DOMINGUERO

Viajes de fin de semana con origen en Pamplona

23.3.05

12/2005-Accidente y Orbaneja del Castillo

Esta vez dispones de dos versiones, a elegir.

La versión corta de la crónica, para estos amigos ocupados con los que me suelo encontrar y me dicen que la reciben puntualmente pero que no les da tiempo a leerla sería:

Nada que reseñar.
De salud sigo bien,
Gracias por preguntar.

FIN.

Y, si no eres de ésos, puedes seguir leyendo para tener una idea más detallada.

El viernes recogí el coche del taller. El cuentakilómetros se paraba a ratos y me hacía grandes descuentos en las distancias, y eso se resolvió con un trasplante. Los 255.143 km. que marcaba se quedaron en 167.734 que traía el nuevo cuadro, y a esos se añadieron 370 el sábado y 535 más el domingo. Compré el kit GPS de Palm (Zire 72 + Kirrio + ViaMichelin), que me ocupó las primeras horas de la noche en cargar y configurar. Con las primeras horas de uso he comprobado que los botones en pantalla aparecen minúsculos y la letra casi ilegible, y las indicaciones a veces resultan descabelladas. Pero la situación sobre el mapa es muy precisa y la cartografía incluye núcleos de población deshabitados y pistas locales sin asfaltar. Es aceptable, todavía caro para lo que ofrece.

El sábado salimos como de costumbre, probando el funcionamiento del GPS. A la media hora de viaje, tras dejar atrás Unzué y la estación de Carrascal, conocimos a Susana. Tras el cambio de rasante vi bastante polvareda en un punto de la carretera. Un poco más adelante, un coche en el campo, y algo que se movía cerca. Paré en el arcén y retrocedimos a pie. Para entonces ya veía que era un accidente de justo un instante antes, y mientras caminaba iba marcando el 112, y contando al operador de emergencias que en aquel punto había habido una salida de carretera. Tenía miedo de encontrar varios heridos graves. Mientras, la chica ya había subido hasta la carretera, luego se había sentado. Dos o tres coches más se habían detenido y sus ocupantes también se habían bajado a ayudar. Se empeñó en incorporarse, desoyendo los consejos de permanecer sentada en reposo, y yo le pasé el teléfono, con la doctora al otro lado. Le preocupaba el coche, que no era suyo, y comenzó a llorar. Se calmó un poco, todavía sonaba la música, y bajé a apagar la radio. El motor todavía estaba en marcha, saqué la llave y se la entregué. Pronto llegó la policía foral, los otros conductores se marcharon. Ella se dirigía a Calahorra y se encontraba bien, nos ofrecimos a acercarla. Los policías se quedaron cuidando el coche hasta que llegase la grúa, y la ambulancia y los bomberos se retiraron.

Susana tendrá entre veinticinco y treinta años, trabaja para un banco, no bebe y lleva una vida ordenada. Al tener su coche en el taller, había cogido el de su madre. Iba de Pamplona a Calahorra descansada, formal, arreglada... pero con prisa. Al darse cuenta de que iba demasiado rápido, frenó. En la carretera había quedado marcada la frenada, y, sin control sobre el coche, derribó una señal y se salió por el lado derecho de la carretera, bajando por un terraplén. El Ford Escort de ocho años era ya un siniestro total. Ha tenido mucha suerte de salir ilesa, y le deseo que no le queden secuelas. Te puede informar, y lo hace muy bien, desde imposiciones a plazo hasta planes de pensiones y de jubilación; por fortuna sus planes de futuro siguen vigentes. Finalmente llegamos a Calahorra, paramos junto a su portal y nos despedimos.

El accidente, pese a ser incruento, terminó calándonos. Tras dejar a Susana nos acercamos a la cafetería Costa Blanca, que frecuentamos por lo bien que entran sus pinchos a la hora del almuerzo. Toda la plaza y la calle que baja hasta el ayuntamiento estaban engalanadas y llenas de puestos, con los vendedores disfrazados de época. Tenía su gracia aquel anacronismo, especialmente la tienda de General Óptica con su rótulo original cubierto por "GENERAL OPTICUM". El disfraz incluía las cortinas interiores e imágenes de columnas jónicas en la fachada. Salimos de Calahorra hacia las once y cuarto.

Pensamos en dar un paseo más reducido acercándonos con el coche por alguna pista. Tomamos la que sube desde Munilla hacia San Vicente y el parque eólico, luego seguimos y dimos una vuelta a pie por La Santa, que es un pueblo desierto que difícilmente encontrarás en el mapa. No bajamos a visitar Ribalmaguillo ni Monjía, y cuando llegamos a Santa Marina volvimos a pisar asfalto. Ya eran las dos, y estábamos lejos de cualquier restaurante. Hacia las dos y veinte pasábamos por Robres del Castillo, después por Jubera y Ventas Blancas, y desembocamos en Agoncillo, donde repetimos en el restaurante Chusmi: espárragos y guisantes, conejo y bacalao frito, arroz con leche y macedonia, cafés.

Después de comer fuimos a Arnedillo, con intención de llegar a un edificio que podría ser una ermita, que desde la carretera que se acerca se ve en lo alto. De entrada se ve una torre, resto del castillo (S. X), y un puente sobre el río Cidacos que tiene un gran arco de medio punto de mucha altura y mucha anchura apoyado sobre roca viva (S. XVI). Desde la ermita de San Andrés hay un buen mirador sobre el pueblo. Seguimos ascendiendo, superando formaciones rocosas que evocan rostros humanos, y llegamos a otra ermita, un pozo de nieve muy bien conservado (8 metros de profundidad y 4 de diámetro), y finalmente a la ermita mozárabe de Nuestra Señora de Peñalba (S. X, con obras en el XVIII, XIX y años 40 del XX que han resultado muy agresivas). Al bajar, nos dimos un paseo por el pueblo. La iglesia estaba abierta, y tiene unas peculiares columnas de piedra negra que contrastan con la piedra clara de que está hecho el resto del edificio. El órgano es más bien pequeño, pero antiguo y hermoso, con pequeños teclados para manos y pies y un par de mandos que se accionan con las rodillas. Al pie de la escalera que sube al coro hay una figura de monaguillo con hucha que sólo había visto en las tiendas de antigüedades.

El pueblo cuenta también con un lavadero bien conservado (pero sin agua) y un trujal en proceso de restauración. Hacia las siete y media nos pusimos a remojo. Un sujeto de presencia abundante, voz potente y discurso categórico imponía matices a la perfección del lugar. Y del baño, a casa.

El domingo había quedado con Miguel Angel para visitar a Maite y Ramiro. Luego se apuntó Consuelo, todavía quedaba sitio. Para las diez ya estábamos en Pancorbo, y poco después en su casa. Ramiro se montó en el coche y nos fue guiando.

Paramos primero en Cornudilla, que conserva una estructura de madera de olmo que servía para inmovilizar a los bueyes y poder herrarlos. En Hermosilla vimos el exterior de la iglesia románica, con un ábside bien labrado. Almorzamos en Poza de la Sal (Bar Café Orejas, en la plaza). El almuerzo estuvo presidido por el rezongar de la dueña, que se quejaba de todo lo habido y por haber. El pueblo tiene muralla, arquitectura popular, una iglesia de anchura considerable y, sobre la gran roca que lo domina, las ruinas de un castillo del S. XIV que se llegó a utilizar en las guerras carlistas. Fuimos luego a ver la iglesia románica de Moradillo de Sedano y aparecimos a comer en Orbaneja del Castillo. Este último pueblo está situado en un enclave natural muy especial, con unos cañones tallados por el Ebro, y un río lo atraviesa dando saltos en grandes cascadas.

Dos consejos para la comida: asegurarla cuanto antes, porque los restaurantes pueden estar saturados de clientes, y hacerlo en El Risco, tel. 947 57 13 25, que ofrece un menú de 15 euros todo incluido. Las opciones, sin ser demasiadas, están bien. Las cantidades son generosas. El servicio no destaca por su rapidez, pero sí por su simpatía y amabilidad. El comedor es pequeño y una de sus paredes es la roca de la montaña, así que tiende a ser un poco fresco. Salí encantado con la comida: revuelto de morcilla (ligeramente picante, con un poco de cebolla y pimiento rojo, muy poco huevo, un plato grande bien servido, delicioso) y redondo de ternera con salsa de pimienta (¿qué decir? Cuando se acabaron la carne y las patatas fritas me dediqué a untar la salsa), de postre natillas caseras. El vino estaba bien (El Trajinero, embotellado en Ibeas de Juarros), no se merecía la gaseosa con que lo rebajé. Otros platos que pedimos fueron espárragos (casi una lata entera, con mayonesa y lechuga), huevos fritos con jamón y patatas fritas (no todos los huevos con jamón son iguales), escalope con patatas fritas, queso con membrillo.

En el pueblo hay varios establecimientos más: unos de menú más caro, otros sin menú, otros dan platos combinados y bocadillos, pero creo firmemente que acertamos con el restaurante.

Ya era tarde cuando nos levantamos de la mesa, y afrontamos la vuelta. Paramos en Escalada, que tiene una iglesia con una portada románica y restos de policromía, y nos desviamos luego hacia Pesquera de Ebro, que tiene casas blasonadas, fachadas de sillares algún restaurante y bares, y un puente importante sobre un Ebro que todavía no es un gran río. Luego pasamos junto a Cubillo del Butrón y nos detuvimos a buscar el dolmen de Porquera del Butrón. No está bien señalizado, pero lo encontramos. En Valdenoceda vimos la torre de los Velasco (está restaurada pero no se puede ver de cerca) y la iglesia de San Cosme y San Damián, con un edificio adosado donde pone: "INSTRUCCIÓN PRIMARIA. AÑO DE 1854" con buena letra sobre el dintel de la ventana. Y al pasar por Condado tuvimos que esquivar a los peatones, que parecían pastar en el asfalto. Poco después se hizo de noche. Paramos a dejar a Ramiro, nos despedimos de Maite y regresamos a Pamplona.