DOMINGUERO

Viajes de fin de semana con origen en Pamplona

9.3.05

10/2005-Préjano y Calatayud

2 de marzo.

Mal hemos empezado. Hoy miércoles tenía una reunión en el centro. He tomado el autobús urbano, que iba bastante lleno. En la primera parada, un joven que iba sentado se ha bajado. Junto al asiento había dos mujeres, y no se han sentado. Poco después una se ha girado (yo estaba tras ellas, en segunda fila visto desde el asiento) y me ha dicho:

-¿Quiere sentarse?

He sentido un golpe que me ha hecho temblar. Hubiera preferido un pisotón o un codazo en las costillas antes que esas dos palabras, amables, dichas sin mala intención.
Hace ya muchos años que me llevé un susto parecido, la primera vez que un niño preguntó al veinteañero que entonces era yo:

-¿Me puede decir la hora?

Asumí pronto que los niños no siempre atinan calculando la edad de los adultos, y ya me fui acostumbrando a que los muy jóvenes me tratasen de usted. Pero lo de hoy ha sido peor. Venía de una joven que he supuesto cercana a la treintena, por lo menos pasados los veinticinco. He respondido que no, que me iba a bajar en la siguiente parada. Y he seguido cavilando, rumiando sus palabras. Uno o dos minutos después le he preguntado, si no lo soltaba se me iba a pudrir dentro:

-¿Qué, tan mayor parezco?

Se ha azorado un poco. Se ha dado cuenta que esa amabilidad automática ha podido ser interpretada como un insulto grave, ha podido lanzar una ofensa importante. Desde el primer momento he sido consciente de que lo que me ofende es cada uno de los días que pasan, que van dejando una huella imperceptible en nuestro aspecto externo, no el gesto amable de una joven que se va acercando al día en que otro más joven le quiera ceder un asiento. Por ello he contestado a sus disculpas entre sonriente y riendo abiertamente, lo más jovial que he podido, porque suponía el gran apuro que estaría pasando. Por suerte llevaba una buena capa de maquillaje y, si se ha ruborizado, era imposible saberlo.

* * * * *

El viernes 4 había concierto. Salí hacia las diez menos cuarto, y desde las nueve y media me estaban esperando para cenar en el Restaurante Asiático YAMAGUCHI, c/ San Roque 19, tel. 948 199 556. Pedí verdura variada a la plancha (3'50 euros) y solomillo de buey a la plancha (12'50), pero los siete todos fuimos probando de casi todos los platos (había uno llamado bola de arroz con pescado, 22 euros) y los acompañamos de un vino blanco Castillo de Monjardín que luego dio paso a un tinto Ochoa crianza porque, con la calefacción estropeada, el blanco frío no caía demasiado bien. Estábamos animados, en buena armonía, y cuando alguien preguntó su nombre al camarero, nos contestó que Ritchie. Nos explicó que su nombre chino se debía decir con apellido, y que para manejarse por Pamplona no resultaba cómodo. Ante nuestra insistencia, nos dijo que su nombre de pila era Mong, pero que traducido sonaba feo. Eso espoleó nuestra curiosidad aún más, y dijo que significaba flor sin abrir.

- ¡Capullo!, aventuré, y su risa y asentimiento lo confirmaron.

Con postres, cafés y alguna copa, la cuenta alcanzó los 265'35. Salimos, alguien desfiló hacia casa y los demás entramos en Merlín, justo al lado del restaurante. Es un local donde se reúnen colombianos, y además estábamos nosotros. Saludé a un par de conocidos y trabamos conocimiento con otros. Como el sitio no estaba incómodo (el mismo ruido iba a haber en cualquier parte), hacía frío en la calle y habían pasado varias semanas desde la última vez que estuvimos juntos, el tiempo pasó muy deprisa. Pese a que el local no estaba suficientemente ventilado, no consiguieron sacarnos con humo (y eso que muchos fumadores ponían todo su empeño), así que nos despacharon con amabilidad tras encender las luces para cerrar, cuando ya todo el mundo se marchaba. Serían más de las cuatro de la madrugada.

La excursión del sábado había sido previamente retocada para salir a las diez, pero se hizo necesario retrasarla más. Almorzamos en El Mirador, en Barásoain, y seguimos luego hasta Préjano. Allí nos dimos un paseo tratando de subir hacia la sierra, para ver los restos de la explotación minera en desuso, pero no encontramos el camino bueno. Yo dejé mi pulcritud en una pequeña cuesta: había que salvar un desnivel de poco más de un metro, y había dos puntos embarrados entre hierbas donde apoyar el pie. El primero ya estaba afianzado, pero el segundo, con barro, suela gastada, sin bastón y sin plantas donde echar la mano, ya lo veía muy comprometido. Tenía a mano una buena mata de aulaga (genista hispanica L., si miras la foto en www.botanical-onlilne.com/fotosgenistahispanica.htm verás por qué no me servía) que no iba a usar como apoyo y, o subía o bajaba. Di el paso, resbalé y me manché de barro pantalón y anorak. La cámara iba al cuello pero no se golpeó y apenas se manchó. Al segundo intento, con una mano tirando de mí desde arriba, subí. Anduvimos por antiguas terrazas de cultivo, donde hoy prosperan las aulagas, y me llené de arañazos entre los tobillos y las rodillas. Fuimos al pueblo a comer, a La Posada del Laurel, que es un bonito restaurante-casa rural que sirve preferentemente a la carta. Tuvieron que consultar acerca de si había menú (igual que la vez anterior), y de las dos opciones que ofrecieron pedimos como primero alubias y berza. Las alubias hubieron de volver para recalentar porque no llegaban a tibias. De segundo los dos pedimos calamares en su tinta, y también tendían a estar más tibios que calientes, y terminaron fríos. Como postre, arroz con leche y flan. El vino estaba bueno: Viña Valpuesta, de Graciela Valpuesta Zafrilla, 26850 (26850 es el código postal de Arnedo), y el pan estaba crujiente. El precio estaba bien: 18 euros en total. Nos dimos un baño termal de una hora. La ducha de la mañana había servido de poco, y sólo después de una hora de inmersión me desapareció el olor a humo. Para las siete menos diez estábamos en Pamplona, con tiempo suficiente para acudir a un cumpleaños. 273 km.

El domingo me levanté sin despertador, algo más tarde de lo habitual. Volvía a haber predicciones alarmistas, alerta por temporal en varias comunidades... Alerta por temporal suena más solemne, más contundente que una previsión de que puede llover, tal vez nevar y moverse aire, y que cuanto más arriba más nieva. Pero no quiere decir nada más. Éste está siendo el invierno de las alertas, y tengo la sensación de que las lanzan a los medios como para evitar que luego alguien, sorprendido por el mal tiempo en invierno (como es natural que suceda, que siempre ha sido así hasta que el aire acondicionado y la calefacción sofocante nos han invadido), se queje y trate de buscar responsabilidades. Sabido es que "nunca llueve a gusto de todos", y que danzas de la lluvia, conjuros y rogativas, influyen en el tiempo tan poco como los crecepelos en las cabezas brillantes. En fin, que lo normal es que en invierno haga malo (y para eso aprendimos a abrigarnos). Tanta alerta de las autoridades me ha vuelto un poco descreído. Tratando de evitar un bloqueo en las carreteras de Burgos, como el que atrapó a principios de este invierno a varios cientos de conductores, volví a coger la carretera del sur.

A la una menos cuarto estaba haciendo unas fotos de Magallón, y una hora después estaba aparcando en Calatayud. La luz era fuerte, llegaba sin ninguna atenuación, y el cielo era azul intenso. Todos los colores brillaban y estaba perfecto para hacer fotos. Un edificio antiguo se había convertido en el HOTEL HUSA MONASTERIO BENEDICTINO, que ofrecía un menú degustación (Cazuela de Migas San Benito - Tosta de Foie de Pato con Frutos Secos - Dorada al estilo Orio - Chuletas de Ternasco con Pimientos del Piquillo - Postre del Convento - Café - Vino y agua - 25 euros IVA no incluido) al que no entré. Junto a la puerta lucía con orgullo una placa: "Premio Gobierno de Aragón a la rehabilitación de edificios singulares del patrimonio arquitectónico de iniciativa privada 2004".

Pasé por la Puerta de Zaragoza ("Una de las entradas principales al recinto medieval. Reconstruida en el siglo XVII está flanqueada por dos torreones de planta cuadrada" También está a necesidad de alguna obra de consolidación y rehabilitación, eso salta a la vista) y me acerqué -eso sí, sin preguntar- al Mesón La Dolores. Dice la copla: "Si vas a Calatayud / pregunta por la Dolores / que es una chicha muy guapa / y amiga de hacer favores", y hace ya muchos años que estoy advertido de que en Calatayud es mejor no preguntar eso, que años y siglos de impertinencias de visitantes han dejado muy mermada la paciencia de los bilbilitanos. Ahora no sé cómo será; visitando www.ladolores.net se tiene la sensación de que lo asumen como un patrimonio cultural. En perso.wanadoo.es/beica/ también hay información histórica acerca del edificio, que perteneció a don Pedro Ignacio Jordán de Urriés y Palafox, Marqués de Ayerbe, donde hubo posada entre 1838 y 1963. Urriés, Palafox, Ayerbe y 1963 traen evocaciones o significan algo para algunos de nosotros. En La Dolores se come a la carta, pero tiene también un menú de 18'50 + IVA que preferí probar yendo acompañado.

Me dirigí hacia una esbelta torre mudéjar, y me encontré ante la Colegiata de Santa María la Mayor ("Edificio protobarroco, de comienzos del siglo XVII, con tres nave y coro central. Sustituye a otro anterior mudéjar. En el interior, retabo barroco y capillas con yeserías barroco-mudéjares"), que tiene una notabilísima Portada de Santa María ("Renacentista, labrada en 1528 en alabastro de Fuentes de Jiloca por Juan de Talavera y Esteban de Obray. Puertas de madera de la misma época."). Otro detalle monumental que no figurará en ninguna guía es la gasolinera, que conserva dos enormes mapas murales realizados en azulejo: la península ibérica y los alrededores de Calatayud, de casi 30 x 20 azulejos (4?5 x 3 metros) cada uno. Esto va desapareciendo y no se renueva. También tropecé con un cartel muy curioso. Colocado en un poste, con letras bien grandes, decía: "¡AVISO! SE RECOMIENDA NO ESTACIONAR EN ESTA CALLE CON RIESGO DE TORMENTA. EXCMO. AYUNTAMIENTO DE CALATAYUD".

Entretenido por unas cosas y otras, me vi en peligro de no comer. Hacia las tres entré en el Restaurante José María en Paseo Cortes de Aragón, de menú amplio. Elegí canelones gratinados y morcilla a la plancha, melocotón en almíbar, café y agua, y pagué 9'50. No era la primera vez que iba allí, ni será la última. Reemprendí la marcha a las cuatro menos veinte. Terrer (iglesia con torre mudéjar, ensayo en las afueras de cornetas y tambores) y Ateca (dos campanarios mudéjares, a cuál más inclinado) fueron dos breves paradas antes de abordar el objetivo de día: la carretera que une Ateca con Torrelapaja (A-1502) siguiendo el curso del río Manubles, afluente del Jalón, donde se encuentran Moros, Villalengua, Torrijo de la Cañada, Bijuesca y Berdejo.

Fotografié Moros desde la carretera: tiene un frente de casas asomado a un barranco y las ruinas de una torre defensiva. En Villalengua me di la vuelta cuando, al subir con el coche, las calles se iban haciendo más empinadas y estrechas. Me di un paseo por el pueblo, y me sorprendió un montón de frutos de PASSIFLORA que colgaban estropeándose sin que nadie los recogiera. Quedaban también algunas flores marchitas. Torrijo de la Cañada tiene unos restos de castillo en lo alto, dos iglesias, un lavadero cubierto, de aguas cristalinas, en perfecto estado de conservación y uso, un puente con una alta torre y una ladera llena de bodegas. Es un pueblo interesante, donde soplaba un viento helador y, puestos a empeorar las cosas, donde se puso a nevar. Cayeron algunos copos que no llegaron a cuajar ni a mojar nada pero que, amplificados por los avisos de temporal, me llenaron de inquietud. Seguí camino. Bijuesca tiene los restos de un castillo en lo alto de una peña y, a media altura, una iglesia. El nublado, que no la nieve, duraron hasta poco después de Berdejo, que tiene su castillo sobre su peñasco, y una iglesia en otro peñasco de menor altura. Se entra a Soria por el puerto de Bigornia, de 1100 metros, y allí el cielo estaba prácticamente depejado y en los campos se veían algunas pequeñas rayas blancas, donde algo más de nieve se había acumulado en algún momento. Seguí con carretera seca y me desvié hacia Ólvega y Ágreda, donde me detuve a fotografiar el ocaso, y ya desde allí volví derecho a Pamplona. Las obras de Campanas, con cortes alternativos de carretera, provocaron una cola de más de veinte minutos. 495 km.