deterioradas dotaciones se contaban los controles para el cambio de agujas, un par de básculas para carros y una, que jamás había visto, para pesar vagones.

Desde la estación emprendimos el regreso por la carretera, que pronto abandonamos entrando en una pista. Dos horas y media después de salir estábamos de regreso en el pueblo, y vimos de cerca las ruinas del castillo. Primero se ve el depósito de agua antiguo, hoy convertido en un telepuerto: cerca de media docena de antenas parabólicas se dirigen hacia distintos puntos del cielo. Un poco más arriba está la típica caseta alta de transformador eléctrico, en este caso apoyada en el mejor paño de muro del castillo. Del antiguo recinto cuadrangular quedan restos incompletos de tres de los lados, y algunas almenas sobre las partes que han conservado su altura. La mampostería de los muros que faltan no está en ningún montón, posiblemente se podría rastrear en las casas de los alrededores.

Regresamos a la carretera general y paramos a comer en Matalebreras (Hostal - Bar - Restaurante Mari Carmen, Ctra N. 122, km. 113, Tel 975 38 30 68). Era un poco pronto y fuimos los primeros en entrar al comedor. De un menú bastante amplio elegimos ensaladilla rusa y macarrones, y pescadilla rebozada y morcilla, cuajada de postre. La comida, en cuanto a cantidad, calidad y sabor, estaba buena. Mientras permanecimos solos pudimos disfrutar además de un documental sobre animales en el Discovery Channel, y la bebida no entrañaba ningún peligro vial: entre los dos apenas pudimos beber un tercio de botella, un cuarto de litro, de aquello etiquetado como "Monteviejo Restauración", y eso gracias a que lo pudimos mejorar con gaseosa "Revoltosa" en envase de cristal. El precio del menú era 9'25, y con el IVA y los cafés se puso en 22'36.

Hay una carretera que une Soria y Calatayud, la N. 234. Como teníamos toda la tarde por delante y la tarea del día (caminar y comer) completada, fuimos en su busca conscientes de lo difícil que resulta que de otro modo se nos presenten motivos para recorrerla. Nada se nos había perdido allí, y por allí anduvimos únicamente por gusto. Paramos en Pozalmuro, que tiene una iglesia gótica de una nave con un gran atrio adosado probablemente en el s. XVIII. La torre presenta dos grandes huecos tapiados y el campanario ocupa ahora una altura añadida con posterioridad, que después recibió un reloj del que quedan unos malos restos, y sobre una esquina aparecen como posadas un par de campanas pequeñas asentadas en algo que no podría llamarse espadaña. Un cartel ("Torre de Masegoso") apuntaba hacia una pista que se perdía entre los campos, y aplazamos su visita porque toda la tarde que teníamos por delante se reducía a menos de tres horas de luz. Después he visto que "En su término se encuentra el despoblado de Masegoso. Puente romano, calzada, y torreón medieval en muy buen estado. Huerto de Becquer." (http://www.casadelatierra.com/pueblos/Pozalmuro.htm). Al pasar junto a Hinojosa del Campo me atrajo el perfil de una torre y entramos en el pueblo. Se trataba de una torre árabe, posteriormente incorporada a la iglesia parroquial. También encontré interesante la fuente y lavadero, que vimos a la entrada del pueblo. Más información en http://www.casadelatierra.com/pueblos/Hinojosa.htm. Ya en tierras de Aragón nos detuvimos en Villarroya de la Sierra, que tiene una iglesia de portada gótica y construcción mudéjar, un torreón, restos de otro castillo, palacio de finales del s. XVIII, plaza de toros cuadrada y cierto sentido del humor: contiguos, en la misma plaza donde está la iglesia, desemboca el paseo y se levanta el kiosko de música, están el "Bar El Cielo" y el "Café La Gloria". Así, tras cumplir con el precepto dominical, los hombres del pueblo podían ir al cielo o estar en la gloria, todo ello sin abandonar este mundo. Y un cartel fijado en el kiosko advertía a los propietarios (de vehículos, esto tachado con pintura) que perdieran aceite que debían abstenerse de aparcar en la plaza, recientemente renovada, para evitar su deterioro. También se mencionaba en el mismo sentido a tractores con aperos de labranza. El trazado de las calles y la arquitectura popular también contribuían a crear una sensación agradable durante la visita al pueblo. Y, si tienes la suerte de cruzarte con un agricultor veterano acompañado de su burro, mejor todavía: de esos (de los dos) van quedando cada día menos.

Paramos un momento para contemplar Cervera de la Cañada con los últimos rayos del atardecer. Sobre una pequeña elevación se sitúa una iglesia de ladrillo que se asienta sobre piedra, y una leve bruma se hacía ligeramente visible en el fondo del ancho valle. En http://www.aragoneria.com/zaragoza/cerveradelacanada/monumen.php he encontrado motivos para volver al pueblo y visitar su iglesia-fortaleza mudéjar.

Entre Calatayud y La Almunia de Doña Godina se presentó la niebla (más propio sería decir que nosotros nos presentamos en una zona de niebla, y todavía no hemos salido) y la conjunción de niebla, noche y ausencia de navegador GPS hicieron que a punto estuviéramos de conocer Luceni, tras haber atravesado la N. 232 y dejado atrás Gallur. Dimos la vuelta, volvimos a pasar junto a Gallur y, por la mencionada N. 232 enfilamos hacia Pamplona. Mi cuentakilómetros marcaba 14'26 y el del coche 405.

La gripe, el miedo al frío, los estudios y las tareas domésticas diezmaron las filas de mis acompañantes habituales. Probé con otro teléfono (no tratándose de alguien habitual podría resultar un poco violento el que personas desconocidas se encuentren forzadas a compartir durante horas el espacio reducido de mi coche), pero no hubo contestación. Tuve que vencer una estúpida actitud de pereza (tenía curiosidad, pero era reticente a los baches y al barro) para preguntar a Antxon si iba a salir con el quad (Antxon es un amigo que conozco de los tiempos de instituto, aficionado a la adrenalina, y quizás revele demasiado al decir que de esto pronto hará treinta años. Si sientes curiosidad o te interesan las piraguas puedes visitar su página http://www.urkankayak.com/). Quedamos a las nueve y media en su casa. Pocos minutos después recibía contestación a mi primera llamada: la ducha es de las pocas actividades que todavía nos permiten estar temporalmente incomunicados. Pero ya había quedado en firme con Antxon y me aguanté las ganas de rajarme y cancelar la cita.

Someramente advertido la víspera, el domingo busqué en mi fondo de armario las galas más adecuadas a la ocasión: habiendo escuchado que en una salida anterior uno de los participantes se encontró barro bajo la ropa interior, y todos habían comenzado su aseo en una gasolinera, con el chorro a presión del lavacoches, escogí un chandal grueso que se había librado por casualidad en la última limpieza, un impermeable que apenas he utilizado porque el sudor tiende a condensarse dentro, las botas de monte y un pantalón impermeable, el más barato que encontré el sábado por la noche en las rebajas de Decathlon. Antxon me prestó casco, gorro, gafas de ventisca, guantes y buff (bufanda tubular, http://www.buff.es)/. Sin nada de piel a la vista, como disfrazado de guerrero químico o bacteriológico, monté en el asiento trasero de su quad, me agarré y salimos haciendo ruido, seguidos por Iñaki. La primera vez que salimos de la carretera para llegar a una pista a través de un descampado, me agarré fuerte. Llegamos a una gasolinera y entre los que había y los que llegaron después se formó un grupo de siete máquinas, y todas repostaron.

Enseguida vi que toda la ropa era poca. También vi con cierta alarma que las pendientes, baches e irregularidades del terreno eran abordadas a una velocidad que se me antojaba excesiva, y en muy pocos minutos me encontré con las muñecas doloridas, por agarrarme con rigidez. Me tranquilizaba la certeza de que el conductor no tenía interés en estrellarse, y a medida que pasaba el tiempo y no sobrevenía el accidente me fui relajando. Por caminos desconocidos (que yo desconocía; los paseantes que nos miraban con hostilidad y la mayoría de los motoristas los conocían al dedillo) llegamos a un pueblo, que resultó ser Egüés. Noté que los viandantes también nos miraban raro. Rápidamente nos internamos por otro camino, subimos, y la niebla se fue disipando, dando paso a un paisaje especial: sobre un mar de nubes de apariencia sólida descendía con fuerza la luz solar y emergían algunas cumbres conocidas (Higa de Monreal, Izaga, y las que conocían ojos más paseados que los míos) contra un fondo azul intenso. La mayoría tenía prisa para ir a toda velocidad y volver corriendo, y no hubo tiempo de sacar la cámara. A partir de ese instante, casi toda la jornada transcurrió por alturas superiores a las de la niebla, aunque hubo descensos y pasos por zonas de barro y hielos. El barro que menciono no es el que mancha el bajo de los pantalones, sino el que, atrapándote la pantorrilla, te puede arrebatar el calzado. Cruzamos muchos tramos que sería imposible atravesar a pie sin que el agua se colase por encima de las botas, unas veces rápido y otras, las menos, maniobrando con delicadeza. Con todo, la velocidad era infinitamente superior a la que se alcanza a pie: de vez en cuando estiraba el cuello y miraba el cuadro del quad y alcanzaba a ver que, campo a través marcaba 30 y por pista de firme llano 40... millas por hora (unos 70 km./h.). Llegamos al alto de Erro por una pista donde yo ya había caminado, seguimos adelante, ascendimos, y se veían al frente las cumbres del Adi y del Saioa, y a la espalda las antenas del puerto de Erro, con sus bases bañadas por la niebla. Otra foto que no pude hacer. Descendimos hasta Linzoain y, por la carretera, llegamos a Erro. En el Hostal Erro consensuamos sin ningún esfuerzo tres bocadillos de tortilla de atún, una botella de vino y gaseosa para los seis que quedábamos (los horarios habían hecho retirarse a dos), y tan bueno nos supo que a los pocos minutos repetimos. Comimos fuera en atención a la limpieza del local y porque el sol nos templaba como a los jubilados en primavera. Por algo menos de 30 euros hicimos todo.

Luego regresamos y terminamos atravesando el Valle de Aranguren y nos dispersamos. Finalmente quitamos con agua a presión el barro de los quads y de los cuerpos. El lunes amanecí con agujetas en brazos, hombros, tobillos, piernas y glúteos, que continúan el martes y supongo se irán desvaneciendo a lo largo de la semana.

Hasta el domingo, cualquiera que me tirase de la lengua habría oído cómo echaba pestes contra los quads: vas por el monte y se acaba la paz cuando se oyen a lo lejos los ruidosos motores acelerados; luego pasan a tu lado a toda velocidad, con riesgo de arrollarte y disparando barro, grava y piedras; finalmente te pueden dejar salpicado o en una nube de polvo y gases. Quizás hubiera entre nuestro grupo alguno de esos salvajes, no lo sé, pero Antxon reducía mucho la velocidad al pasar junto a las personas. De todos modos, sentado a la grupa de su montura, notaba avergonzado cómo casi todo el mundo nos miraba mal, y lo entendía, porque fuimos sembrando ruido a lo largo de unos 100 kilómetros de caminos y pistas. No lo sentí por los cazadores: aunque seguramente el ruido producirá algún estrés en los animales, supongo que no será tan malo como el plomo. Ahora me sigue pareciendo una actividad muy contaminante, pero cuento con poder repetir la salida en breve. Soportaré mi vergüenza en solitario (y la compartiré contigo, indulgente lector) oculto tras el embozo total con el que se debe montar en quad.

11.1.05

02/2005-Vitoria

El final de las navidades ha sido bastante apretado. El 5 por la tarde estuve con Antxon mientras sus hijos asistían a la cabalgata de Reyes. Luego cenamos en su casa, se presentó Ignacio y estuvimos un rato de tertulia. El 6 nos invitaron a comer en casa del cuñado Joaquín, y estaba también su suegra (y la mía, que es la misma). El 7 estábamos invitados a comer en el restaurante Alhambra. No será fácil ni frecuente que vuelva, y eso que todo estaba muy bien. Pero cuatro menús a 33 euros y dos botellas de vino de 23 euros, y adornos e impuestos subieron la cuenta hasta los 221 euros.

Tras recogernos la ropa de abrigo nos acompañaron a la mesa reservada y pronto trajeron un frito y un chupito de crema con un poquito de jamón frito flotando. Luego, una ensalada con variados ingredientes, incluyendo langostinos pelados a la plancha. Después, una ración de pasta con trufa y hongos, y luego el plato fuerte, a elegir entre estofado de solomillo, magret de pato y rape, y todo estaba bueno. De postre, milhojas de crema de arroz con leche y helado. Lo acompañamos con Contino Crianza 2001 y 2002 (lo catan en http://elmundovino.elmundo.es/elmundovino/fichavino.html?param=6033). El panorama risueño terminaba cuando una amiga me comunicó que su padre había fallecido. Nos íbamos a ver estos días, pero no esperaba que fuera en el tanatorio. Hacia las diez andaba buscando taxi para ir a Cizur, donde Ignacio había preparado una cena informal para celebrar su cumpleaños. Se hizo tarde.

La excursión del sábado se canceló el viernes a la noche por indisposición febril de Luis, que atravesaba una gripe o dolencia similar. Me quedé en casa y aproveché para leer algo: terminé "Luna negra. La luz del Padre Pateras", de María Vallejo-Nágera (http://www.belacqva.com/libro2.asp?idlibro=28594), que describe a través de la historia de una joven nigeriana que llega en patera a Tarifa el duro viaje que emprenden los inmigrantes ilegales. Empecé "La aventura del tocador de señoras", de Eduardo Mendoza (http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/mendoza/tocador/tocador1.htm). Divertido, ácido, ligero, es un placer leerlo. Años atrás había leído alguna de sus novelas, y ahora celebro que recientemente sólo he leído "Sin noticias de Gurb" y "El año del diluvio", lo que me permitirá releer alguna y descubrir otras.

El domingo Maribel me hizo esperar algún minuto, a los que se sumaron los que Sos nos hizo esperar. Después tomamos el camino de Vitoria, atravesamos alguna niebla y nos encontramos con un día de luz radiante y temperatura gélida. Hacia las 10:25 entrábamos a la oficina que gestiona las visitas a la catedral (http://www.catedralvitoria.com). Es preciso adquirir una entrada (3 euros, no es cara para lo que ofrece) que permite acceder al interior dentro de un grupo limitado a un máximo de 15 personas, que te es asignado en función de la disponibilidad. También puedes hacer una reserva con algunos días de antelación en el teléfono 945 255 135. Nos dieron entradas para el grupo de las 11:30 y fuimos a buscar ese almuerzo que, cuando falta, deja la mañana triste e incompleta. Siguiendo un trecho de frente tras la cuesta abajo, vimos en una esquina a la derecha una cafetería con bastante gente y el mostrador muy bien adornado con platos de pinchos. Los tres optamos por uno consistente en un pequeño bocadillo de tortilla de setas y jamon, con un poco de mahonesa, recién hechos y por tanto todavía calientes. Excelente, lamento no haber apuntado el nombre de la cafetería. Pero como la conozco de vista, volveré en la próxima visita. Nos demoramos en su interior más de lo necesario, porque en la calle hacía mucho frío. En eso estaba casi todo el mundo de acuerdo, excepto una pareja que discutía en voz alta al otro lado de la calle. Él llevaba una camiseta negra que dejaba traslucir torso y bíceps de gimnasio. Ella vestía a juego, (quiero decir también de manga corta), y desconozco el origen de su desfase térmico superior a los 20 grados. Otros trasnochadores con los que nos cruzamos vestían con más capas. Yo, con cuatro, iba casi sobrado de ropa.

Poco antes de las once y media nos acercamos nuevamente a la taquilla, se presentó la guía y salimos a un costado, en la calle. Nos hizo una breve reseña histórica de la ciudad, que pasó de aldea a villa amurallada y que abordó la construcción de la catedral extramuros porque no cabía dentro del recinto. En los bajos de una sacristía añadida en el S. XVIII nos pusieron unos cascos de obra y siguieron las indicaciones. Para entonces yo había decidido seguirla de cerca (recordada la prohibición de hacer fotos prefería oír bien las explicaciones). Fuimos haciendo un recorrido, jalonado de paradas, intervenciones de la guía y seguimiento de las evoluciones del puntero láser, que transcurrió en buena parte entre el suelo y el techo, por un andamiaje que discurría entre las estructuras y los refuerzos de la catedral. Es impresionante, aunque recuerdo que la primera visita, un año atrás, me dejó mucho más sorprendido. Se ve el interior y las entrañas del edificio, que ha sido excavado: un par de metros bajo el nivel del suelo hay enterramientos, y más de 600 esqueletos habían sido retirados. Sólo habían dejado para muestra uno del S. XII. Entonces encontré la explicación al olor nauseabundo que, de tiempo en tiempo, me venía a ráfagas. Tenía un foco más cercano, algo menos de un metro a mi izquierda. La guía, de veintipocos años, cutis terso y aspecto aseado, padecía de una fuerte halitosis cuyos efectos dejé de sufrir a partir de la siguiente parada, cuando ya empecé a situarme a una distancia segura. Aunque recuerdo su nombre, no lo diré aquí porque entiendo que es un problema involuntario. Terminó la visita en el pórtico y una guía auxiliar que cerraba el grupo en silencio nos fue repartiendo un folleto y un adiós.

Eran las doce y cuarto, hacía frío y era pronto para comer y tarde para ir a otro sitio. Paseamos un poco, entramos en un par de iglesias y pasamos por la Plaza de España, donde se celebraba bajo los soportales un mercadillo de coleccionismo (sellos y monedas), libros y revistas y chachivaches variados. En la zona central se intercambiaban cromos en varios corrillos.

Luego buscamos sin prisas un restaurante. Uno llamado "Oh qué bueno" (o una expresión gozosa similar) ofrecía platos combinados, menú del día, raciones y pinchos, buena parte de ello con nombre colombiano. Pusimos a Sos como punta de lanza y entramos. Sos preguntó por las posibilidades de comer y el colombiano del otro lado de la barra hizo un gesto sorprendido al oír un acento familiar. Luego, con gesto desdeñoso, dijo que no había menú y nos alargó una carta plastificada para que echásemos un vistazo. Faltaba moderación en los precios y sobraba antipatía en el servicio, y regresamos a la calle. Finalmente optamos por regresar al casco viejo, donde se había secado el agua de la limpieza matutina y los locales cerrados que habíamos visto al llegar bullían a la hora del vermú. Sólo algunos de aquellos locales ofrecían comidas, pero tampoco se mostraban muy diligentes a la hora de atender. Nos fuimos de uno que, pese a contar con sopa de pescado (muy al gusto de Sos) entre su menú de 10 euros, nos ignoró demasiado tiempo mientras nos dimos cuenta de que no nos someteríamos, de poder evitarlo, al ruido que allí tenían por música. Pasamos delante de otro bar-restaurante asequible, desechamos uno demasiado caro y regresamos al primero que vimos en la calle, menú de 12 euros. Tenían casi todo reservado, pero podíamos pasar en aquel momento. Sin esperar más ocupamos al fondo la mesa que nos indicaron. Se trataba del restaurante AMBOTO, justo el mismo donde comimos en la visita de hacía un año. Pedimos alubias rojas, pencas rellenas, codillo, pato y merluza rellena. Para beber, tinto y gaseosa. Tropezón: no había gaseosa. Como la camarera americana no conocería aquel antiguo anuncio ("Si no hay Casera nos vamos") la puse en antecedentes y pedimos agua en su lugar. Pero el vino era tan malo (botella sin etiqueta ni corcho, rellenada con un brebaje tal vez diseñado para rehabilitar alcohólicos) que, como paso previo al amotinamiento optamos por pedir la carta de vinos. Pedimos un Muga tinto crianza de 13 euros (http://www.bodegasmuga.com/), que nos dejó buen sabor de boca y no nos amargó la comida. De las alubias (un par de platos, fuente y cazo) oí comentarios favorables y mi tallo de acelgas con jamón y queso y salsa de pimientos estaba bueno, aunque un poco frío. Los segundos platos también estaban buenos, pero no todo lo calientes que debieran. De los postres sólo recuerdo mi arroz con leche, y cuando pedimos café nos dijeron que
"-En la barra.
- Bien, pues la cuenta.
- En la barra también."
Fuimos a la barra y descubrimos que la comunicación interna funcionaba bien: 3 menús de 12 euros y una botella de 13 sumaban los 49 que el camarero pidió sin dudar y sin entregar nota a cambio.

Luego dimos un paseo más largo de lo previsto hasta encontrar el coche (tenía el coche bien localizado, era la calle Sancho el Sabio la que me rehuyó a la primera) y, a eso de las cuatro, emprendíamos el regreso pensando en ver algo por el camino. Salimos hacia el sur, por el puerto de Vitoria. Entramos en el Condado de Treviño y a las cinco y cuarto nos deteníamos en Quintana. Después pasamos por Benedo y nos desviamos por una carretera local para desembocar en Antoñana, que tiene una muralla y un trazado antiguo que merecen una visita... cuando no apriete tanto el frío. Vimos lo que pudimos sin bajar del coche y, ya con poca luz, seguimos hacia Estella. Paramos a tomar algo y dimos un breve paseo por la noche, y llegamos a Pamplona hacia las ocho. Una visita a un local renovado, ahora llamado Cuba Libre, resultó decepcionante por lo extremadamente alto de los ritmos latinos, y entramos después al Golden, que mantiene el mismo ambiente tranquilo de hace 25 años y añade una carta de batidos naturales de frutas tropicales. El mobiliario acusa el paso del tiempo. Tras acercar a cada uno a su casa, llegué a la mía poco después de las diez, y tuve tiempo de empezar a preparar de cena unas gulas que había en el congelador.

La caminata fue moderada, sin llegar a los 9 km., y el coche sumó 203 km. Y ya estamos de vuelta al trabajo. La normalidad regresará después, cuando la báscula vuelva a las cifras de los días previos.

4.1.05

01/2005-Burgos

Feliz año nuevo.

Al empezar el año he comenzado a retomar el hábito viajero de forma gradual. La nochevieja fue hogareña, íntima y tranquila. Hubo algún pequeño exceso alimenticio, a saber:
- Una botella de Marqués de Riscal reserva 1999, que los buenos catadores seguramente despreciarán pero que para los que no tenemos un paladar educado cumple sobradamente con su claro toque de sabor a madera.
- De primero, gulas. Como las angulas ya no son caras, sino imposibles, nadie tiene problemas en reconocer que no las come. Hace falta ser muy estúpido (además de rico) para pagarlas a 800 euros el kilo el día 8 y a bastante más en los días más señalados. Las gulas ("Este alimento no es más que un pescado llamado abadejo de Alaska, cuya carne se prensa y se transforma en el conocido sucedáneo. La bandeja de gula, que pesa unos 200 gramos, sólo cuesta cinco euros.") son asequibles y, preparadas con ajo y cayena, me saben igual que el recuerdo de las angulas que ocasionalmente comí de joven. (Y, más años atrás, esas mismas angulas eran comida de pobres y alimento para los cerdos

http://www.el-mundo.es/magazine/2004/272/1102707453.html
http://elmundodinero.elmundo.es/mundodinero/2004/12/08/Noti200412081200.html

- De segundo, boletus edulis. Es un hongo que se cuenta entre los más apreciados (excluyendo trufas, naturalmente), junto con la amanita cesarea. Por algo menos de 11 euros compré una bolsa de estos hongos troceados y congelados y los preparé después de las gulas. Era la primera vez que los manejaba congelados y seguí al pie de la letra el consejo de cocinarlos directamente, sin descongelar. Me costó separar a mano los trozos que formaban un bloque compacto, y los eché en la sartén, con una cantidad generosa pero no demasiado abundante de aceite de oliva y fuego vivo pero no demasiado fuerte. Los revolví bastante para que se fueran haciendo uniformemente, cuidando con delicadeza de no aplastarlos, y tras probar un trozo cuando me pareció que podrían estar hechos, los saqué poco a poco con la espátula para que no quedaran demasiado aceitosos y les eché un poco de sal. Tenía previsto hacer un revuelto, pero los gozamos directamente, poniendo cada trozo sobre una pequeña tostada de pan. Me he extendido en la receta porque al recordarlos notaba una salivación espontánea, casi he babeado como los perros de Pavlov. http://www.euskalnet.net/txiribi/antecedentes.htm

Tras la cena, un poco de televisión y a dormir. Al día siguiente, sin sueño ni resaca, vi el concierto de año nuevo y los saltos de esquí, y por la tarde nos reunimos con algunos amigos de la adolescencia.

El domingo recogí a Miguel Angel con 7 minutos de retraso. El día estaba nublado y, tras unos momentos de vacilación tomé la autopista hacia el norte. Se había hablado de visitar las obras de restauración de la catedral de Vitoria (http://www.catedralvitoria.com) porque un destino tan próximo conviene en estos días cercanos al solsticio de invierno, pero el día, además de gris, se volvió húmedo. Dejamos atrás Vitoria y seguimos hasta Burgos, donde ambos teníamos tarea pendiente.

Primero visitamos el monasterio de Las Huelgas. Llegamos poco antes de las once, y entre pasar las cámaras y mochilas por el escáner y dejar las mochilas en la consigna de la entrada ya se había hecho la hora de la visita guiada. Para ser un día de cariz más familiar y padecer frío y coletazos de la gran nevada de hacía una semana, el grupo que se formó se nos antojó abundante: superaríamos la docena de visitantes, no quiero pensar en regresar durante las vacaciones de verano. Destaca del monasterio el que está habitado y en perfecto estado de conservación. No se mencionó la desamortización de Mendizábal, así que al parecer se salvó de ella. Contiene sepulturas reales que fueron profanadas en su mayoría durante la guerra de la independencia, pero en algunas que se salvaron se han recuperado los vestidos originales con que fueron enterrados, y se ha habilitado la antigua cilla como museo textil medieval. También me llamaron la atención los abundantes elementos mudéjares (artesonados, decoración de bóvedas en el claustro, arcos, puertas) y una figura articulada del apóstol Santiago. Es la talla más antigua de este tipo, y el motivo es que para nombrar caballero, el que nombra debe ser de rango superior al nombrado. Y, para nombrar caballero al rey, no había hombre en todo el reino de rango superior así que esta tarea quedó encomendada a Santiago. Con el brazo derecho articulado le tocaba con la espada en la cabeza y hombro, y con el izquierdo, también articulado, le daba en la espalda una palmada con la mano abierta, el espaldarazo (pero el diccionario dice que este golpe era con la parte plana de la espada en www.rae.es). En el Quijote, cap. 3, se cuenta "todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticias del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer" y "alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe y tras él, con su mesma espada, un sutil espaldarazo". En otra página (http://usuarios.lycos.es/historiador1969/rito_caballeria.htm) se dice: "El momento central del rito, viene con el nombramiento del señor feudal, que invoca a la Trinidad, y por medio de ella el escudero, ya es nombrado caballero en sí. Este momento culmina con el golpe de la hoja de la espada en la espalda del neo caballero (el "espaldarazo")". Otra página (http://members.tripod.com/juglaria/cencaba.htm) difiere ligeramente: "La ceremonia para ser armado caballero consistía simplemente, en el siglo XI, en la entrega de armas. Se vestía al novicio con su cota de malla, se le calzaban las espuelas y se le ceñía la espada a la cintura.Además del otorgamiento de armas, el caballero recibía el espaldarazo, un golpe con la espada plana en el cuello. El joven luego hacía demostraciones de su destreza ante un público numeroso." Finalmente, http://www.benidormytu.com/edad_media/caballero.htm ofrece una descripción más minuciosa, detallando alguna evolución en el ritual. ¿Y qué mas da, si no queda vivo nadie que lo viera ni tenemos interés en que nos nombren caballeros? Resulta más sencillo ir a una cafetería elegante, y el camarero te pregunta: -¿Qué va a tomar, caballero?

Detalles más importantes acerca del monasterio los puedes encontrar en internet. http://www.aytoburgos.es/contenidos/content.asp?contentid=318&nodeid=227 ofrece una breve visión, que aparece ampliada e ilustrada con fotos en http://www3.planalfa.es/lashuelgas. http://usuarios.lycos.es/garcir1/index.htm recopila información sobre monasterios de España.

http://www.mundoamigo.es ofrece viajes culturales organizados desde Madrid con duración de fin de semana.
http://canales.nortecastilla.es/caminodesantiago/monumentos/indice_monumentos.htm sugiere muchas visitas, algunas al límite del radio de verano.

Hacia las doce y cuarto salíamos de Las Huelgas y veinte minutos después ya habíamos encontrado la Cartuja de Miraflores. Si la entrada al anterior monasterio costaba 5 euros (parece caro, pero comparado con una entrada de cine ya no es tanto), esta visita es gratuita. En ambos sitios permiten hacer fotografías, pero no usar flash. Como el día estaba nublado no se apreciaba bien el interior de la iglesia, que acoge el espectacular sepulcro de don Juan II de Castilla y doña Isabel de Portugal, los padres de Isabel la Católica. El retablo es también muy especial por su tamaño, riqueza escultórica y composición. He de volver con sol, y si para entonces han retirado los andamios que hay para restaurar las vidrieras, tanto mejor. No se visita nada más para no interferir con la vida del monasterio, y en vez de extenderme copiando cosas te dejo un enlace para que leas algo más: http://www.aytoburgos.es/contenidos/cpcontent.asp?contentid=6880&nodeid=7079

Poco antes de la una y diez nos marchábamos, y un cuarto de hora después estábamos en el monasterio de San Pedro de Cardeña, que en festivos se puede visitar de 16:15 a 18:00. El Cid pasó por aquí y se dice que su caballo está enterrado en un lugar indeterminado de la zona. En la actualidad se elabora un vino, Valdevegón, (http://elmundovino.elmundo.es/elmundovino/des_bodega.html?param=753) por el que siento cierta curiosidad (http://www.verema.com/comunidad/vinoscatados/vino.asp?vino=855), que se convierte en vivísimo interés tras leer esta nota de cata: http://canales.elcomerciodigital.com/gastronomia/vinos/tinto/valdevegon.htm. Para la próxima visita, sin falta. La página oficial del monasterio es http://www.cardena.org, y tras la visita virtual no pasará mucho tiempo hasta la visita real.

En el entorno del monasterio hay un restaurante que ofrece por 8'50 un menú con dos opciones y una carta de precios moderados que a primera vista me resulta atractiva. Sirven comidas de 13:30 a 15:00, y como quedaba mucho tiempo por delante regresamos a comer a la capital. Optamos por el restaurante Gaona, en C/ Paloma 41, tel. 947 279 652, muy cerca de la catedral, donde pedimos dentro del menú del día. Primero trajeron el vino, tinto "El Castillejo" de PERLOVIN S.A. (Burgos), que se dejaba beber solo. Le añadimos gaseosa para rebajarlo. De primero pedimos alubias blancas, que llegaron acompañadas de chorizo y morcilla y que recibieron un comentario elogioso. Yo pedí arroz tres delicias (a mí también me extrañó un plato chino, pero antes lo había visto pasar camino de la mesa de al lado), y a los habituales componentes (guistantes, jamón york y huevo) añadía zanahoria, cebolla, ajo y gambas. Me supo muy bueno. De segundo pedimos calamares a la romana, que traían también unas hojas de lechuga y un poco de tomate, y de postre natillas, con barquillo y un chorro de chocolate en vez de la habitual canela en polvo. Cafés y copa para el copiloto. Con dos menús de 11'99 la cuenta supuso 28'78.

Antes de las 15:25 estábamos de nuevo en la calle, y dimos una vuelta alrededor de la catedral esperando la hora de entrar. En el lado norte hay una portada gótica con tres arquivoltas llenas de figuras, algunas muy curiosas, esculpidas con finísimo detalle. En el tímpano de la puerta sur están representados los cuatro evangelistas, escribiendo en pupitres ergonómicos.

Compramos las entradas en cuanto abrieron la taquilla y entramos por la fachada principal. El año pasado estuve varias veces, y aun así encontré cosas nuevas. Como en la red hay mucha información y sería demasiado largo detallar las maravillas de esta obra, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO, únicamente te recuerdo la prohibición de tomar fotografías, lo que hizo que mis imágenes clandestinas y apresuradas no tuvieran la calidad que me hubiera gustado.

http://www3.planalfa.es/catedralburgos/visita.htm
web.jet.es/vliz/catedral.htm

Hacia las cinco y media, cercanas ya las últimas luces del día, emprendimos el regreso. El asfalto del tramo alavés de la autovía es particularmente impermeable, y aunque la lluvia a partir de Vitoria no era demasiado fuerte, la carretera tendía a encharcarse. Conduciendo más despacio llegamos a Pamplona hacia las ocho.

Caminamos 5'5 km., el coche anduvo 448 y empezó el año con 252.634