DOMINGUERO

Viajes de fin de semana con origen en Pamplona

18.1.05

03/2005-Muro de Ágreda y quad

Esta vez me he salido un poco de la rutina: no he conducido el domingo.

El sábado, como de costumbre, salimos a las 8:30. La niebla, que se hizo más espesa cerca del Ebro, nos acompañó durante casi todo el viaje. Paramos a almorzar en Cintruénigo (Hotel Alhama, carretera N-113 Km. 91, Tel. 948 812 774), como hago cada vez que estoy por allí a la hora adecuada: tienen gran variedad de pinchos y raciones, y posibilidad de almuerzos más consistentes suministrados por una cocina bien dispuesta. Si a eso añadimos un local nuevo, amplio y limpio, el conjunto ejerce una poderosa atracción a muchos kilómetros a la redonda. Hincamos el diente a unos panecillos redondos abiertos por la mitad, con una loncha de jamón y un gran champiñón sobre cada porción de pan y a un bocadillo que albergaba en su interior tortilla de patata, un gran pimiento verde y un trozo de longaniza. Café, manzanilla y agua. Con los cuerpos entonados seguimos viaje y, para cuando llegamos a Ágreda ya no quedaba rastro de la niebla.

El Moncayo mostraba nieve hasta media altura, y aunque estaba muy tentador por lo claro del día (la vez que lo subimos estaba nublado y no había vistas), estábamos un poco desentrenados, no tenemos crampones y era de suponer que haría mucho frío. Quedó recogido el desafío, pero aplazado a la primavera.

Dejamos el coche en Muro de Ágreda y echamos a andar a las 10:50. Las afueras cuentan con un gran número de explotaciones pecuarias centradas en el sector porcino. Ese apunte económico se concreta en un hedor pestilente para quien se encuentre a menos de 500 metros de ellas, y el paseante necesita varios minutos, que se hacen especialmente largos, para librarse de esa presencia omnipresente que se presenta en sus mismas narices y por ellas se cuela sin que nada lo pueda evitar. Una vez alcanzamos la distancia de seguridad contada desde la última cutería (no busques esto en el diccionario; la Real Academia ni siquiera recoge en cuto la acepción aquí usada: cerdo, chancho, tocino, puerco, cochino, marrano, cocho, gorrino) disfrutamos un rato del camino, que era una pista apta para el tráfico rodado. Pasó luego un convoy de todoterrenos provistos de remolques, en los que se apretujaban perros en gran número. Sin reducir la velocidad pasaron a nuestro lado levantando una nube de polvo, así se lo devuelvan otros en la jeta o en el plato. Cuando, en un cruce de caminos, quisimos tomar el que se dirigía hacia un bosque muy abierto de encinas, un cartel dejado allí por los de antes nos lo desaconsejaba. Ponía simplemente "PELIGRO BATIDAS", que resulta la forma abreviada de decir: "Ten, cuiado, persona pacífica y de orden. A partir de este punto existe el PELIGRO de que te cruces en la trayectoria del disparo de gentes armadas que acechan, persiguen, acosan, hieren, matan y desollan animales por el puro placer de derramar sangre. Se entregan a esta actividad en grupo, con ansia y desenfreno, y a estas orgías de ladridos, pólvora, plomo y sangre llaman BATIDAS".

Tomamos pues el camino menos atractivo, que se acercaba a Ólvega, y apareció en medio del campo una estación de ferrocarril. Cuando nos cruzamos con la vía caminamos por ella hasta llegar a la estación, sin mirar atrás: las vías estaban oxidadas y entre las traviesas abundaban las plantas herbáceas, secas desde el verano. Es un firme incómodo para caminar, y por ello iba mirando al suelo. Me sorprendió ver entre los tornillos que sujetan las vías a las traviesas algunos que no habían llegado a oxidarse, y que mostraban distintos números de dos cifras. Pensé que sería el año de fabricación, y me sorprendió ver que llegaban hasta el ochenta y tantos, con presencia de casi todos los números. Ignoro cómo se realiza el mantenimiento de las vías, pero imagino revisiones anuales a base de recorrer a pie todos los tramos de la red. Éste de Ólvega a Castejón se inició en 1867, las locomotoras de vapor dejaron de prestar servicio en 1975 y por aquí circuló el último tren en julio de 1995. Los edificios e instalaciones sumaban al efecto del abandono los del mal uso y vandalismo: pintadas, puertas y ventanas arrancadas y el equivalente humano al olor de las granjas animales. Entre las deterioradas dotaciones se contaban los controles para el cambio de agujas, un par de básculas para carros y una, que jamás había visto, para pesar vagones.

Desde la estación emprendimos el regreso por la carretera, que pronto abandonamos entrando en una pista. Dos horas y media después de salir estábamos de regreso en el pueblo, y vimos de cerca las ruinas del castillo. Primero se ve el depósito de agua antiguo, hoy convertido en un telepuerto: cerca de media docena de antenas parabólicas se dirigen hacia distintos puntos del cielo. Un poco más arriba está la típica caseta alta de transformador eléctrico, en este caso apoyada en el mejor paño de muro del castillo. Del antiguo recinto cuadrangular quedan restos incompletos de tres de los lados, y algunas almenas sobre las partes que han conservado su altura. La mampostería de los muros que faltan no está en ningún montón, posiblemente se podría rastrear en las casas de los alrededores.

Regresamos a la carretera general y paramos a comer en Matalebreras (Hostal - Bar - Restaurante Mari Carmen, Ctra N. 122, km. 113, Tel 975 38 30 68). Era un poco pronto y fuimos los primeros en entrar al comedor. De un menú bastante amplio elegimos ensaladilla rusa y macarrones, y pescadilla rebozada y morcilla, cuajada de postre. La comida, en cuanto a cantidad, calidad y sabor, estaba buena. Mientras permanecimos solos pudimos disfrutar además de un documental sobre animales en el Discovery Channel, y la bebida no entrañaba ningún peligro vial: entre los dos apenas pudimos beber un tercio de botella, un cuarto de litro, de aquello etiquetado como "Monteviejo Restauración", y eso gracias a que lo pudimos mejorar con gaseosa "Revoltosa" en envase de cristal. El precio del menú era 9'25, y con el IVA y los cafés se puso en 22'36.

Hay una carretera que une Soria y Calatayud, la N. 234. Como teníamos toda la tarde por delante y la tarea del día (caminar y comer) completada, fuimos en su busca conscientes de lo difícil que resulta que de otro modo se nos presenten motivos para recorrerla. Nada se nos había perdido allí, y por allí anduvimos únicamente por gusto. Paramos en Pozalmuro, que tiene una iglesia gótica de una nave con un gran atrio adosado probablemente en el s. XVIII. La torre presenta dos grandes huecos tapiados y el campanario ocupa ahora una altura añadida con posterioridad, que después recibió un reloj del que quedan unos malos restos, y sobre una esquina aparecen como posadas un par de campanas pequeñas asentadas en algo que no podría llamarse espadaña. Un cartel ("Torre de Masegoso") apuntaba hacia una pista que se perdía entre los campos, y aplazamos su visita porque toda la tarde que teníamos por delante se reducía a menos de tres horas de luz. Después he visto que "En su término se encuentra el despoblado de Masegoso. Puente romano, calzada, y torreón medieval en muy buen estado. Huerto de Becquer." (http://www.casadelatierra.com/pueblos/Pozalmuro.htm). Al pasar junto a Hinojosa del Campo me atrajo el perfil de una torre y entramos en el pueblo. Se trataba de una torre árabe, posteriormente incorporada a la iglesia parroquial. También encontré interesante la fuente y lavadero, que vimos a la entrada del pueblo. Más información en http://www.casadelatierra.com/pueblos/Hinojosa.htm. Ya en tierras de Aragón nos detuvimos en Villarroya de la Sierra, que tiene una iglesia de portada gótica y construcción mudéjar, un torreón, restos de otro castillo, palacio de finales del s. XVIII, plaza de toros cuadrada y cierto sentido del humor: contiguos, en la misma plaza donde está la iglesia, desemboca el paseo y se levanta el kiosko de música, están el "Bar El Cielo" y el "Café La Gloria". Así, tras cumplir con el precepto dominical, los hombres del pueblo podían ir al cielo o estar en la gloria, todo ello sin abandonar este mundo. Y un cartel fijado en el kiosko advertía a los propietarios (de vehículos, esto tachado con pintura) que perdieran aceite que debían abstenerse de aparcar en la plaza, recientemente renovada, para evitar su deterioro. También se mencionaba en el mismo sentido a tractores con aperos de labranza. El trazado de las calles y la arquitectura popular también contribuían a crear una sensación agradable durante la visita al pueblo. Y, si tienes la suerte de cruzarte con un agricultor veterano acompañado de su burro, mejor todavía: de esos (de los dos) van quedando cada día menos.

Paramos un momento para contemplar Cervera de la Cañada con los últimos rayos del atardecer. Sobre una pequeña elevación se sitúa una iglesia de ladrillo que se asienta sobre piedra, y una leve bruma se hacía ligeramente visible en el fondo del ancho valle. En http://www.aragoneria.com/zaragoza/cerveradelacanada/monumen.php he encontrado motivos para volver al pueblo y visitar su iglesia-fortaleza mudéjar.

Entre Calatayud y La Almunia de Doña Godina se presentó la niebla (más propio sería decir que nosotros nos presentamos en una zona de niebla, y todavía no hemos salido) y la conjunción de niebla, noche y ausencia de navegador GPS hicieron que a punto estuviéramos de conocer Luceni, tras haber atravesado la N. 232 y dejado atrás Gallur. Dimos la vuelta, volvimos a pasar junto a Gallur y, por la mencionada N. 232 enfilamos hacia Pamplona. Mi cuentakilómetros marcaba 14'26 y el del coche 405.

La gripe, el miedo al frío, los estudios y las tareas domésticas diezmaron las filas de mis acompañantes habituales. Probé con otro teléfono (no tratándose de alguien habitual podría resultar un poco violento el que personas desconocidas se encuentren forzadas a compartir durante horas el espacio reducido de mi coche), pero no hubo contestación. Tuve que vencer una estúpida actitud de pereza (tenía curiosidad, pero era reticente a los baches y al barro) para preguntar a Antxon si iba a salir con el quad (Antxon es un amigo que conozco de los tiempos de instituto, aficionado a la adrenalina, y quizás revele demasiado al decir que de esto pronto hará treinta años. Si sientes curiosidad o te interesan las piraguas puedes visitar su página http://www.urkankayak.com/). Quedamos a las nueve y media en su casa. Pocos minutos después recibía contestación a mi primera llamada: la ducha es de las pocas actividades que todavía nos permiten estar temporalmente incomunicados. Pero ya había quedado en firme con Antxon y me aguanté las ganas de rajarme y cancelar la cita.

Someramente advertido la víspera, el domingo busqué en mi fondo de armario las galas más adecuadas a la ocasión: habiendo escuchado que en una salida anterior uno de los participantes se encontró barro bajo la ropa interior, y todos habían comenzado su aseo en una gasolinera, con el chorro a presión del lavacoches, escogí un chandal grueso que se había librado por casualidad en la última limpieza, un impermeable que apenas he utilizado porque el sudor tiende a condensarse dentro, las botas de monte y un pantalón impermeable, el más barato que encontré el sábado por la noche en las rebajas de Decathlon. Antxon me prestó casco, gorro, gafas de ventisca, guantes y buff (bufanda tubular, http://www.buff.es)/. Sin nada de piel a la vista, como disfrazado de guerrero químico o bacteriológico, monté en el asiento trasero de su quad, me agarré y salimos haciendo ruido, seguidos por Iñaki. La primera vez que salimos de la carretera para llegar a una pista a través de un descampado, me agarré fuerte. Llegamos a una gasolinera y entre los que había y los que llegaron después se formó un grupo de siete máquinas, y todas repostaron.

Enseguida vi que toda la ropa era poca. También vi con cierta alarma que las pendientes, baches e irregularidades del terreno eran abordadas a una velocidad que se me antojaba excesiva, y en muy pocos minutos me encontré con las muñecas doloridas, por agarrarme con rigidez. Me tranquilizaba la certeza de que el conductor no tenía interés en estrellarse, y a medida que pasaba el tiempo y no sobrevenía el accidente me fui relajando. Por caminos desconocidos (que yo desconocía; los paseantes que nos miraban con hostilidad y la mayoría de los motoristas los conocían al dedillo) llegamos a un pueblo, que resultó ser Egüés. Noté que los viandantes también nos miraban raro. Rápidamente nos internamos por otro camino, subimos, y la niebla se fue disipando, dando paso a un paisaje especial: sobre un mar de nubes de apariencia sólida descendía con fuerza la luz solar y emergían algunas cumbres conocidas (Higa de Monreal, Izaga, y las que conocían ojos más paseados que los míos) contra un fondo azul intenso. La mayoría tenía prisa para ir a toda velocidad y volver corriendo, y no hubo tiempo de sacar la cámara. A partir de ese instante, casi toda la jornada transcurrió por alturas superiores a las de la niebla, aunque hubo descensos y pasos por zonas de barro y hielos. El barro que menciono no es el que mancha el bajo de los pantalones, sino el que, atrapándote la pantorrilla, te puede arrebatar el calzado. Cruzamos muchos tramos que sería imposible atravesar a pie sin que el agua se colase por encima de las botas, unas veces rápido y otras, las menos, maniobrando con delicadeza. Con todo, la velocidad era infinitamente superior a la que se alcanza a pie: de vez en cuando estiraba el cuello y miraba el cuadro del quad y alcanzaba a ver que, campo a través marcaba 30 y por pista de firme llano 40... millas por hora (unos 70 km./h.). Llegamos al alto de Erro por una pista donde yo ya había caminado, seguimos adelante, ascendimos, y se veían al frente las cumbres del Adi y del Saioa, y a la espalda las antenas del puerto de Erro, con sus bases bañadas por la niebla. Otra foto que no pude hacer. Descendimos hasta Linzoain y, por la carretera, llegamos a Erro. En el Hostal Erro consensuamos sin ningún esfuerzo tres bocadillos de tortilla de atún, una botella de vino y gaseosa para los seis que quedábamos (los horarios habían hecho retirarse a dos), y tan bueno nos supo que a los pocos minutos repetimos. Comimos fuera en atención a la limpieza del local y porque el sol nos templaba como a los jubilados en primavera. Por algo menos de 30 euros hicimos todo.

Luego regresamos y terminamos atravesando el Valle de Aranguren y nos dispersamos. Finalmente quitamos con agua a presión el barro de los quads y de los cuerpos. El lunes amanecí con agujetas en brazos, hombros, tobillos, piernas y glúteos, que continúan el martes y supongo se irán desvaneciendo a lo largo de la semana.

Hasta el domingo, cualquiera que me tirase de la lengua habría oído cómo echaba pestes contra los quads: vas por el monte y se acaba la paz cuando se oyen a lo lejos los ruidosos motores acelerados; luego pasan a tu lado a toda velocidad, con riesgo de arrollarte y disparando barro, grava y piedras; finalmente te pueden dejar salpicado o en una nube de polvo y gases. Quizás hubiera entre nuestro grupo alguno de esos salvajes, no lo sé, pero Antxon reducía mucho la velocidad al pasar junto a las personas. De todos modos, sentado a la grupa de su montura, notaba avergonzado cómo casi todo el mundo nos miraba mal, y lo entendía, porque fuimos sembrando ruido a lo largo de unos 100 kilómetros de caminos y pistas. No lo sentí por los cazadores: aunque seguramente el ruido producirá algún estrés en los animales, supongo que no será tan malo como el plomo. Ahora me sigue pareciendo una actividad muy contaminante, pero cuento con poder repetir la salida en breve. Soportaré mi vergüenza en solitario (y la compartiré contigo, indulgente lector) oculto tras el embozo total con el que se debe montar en quad.