DOMINGUERO

Viajes de fin de semana con origen en Pamplona

26.2.05

08/2005-Morella y La Oliva en solitario

El viernes asistí a una charla de Eloy Tizón. Se trata de un escritor nacido en Madrid en 1964 que publica poco pero escribe muy bien. He comenzado la lectura de su libro de relatos "Velocidad de los jardines".

El sábado salí un poco más tarde de lo habitual porque no tenía que recoger a nadie y me entretuve con el desayuno. Había pronósticos de mal tiempo y en Pamplona llovía, así que tomé dirección sur. Al cabo de una hora la lluvia había quedado muy atrás, y un cielo claro con sol brillante y algunas nubes muy blancas me acompañaron durante casi todo el día.

Esquivé Zaragoza por una variante trazada por el oeste. Al pasar por Fuentes de Ebro me llamó la atención una esbelta torre, de la que tomé nota para regresar otro día. De momento quería llegar más lejos y no quería empezar a pararme mucho. Pero la iglesia en la zona más alta de Quinto me atrajo más y pensé en aprovechar la parada para almorzar. Eran casi las once y media. Llegué con el coche hasta cerca de la iglesia, que estaba toda muy nueva y restaurada. Fotografié, sin leer, el panel explicativo. En casa he leído que el edificio quedó tan maltrecho durante la guerra civil que construyeron otra iglesia en la parte baja del pueblo. Luego consolidaron las ruinas y la restauración llegó entre 1996 y 2003. Eso explica la inscripción con trazo vacilante que se puede leer (el panel informativo se refiere a él diciendo: "Destacan en el ábside pentagonal los hermosos ventanales de traza gótica. Se cierran con yeserías y alabastro...") en uno de los ventanales: "JL L.G. AÑO 1998 F Q H 7 7 1998", con la peculiaridad de que el rabo de la letra Q apunta a la izquierda. La torre, con sus dibujos geométricos en ladrillo, resulta notable. La casa de cultura lleva el nombre de Jardiel Poncela (cuyo padre era de Quinto) que de niño pasó largas temporadas en el pueblo.

Quería atender también el cuerpo, y me dieron las doce comiendo un bocadillo de chorizo, empujado por una caña de poca cerveza con mucha gaseosa. Era de lo poco caliente disponible en el que parecía el único bar del pueblo: NIRVANA - CERVECERÍA - HELADERÍA - SNACK-BAR - CAFÉ-BAR - bonoloto, primitiva y quinielas. El ambiente era muy masculino: una docena de hombres, la mayoría entrados en años, acodados en la barra, tras la que encontraban algún aliciente. Allí se movía a sus anchas una camarera de menos de treinta, con unos vaqueros un poco rotos, zuecos azules, jersey de punto de color blanco bajo el que era imposible no reparar en un sujetador negro. Morena de cara, pelo moreno y largo atado atrás, labios perfilados con una raya fina más oscura, tal vez con un aporte de silicona, cejas depiladas semanas atrás, a las que regresaban los pelos arrancados. Completaban su sobria decoración unos pendientes de aro plateados, grandes, y un punto de indolencia que mostraba muy a las claras su absoluto dominio de la situación. Las mesas estaban cojas y bastante abandonadas, y sólo tras la entrada de una mujer, cuando yo ya llevaba allí un cuarto de hora largo, salió con una bayeta a recoger de una mesa unos restos viejos de pipas y patatas fritas. Los tres euros y medio que me cobró me parecieron ligeramente caros, pero como está tan lejos no tengo que pensar si volver o no.

En la plaza de España está a un lado la carretera, al otro el ayuntamiento, frente a la carretera la iglesia y frente al ayuntamiento el bar. En la acera del bar un montón de jubilados, las espaldas resguardadas del viento y el sol de frente, ven pasar la mañana. Un contenedor de basura sin frenar me golpea el coche. A las 12:20 salgo de Quinto. A las 12:30 paso por Azaila, donde un indicador anuncia un yacimiento palenteológico. No consigo dar con él, pero encuentro el vertedero. A las 12:45 paso por Híjar, que tiene una iglesia en lo alto que destaca sobre el conjunto del pueblo. Y diez minutos después me detengo a ver la alta chimenea que, en el horizonte, echa un humo blanco como si estuviera fabricando las nubes. No puede ser otra cosa que la central térmica de Andorra. Y en las afueras de Alcañiz me meto al supermercado a comprar ingredientes para un bocadillo, pensando en que así gastaré menos tiempo en comer. Pero como no tengo ninguna obligación, me dejo mecer por los acontecimientos y los paisajes: me detengo poco después para fotografiar la silueta de la iglesia de Alcañiz, con sus cuatro torres y cimborrio, y reparo en el HOTEL SENANTE RESTAURANTE (Ctra. Zaragoza 13, Tel. 978 830 550). A su izquierda está el concesionario Ford Senante S.L., y de la gasolinera contigua me atrevería a aventurar el apellido de algún accionista. Hay un menú del día con cuatro primeros y cuatro segundos por 10 euros, y un menú especial con el doble de opciones por 18, ambos IVA incluido. Me apetece más una menestra de verduras en el plato que el previsto bocadillo de jamón, y me meto.

La menestra estaba buena, y de segundo tomé manitas de cerdo con pisto. El cerdo no estaba del todo depilado, y un pelo más largo y moreno debía ser de alguien de la cocina. Comí con cierta aprensión, sin esforzarme por limpiar los huesos. De postre pedí mousse de chocolate, y acompañé todo eso con agua mineral. Antes de las dos y media estaba nuevamente en el coche y seguí avanzando, consciente de que al día no le quedaban demasiadas horas de luz y había que volver.

La iglesia de ladrillo y los tejados de Valdealgorfa se confunden con los tonos terrosos del terreno, donde sólo se ven olivos y almendros. Luego viene un empeoramiento de la carretera, que pierde anchura y arcén y gana mucho en curvas. Me costó bastante recorrer los últimos kilómetros, y poco después de las tres y media llegaba a Morella. El viento, que durante el viaje sacudía el coche, se cebó conmigo una vez que me vi sin protección. Llevaba encima mucha ropa y no pasé frío en el cuerpo (la cara, orejas y manos, como si fueran ajenas), pero me vi empujado y zarandeado. Aun con esas penalidades la visita merece la pena, y como no te voy a contar muchas cosas puedes visitar www.morella.net y www.dipcas.es/musesos/Cmorella/home.asp

Morella conserva toda la muralla que rodea la ciudad, con seis puertas y catorce torres. Sus calles mantienen el trazado antiguo y otros atractivos por los que su ayuntamiento y las cortes valencianas solicitan la declaración de Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO. Tiene además un alto peñasco donde, naturalmente, hay un castillo rodeado a su vez por otra muralla a media altura. Da la sensación de ser inexpugnable, y de hecho nunca fue rendido el castillo en ataque frontal o sitio. Durante la reconquista fue tomado por traición de los de dentro, y en las guerras carlistas Cabrera se hizo con él accediendo con escaleras de madera a través del excusado (bueno, el general recibió la gloria y algunos soldados cuyos nombres pronto se olvidaron serían los que bregaran con los excrementos aquel 25 de enero de 1838).

Aprovechando un hueco de la roca bastó una pared para construir el calabozo donde, según la tradición, estuvo preso el príncipe de Viana. Arriba del todo, a 1072 metros de altitud, la plaza de armas tiene un aljibe de la época romana con brocal medieval.

Algunas cosas curiosas que se ven desde lo alto son:
- la plaza de toros, dentro del recinto amurallado, aprovecha el desnivel del terreno para hacer las gradas en torno a media circunferencia, al estilo de los teatros romanos. La otra mitad carece de asientos.
- El campanario de la iglesia es una espadaña de dos pisos, con campanas nuevas (el bronce todavía brilla) dotadas de mecanismos eléctricos para voltearlas.
- El acueducto, con arcos ojivales.

La iglesia gótica tiene dos puertas a un lado. La mayor está siempre cerrada, y se accede por la pequeña, que tiene una decoración tan elaborada como las puertas principales. Cruzándola se llega a una estructura de madera con otras dos puertas a los lados, y en frente se puede ver el horario de visitas. En la puerta de la derecha había un papel con una chincheta (PROHIBIDO EL PASO), y a través de un cristal se veía una mesa con libros, folletos y recuerdos. Se veía de perfil a un fulano con bigote y gafas en actitud de leer, con una estufa eléctrica cerca de un costado. Ensartándolo en un pincho giratorio se podría hacer con él guripa "a l'ast". Y hablo de él con tan poca simpatía porque había entre las puertas una pareja detenida por el papel de la prohibición. Probé sin mucha convicción a girar el pestillo de la puerta no prohibida, pero no logré moverlo y me resigné a irme sin visitar la iglesia. Pero cuando me alejaba por la plaza vi que salía un grupo de turistas en los que me había fijado antes en el castillo, así que volví sobre mis pasos y vi que no había ningún obstáculo para entrar,.. ¡bastaba con empujar la puerta!. El vigilante había inutilizado la puerta de acceso más natural para evitar que le entrase frío con los visitantes y había puesto un cartel muy equívoco.

Ya en el interior, la visión es magnífica pese a las tinieblas reinantes. Hay un gran órgano barroco frente a la puerta, y un enorme retablo barroco que cubre por completo el ábside, incluyendo laterales y techo. Al coro, seguramente un poco más tardío, se accede por una escalera de piedra, decorada con relieves entre el pasamanos y los peldaños, que da una vuelta completa alrededor de una de las columnas principales de la nave central.

A las seis menos cuarto todavía estaba dentro del recinto amurallado, ya camino del coche. El coche se empezaba a mover a las seis, y tenía que desandar los 374 km. que había recorrido. Superé sin dificultad un control de carretera antes de llegar a Alcañiz (alguna ventaja tendrá cumplir años), y paré a echar gasoil. Ya eran las siete y cinco y era de noche. Ya sin más paradas llegué a casa a las diez y cuarto, habiendo recorrido 758 km.

El domingo salí también solo, hacia las nueve y cuarto. El cuentakilómetros del Peugeot marcaba 75.906 y tenía intención de quedarme más cerca. Eran casi las diez cuando tomé una carretera desde el polígono industrial de Caparroso hacia Carcastillo, y la lluvia de Pamplona y la nieve del Carrascal habían dejado paso al sol, que se colaba entre las nubes. Entré con el coche a Traibuenas, donde no parece haber nada que ver. En Santacara también me detuve: de un torreón queda menos de la mitad, más grueso por arriba que por abajo. En Murillo el Fruto hay estelas funerarias. Dos están en un jardín que rodea la iglesia, y hay tres entre los sillares, formando parte del muro por encima de la puerta, en una zona retocada con mucho más cemento que el resto. Unos carteles de tráfico de buen tamaño advierten con el correspondiente dibujo de la prohibición de circular en coche o moto "EN PLAZA AYTO. Y RECINTO ESCOLAR - SE SANCIONARA POR VALOR DE 90'15 euros". Si hemos de buscar culpables por la inflación asociada a la entrada del euro y los redondeos, no será en este ayuntamiento.

A las once estaba en el monasterio de La Oliva. Compré mi entrada y un estuche de tres botellas de tinto crianza (1'80 + 15 euros), dejé el vino en el coche y entré a la zona del claustro. El claustro está restaurado y desde él se accede a la cocina (S. XII), abierta y muy deteriorada, dominio de las palomas. Justo al lado, el espacio donde estuvo el refectorio, y a continuación el ausente scriptorium. En este punto se acabó la paz: un grupo de impresentables, comentando a gritos sus tonterías, me alcanzaron. Tal vez estrenaran las polainas, porque de otra manera no me explico qué hacían con ellas, perfectamente impolutas, puestas. "Con polainas y a lo loco", pensé. Me demoré un poco observando las canalizaciones de agua y dejándoles que siguieran a su ritmo para perderlos de vista cuanto antes. La sala capitular está provista de asientos y cerrada con cristal, supongo que la seguirán empleando. En el centro del claustro hay un pozo profundo y ancho, con paredes de sillar. Allí los visitantes han ido arrojando inmundicias de todo tipo, principalmente bolsas de plástico, botellas y latas. Otro elemento ajeno es el helecho llamado lengua de ciervo (phyllitis scolopendrium) que crece entre las piedras, en el lugar aparentemente más incómodo e inadecuado. La iglesia es grande, y el exterior tiene una decoración sobria, en la que destaca la fila horizontal de figuras situada encima de las arquivoltas y la minuciosa decoración vegetal de los capiteles. En la parte superior hay elementos neoclásicos (me sorprende una torre central con balcón) y las cigüeñas parecen encontrarlo todo en orden. Ya en el exterior reparo en lo bien planteada que está la portería: un gran arco de no menos de tres metros de profundidad resguarda la puerta de las personas y la de los carruajes. El espacio del torno ha sido tapiado y en su lugar hay un portero automático con cámara de vídeo. Y al otro lado de la carretera está la moderna bodega, junto a los viñedos.

Seguí mi mapa fabuloso (porque en ocasiones se da a la fabulación) y busqué en los alrededores de Sádaba el monasterio de Cambrón, con el mismo resultado que si manejara el mapa de la Atlántida, de Eldorado o de la tierra del Preste Juan. Probé por las distintas carreteras de acceso a Sádaba y vi a lo lejos un edificio moderno de ladrillo, con torre y campanario como de los años 60-70. Pensé que sería un monasterio moderno y me acerqué a comprobarlo. Al verlo de cerca me pareció un edificio abandonado a punto de entrar en la cuesta debajo de la ruina. En el piso de arriba faltaban la mayoría de los cristales, y las ventanas quedaban cerradas por unos ventanillos de madera ya muy atacada por la humedad. Un par de vehículos denotaban alguna presencia humana, y los carteles de la escuela-taller de rehabilitación me confirmaron el estado de abandono. Desde lejos vi que alguien había salido, y me acerqué a la puerta de cristal. Vi que dentro, cerca de una segunda puerta, había alguien. Empujé, entré, y vi a un hombre todavía joven sentado en el suelo.
- ¿A quién busca? - me preguntó.
Y, mientras yo preguntaba si no había por allí un monasterio, me iba situando como cuando emerges desde el fondo de una piscina: reparé en un pasillo lleno de gente y humo, volví a ver el hombre sentado en el suelo. Surgido de la nada se acercaba otro hacia mí con la mano tendida:
- Jefe, ¿me da un cigarrico?
Le contesté que no tenía, que no fumaba, y salí del manicomio muy impresionado.

A la una y veinte seguía dando vueltas por los alrededores de Sádaba para encontrar el mausoleo de los Atilios (he visto varias veces el cartel entre Sádaba y Layana) y el mausoleo de la sinagoga, este último particularmente esquivo. Seguí la dirección del cartel con flecha, para encontrarme en la carretera que discurre junto al canal. Nada más entrar, una señal de circulación prohibida que ignoré después de haber reculado una vez y comprobado que el cartel indicaba efectivamente por allí. Después de un trecho llegué a otro sitio donde había más señales de prohibido el paso excepto personas autorizadas. Salí a una pista de tierra y aparecí en otra de las carreteras de acceso a Sádaba. Me di por vencido, visité el mausoleo de los Atilios (queda una fachada de piedra bien trabajada y la pista de acceso es buena, la visita es inexcusable) y regresé a Sádaba. Encontré a un paseante y le pregunté por la dichosa sinagoga. Me dijo que era por donde había entrado, pero un poco más adelante, que no hiciera caso de las prohibiciones, que estaba difícil de encontrar porque algún gracioso había arrancado y tirado al canal el cartel que indicaba el camino de entrada... Hice otro intento, salí a otro camino de tierra y vi un coche entre los árboles que parecía vacío. Al acercarme, algo se movió dentro. Como supuse actividad de pareja y que mi llegada sería muy inoportuna, emprendí el regreso sin acercarme más. Molesto y contrariado, no quise comer en el pueblo y fui a Ejea de los Caballeros.

Pregunté por un restaurante chino y lo había. Se llama Río Ming y, como es habitual, en fin de semana no servían menús. Tampoco era grave, con una carta de precios ajustados. Los vinos se iban un poco de precio (especialmente para un conductor solo), pero el de la casa parecía asequible. Pregunté cómo era y el encargado arrugó un poco la cara y dijo que era un cariñena. Pedí cerveza. Junto al rollo de primavera ofrecían rollito, al doble de precio. Me dijeron que era más pequeño y más rico, y que venían cuatro en el plato. Llegaron sobre unos cuadrados de lechuga y con una tacita de salsa. Después de que me viera comer el primero con tenedor y cuchillo, el encargado me dijo que se podía envolver el rollito en la porción de lechuga, untar en la salsa y morder. También había pedido arroz con curry y ternera, empanadillas y brotes de soja fritos. El arroz estaba bueno (siempre está bueno), las empanadillas eran con pasta cocida, en cuanto las vi las reconocí, y la soja venía acompañada con unos trozos de cebolla. Quedé ahíto, sobró comida y pasé directamente al café. La cuenta no llegó a 15 euros.

Me abrigué bien y me di un paseo por la ciudad. La iglesia de San Salvador tiene un campanario con almenas y matacanes que la hace muy especial. La iglesia de la Virgen de la Oliva estaba abierta, pero con un funeral a punto de empezar no me pareció oportuno entrar. En este caso la torre del campanario no se eleva más allá de uno o dos palmos sobre el cuerpo central. Me entretuve más tiempo junto a la iglesia de Santa María. Las cigüeñas invaden su torre mudéjar (en una foto me salieron doce, y había más) y se acumula guano y algunas ramas traídas para los nidos. Con el viento que hacía, algunas volaban de lado y otras permanecían suspendidas en el aire un buen rato antes de posarse. Entre ellas la proximidad también provoca roces.

A las cinco y media paré a hacer una foto (quizás la última) al único paño de muro que queda en pie de una torre entre Ejea y Erla, de lo que fue el castillo de Santía. Un poco más adelante está el castillo de Paúles, reconstruido en 1926. Luego entré con el coche a Erla y pasé bajo un arco ojival de una construcción anexa a la iglesia, que supera por mucho la altura de su tejado pero no alcanza a la del campanario: se trata de la torre de Señorío, del S. XV. (www.cepymearagon.es/usuarios/erla/iglesia.htm, más fotos en www.cepymearagon.es/usuarios/erla/album.htm)

Luego entré hacia Luna, por donde pasé a las seis y cuarto. Diez minutos después me paré en el castillo de Villaverde, que es un torreón de sillares muy bien conservado situado entre la carretera A-1103 y el río Arba de Biel. Cerca de las siete menos veinte hice unas fotos de El Frago desde la carretera. Creo que merece una visita más detallada. En el siguiente cruce tomé hacia Luesia y ya de noche fui a Uncastillo, Sádaba, Carcastillo, Santacara. Al entrar en Pamplona se presentó la nieve. Llegué a casa justo doce horas después de haber salido, y el coche hizo 368 km.

17.2.05

7/2005-Luezas y Veruela

Empieza el fin de semana con el séptimo concierto de abono de la Orquesta Pablo Sarasate. El programa resulta corto de duración, pero con obras seguras. En la primera parte, de Johann Christian Bach, la sinfonía nº 6, y luego de su padre Johann Sebastian la suite para orquesta nº 3. En la segunda parte, sinfonía nº 3 "Escocesa" de Felix Mendelssohn-Bartholdy. Actúa como director invitado a Robert King (1960), que dirige con precisión y expresividad.

El sábado salimos hacia las ocho y media, y esta vez tomamos la carretera de Logroño. Cuando terminen la autovía se notará una enorme mejora: por un lado, el doble carril y el trazado menos virado de la carretera; por otro, el fin de los desvíos provisionales, de las rectas con visibilidad pero con raya continua a causa de las obras, y de los cortes de carretera como el que nos tuvo detenidos unos veinte minutos...

Paramos a almorzar en las afueras de Logroño, a la entrada del hiper Carrefour del centro comercial "Las Cañas". Elegí una de esas tortillas rellenas, una que llevaba algo de ensalada y también chaka con mahonesa, que estaba sin estrenar pero con los cortes ya marcados. La camarera, con acento, me preguntó si la quería caliente. Yo sé que esas cosas no se calientan, pero gracias a que ella lo ignoraba le dije que sí, que la calentase un poco. No era cuestión de andarse con tonterías, estando en unos días bastante frescos.

Nos acercamos a Logroño y, sin entrar al centro, buscamos la salida por la carretera LR-250, pasamos por Ribafrecha y Leza de Río Leza, bajo Trevijano, rozamos Soto en Cameros y tomamos el desvío que indicaba "LUEZAS 7". La carretera asciende entre curvas y, en algunas zonas sombrías quedaban placas de hielo. Finalmente apareció un pueblo pequeño, con unas pocas casas arregladas, otras en ruinas y una de nueva planta en construcción. El mejor edificio del pueblo, la iglesia del S. XVI, se mantiene en pie pero está herido de muerte: carece de tejado y la bóveda de piedra ha empezado a ceder y presenta un agujero que no estaba el pasado verano. En lugar de puerta había unos hierros de andamio sujetos con cuerda a unos maderos, que impedían la entrada de visitantes y la salida de una vaca con su ternero que el avispado ganadero había confinado allí. En la parte trasera el suelo estaba irregular, por los escombros de la mitad del coro que ya había caído; en el resto estaba llano, pero todo oculto por varios dedos de barro, paja y estiércol. Las piedras de la bóveda estaban verdosas, de los líquenes que prosperaban gracias a la humedad, y en muchos puntos caían goteras.

Visto ya el pueblo nos dedicamos al deporte. Comenzamos a caminar a las once y media, subiendo hasta un collado próximo y después hacia la cumbre que tiene un vértice geodésico. El paisaje nevado de los montes de alrededor quedaba ligeramente empañado por la incomodidad del viento, aunque no era tan violento ni tan frío como el que estamos teniendo entre semana en Pamplona. Regresamos al pueblo hacia las dos, y topamos con un individuo al que la soledad se le debía hacer insoportable. O quizás era por tener pocos dientes, que las palabras no se le sujetaban en la boca y salían en tropel al exterior. Gracias a él obtuvimos alguna información, aunque la pagamos cara: se hizo tarde y las mejores opciones de comida desaparecieron. Nos dijo que "Medio Ambiente" había quitado el tejado de la iglesia, y que por eso eran responsables de su deterioro. La vaca y el ternero, que resultaron ser suyos, serían así vigilantes y garantes de la conservación del edificio. Insistió en acompañarnos al templo, que libre ya de ganado se podía ver mejor, y nos acompañó por una espléndida escalera de caracol hasta el campanario.

Cogimos el coche en torno a las dos y veinte y todos los restaurantes conocidos quedaban lejos. Recordé haber visto en verano un cartel anunciando comidas en el casino de Soto en Cameros, y allí fuimos. Sólo ofrecían un plato combinado (tocino, pimientos, patatas fritas y lomo o hamburguesa), y eso esperando un rato. Nos conformamos y pasamos a un salón contiguo, con grandes ventanales y salida a una amplia terraza. El diario "LA RIOJA" nos entretuvo a partir de las 14:45, pero nada podía distraerme de la actividad que bullía en torno a la mesa de detrás. Había cuatro adultos con otros tantos niños; unos hablaban, otros gritaban, a ratos corrían o saltaban, iban y venían, y las palabras "paz" o "sosiego" no caben al hablar de la espera ni de la comida. Si a este frenesí añadimos la elasticidad de las vigas, se entenderá con facilidad que en pocos minutos decidí no repetir la visita a ese lugar salvo trance de muerte o similar. No es que el suelo temblara, es que cedía al peso de un adulto caminando con cuidado o al de un niño andando o correteando con naturalidad, y cada vez que pasaba alguien por detrás (y eso era casi continuo) notaba cómo se balanceaban mi silla, mi cuerpo y la mesa. El resto de las mesas estaban libres, por lo que no temí que el suelo se fuera a hundir, pero en algún momento me abandonó la sensación de seguridad. Finalmente llegaron los platos. El pan y los sabores estaban bien, pero los pimientos habían caído del bote tal cual, conservando la temperatura del frigorífico. Para beber pedimos agua y un par de tintos, y éstos los sirvieron en una copa pequeña llena sólo hasta la mitad, como si fuéramos de chiquiteo.
Luego los cobraron largos, porque los dos platos combinados de 7 euros, adornados con una botella de agua, dos tintos pequeños y dos cafés lograron sumar los 21 que dijo la mujer sin pestañear y sin entregar papel de ninguna clase. Ese indicio y una evidencia (la tarjeta de minusválido en el coche que relacioné con las secuelas de la polio en el camarero) me mostraron que el BMW 525 tds aparcado junto a la puerta era el vehículo del gerente. Él nos preguntó qué tal habíamos comido y, por no detallar todos los inconvenientes, me referí únicamente al pan y al lomo y respondí que bien.

Dimos una vuelta por el pueblo, que se merece una visita de una o dos horas, quizás más. Hay varias ruinas, solares que en su momento debieron ser casas, y quedan en pie muchos ejemplos de arquitectura popular, con paredes de adobe reforzadas con maderos, voladizos, pasajes, todo ello sobre un terreno empinado e irregular, con un arroyo que atraviesa el pueblo para desembocar en el río Leza, que también exige su puente cerca de la plaza. En la Plaza de Juan Esteban Elías está el casino. Delante del casino hay una fuente de 1857 con seis gruesos caños de los que mana el agua a través de unas cabezas con bigote bastante graciosas. Sobre ellas una placa reza: "EN ESTE DIA, GRACIAS A LA VALIOSA AYUDA DE LA FAMILIA GRANDES ANGULO Y AL ESFUERZO DE LOS VECINOS, SE INAUGURA EL SERVICIO DE AGUAS A DOMICILIO. SOTO EN CAMEROS 8 SEPBRE 1969". Como en esa época yo andaba en pantalón corto, no se me hace un tiempo tan remoto. En el centro de la plaza se eleva un pedestal de piedra, y sobre él una estatua de bronce a tamaño natural. Pone: "A D. JUAN ESTEBAN DE ELIAS FUNDADOR DE LAS ESCUELAS DE SOTO. 9 DE SEPTIEMBRE DE 1920". Frente a la estatua hay un edificio de sillar y ladrillo, con soportales, y una placa de piedra donde se lee "PLAZA DE LA CONSTITUC." Junto a la puerta un azulejo solitario dice "Y ESCUELAS DE YNSTRUC-ON PRIMÁRIA.". Sobre la puerta, una pequeña placa de mármol recuerda "A D. JUAN ESTEBAN DE ELIAS EL PUEBLO AGRADECIDO." La puerta estaba abierta y entramos al zaguán, donde una placa esmaltada atornillada a una puerta cerrada advierte: "SE PROHIBE ENTRAR EN ESTE LOCAL BAJO LA MULTA DE 2 PESETAS". Y, para terminar con los escritos, pintado directamente sobre la piedra, hay en el mismo edificio otro texto antiguo: "SE PROHIBE LA ENTRADA DE CARRUAGES Y CABALLERIAS POR PORTALES BAJO LAS MULTAS DE 20 Y DE 4 REALES RESPECTIVAMENTE". Todo un viaje al pasado y a sus precios.

Salimos de nuevo a la carretera con dirección Soria. Pasamos por Terroba, San Román de Cameros y abandonamos la carretera secundaria para entrar por una terciaria hasta Vadillos. Y ahí dejamos la carretera para tomar una pista que atraviesa el monte y desemboca en Larriba, y en Zarzosa se recupera la carretera a 7 km. de Munilla, y 9 km. después está Arnedillo. Antes de aventurarnos consultamos con uno que bajaba a pie por la pista, y nos dijo que el firme era bueno para ir con un coche normal. También nos contó que era dueño de unas doscientas cabras (y una más desde hacía unos minutos), y que los pocos que quedaban en el pueblo llevaban una vida muy dura. Comenzamos a subir la cuesta y pronto vimos una cabra, con el cabrito recién nacido en el suelo. Lo vimos ponerse en pie, dar los primeros pasos, y buscar la ubre ayudado por suaves empujones con la pata o el hocico de la madre. Los siguientes veinte minutos fueron largos. En general la pista era muy buena, con partes de cemento, pero había algunas zonas de barro blando y otras de nieve vieja pisada que eran puro hielo. La velocidad iba muy controlada, quizás tendiera a ser escasa, pero en algún momento puntual perdí tracción y dirección, aunque no la calma. Decidimos dar la vuelta en Torremuña (muchas casas hundidas, unas pocas con tejados nuevos, la iglesia ahora en ruinas estaba bien hace 25 años), porque la pista todavía ascendía unos pocos cientos de metros antes de alcanzar el otro lado del monte, y habría sido imprudente buscar más placas de hielo. Queda pendiente ese recorrido para el verano.

Hicimos el camino inverso hasta casi llegar a Logroño y luego pasamos por Murillo del Río Leza, Galilea y Corera, Ausejo, El Villar de Arnedo y Arnedo. Llegamos a Arnedillo, nos dimos un baño y regresamos a Pamplona pasando por Calahorra.

El domingo teníamos pasajera nueva. No hablaré mal de ella, porque cuando lo lea se podría enfadar, ni bien porque conviene mantener un poco de discreción y preservar la intimidad. Mari Carmen hubo de esperar a la intemperie diez minutos por encima de la hora prevista porque a Maribel no le sonó un despertador que no debió poner bien la noche anterior. Sos, fiel a su costumbre, nos hizo esperar aún más, pero no perdimos el buen humor y nos echamos a la carretera a punto de dar las nueve.

Paramos en Cascante a ver la Basílica del Romero (www.cascante.com/arte/#romero). Luego seguimos hasta Tarazona, donde paramos a almorzar en un lugar que anoto para volver: bar Visconti, en una calle que desemboca en la plaza-rotonda. Tomamos tres cervezas con gaseosa, una ración de patatas a la brava, dos pinchos de tortilla, dos torreznos, un trozo de chorizo frito con un fuerte aroma que Maribel identificó como laurel, y no recuerdo si algo más, por 13 euros. Entramos a las once y para entonces la barra ya estaba cubierta de platos con muy diversos alimentos (mejillones, embutidos, tortillas, patatas, pimientos...).

Llegamos al monasterio de Veruela poco antes de las doce, y nos unimos a la visita guiada que empezaba a la hora en punto. Te puedes hacer una idea visitando www.dpz.es/cultura/veruela/veruela.htm. A lo largo de una hora la guía nos fue explicando muchas cosas. De todo ello me llamaron especialmente la atención algunos detalles:
- opus spicatum es el nombre que se da a la técnica constructiva consistente en colocar piedras inclinadas en un sentido, y en la hilera siguiente inclinadas en sentido contrario. Pueden alternarse con hileras dispuestas horizontalmente y, aunque me cuesta creerlo, dijo que de esta manera se logran muros más estables que los levantados con sillares. Se trata de una técnica romana, de la que puedes saber algo más en centros5.pntic.mec.es/ies.lucia.de.medrano/CBG/opus.htm y en www.cnice.mecd.es/eos/MaterialesEducativos/bachillerato/arte/arte/x-antigu/rom-mate.htm
- el monasterio contaba desde el S. XIII con una letrina, bajo la que pasaba una canalización de agua que se llevaba lo que caía.
- hubo un abad en el S. XVI, Lope Marco, que dejó una gran impronta en el monasterio, reformando y construyendo dependencias e instalaciones (a él se debe la torre octogonal levantada en 1544 a la entrada). Al parecer, gastó en obras por encima de las posibilidades, llegando a reducir tanto el presupuesto de alimentación que algunos monjes habrían muerto a causa de esas privaciones obligadas, y el abad estuvo por ello en prisión. En el exterior del monasterio, a ambos lados de la puerta, bajo sendos grupos de escudos heráldicos, se puede leer: "ILLVSTRISSIMI.D.FERNINADI AB ARAGONIA ARCHIEPI CAESARAVGVSTANI VIVETIS AETERNAE MEMORIAE HOC MONVUMENTVM PERPETVO POSITVM ESTO" y "D.LVPVS MARCO ABBAS HAEC MOENIA A FVNDAMENTIS CONSRVI FECIT SVB CAROLO.V.RO.IMP.PAVLO.III.PONT.MAX.ANNO A CHRISTONATO.1544"

Y, además de los datos, nos ofreció un par de perlas del lenguaje:
- habló un par de veces de unas "oberturas", refiriéndose a agujeros con función de chimenea en el techo de la cocina. Espero que no busque aberturas al inicio de óperas y sinfonías.
- y, en otro lugar, nos dijo que "el techo del dormitorio se quemó, no se sabe si fortuita o accidentalmente". No es por accidente que yo lo recuerde, sino porque tenía la libreta a punto.

Pasada la una salimos del monasterio y fuimos a comer al restaurante Mari Carmen de Matalebreras (el que está junto a la gasolinera). De primero tomamos garbanzos, sopa de fideos y sopa de ajo, que encontré buena. De segundo, picadillo de cerdo, manitas de cerdo y morcilla, también todo bueno. De postre, natillas y cuajada, y para beber agua, tinto y gaseosa. En cuanto vi que traían el "Monteviejo Restauración" supe que no habría ningún problema con la bebida, y así fue: entre los cuatro no pudimos beber más allá de los dos tercios de una botella de tres cuartos de litro. La gaseosa, naturalmente, se agotó.

Repostamos también gasoil y tomamos el cruce que lleva a San Pedro Manrique. Vimos de lejos la torre defensiva de Trébago, y, al ver de refilón el castillo de Magaña, di la vuelta y entramos al pueblo. En www.castillosdesoria.com/magana.htm puedes ver fotografías antiguas del castillo. En un rincón del frontón, tirado en un charco de sangre, había un cérvido. Otro estaba dentro de un remolque, y a poca distancia había también un jabalí. La docena de cazadores que asaban carne cerca de allí resultaba particularmente visible, ataviados de camuflaje como paramilitares.

Seguimos camino y la siguiente parada fue en el yacimiento de icnitas (huellas fósiles, en este caso de pterosaurio) de Valdelavilla, pero con aquel frío no se veía nada. Hicimos otra parada en Matasejún, pero desistimos de las icnitas porque el camino hasta el yacimiento estaba muy embarrado. Después nos desviamos de la carretera para llegar por una pista a Sarnago. Vimos, sin entrar en el pueblo, que había muchas casas en ruinas. Pasamos por San Pedro Manrique sin detenernos y a las cinco y media estábamos en Yanguas, donde vimos el castillo, las puertas de la ciudad, sus calles y el frío que hacía. Una hora después habíamos llegado al yacimiento de pisadas de dinosaurio de Munilla. Las vimos rápidamente y bajamos a tomar algo en el casino del pueblo, que está dotado de calefacción. La siguiente parada fue más larga, en las aguas termales de Arnedillo, que la mitad de los viajeros se quedó sin disfrutar por problemas de salud y de previsión. Terminamos el baño cuando empezaba a llover, y durante el viaje de vuelta, lluvia y viento arreciaron de tal forma que no quedó rastro en el coche de las salpicaduras de barro de la víspera. Llegamos a Pamplona cerca de las once porque conduje sensiblemente más despacio debido al mal tiempo.

El sábado caminamos 10 km. y el coche anduvo 416. El domingo apenas anduvimos, pero el coche hizo otros 430 km.

P.D.: la experiencia con la nueva pasajera resultó positiva, supongo que repetiremos. En su momento tuve que contarle por encima el plan, y aproveché para recordarlo a los otros pasajeros habituales. Así pues, con fecha 19 de enero, les envié este mensaje. No es tan exhaustivo ni tan importante como la Constitución Europea, pero tiene la ventaja de no ser tan largo.

Hola,

recién empezado el año me he reunido conmigo mismo y entre todos hemos redactado este breve corpus normativo que entra en vigor en este preciso instante. Y para que lo conzcas y lo acates sin rechistar, ahí va. Espero que nos veamos pronto.
- el 6 de febrero ya lo tengo ocupado.
- podré cancelar o declarar "día sin excursión" cualquier sábado, domingo o día laborable por razones de salud, agenda, conveniencia o cualquier otro motivo, incluyendo participar como pasajero, guía o en solitario en otras actividades
- hay varios pasajeros habituales, aunque hasta ahora no se han presentado problemas de "overbooking". En ese caso, quizás hubiera que pensar en dos coches, y para evitar problemas de última hora prefiero saber si me acompaña alguien preferiblemente en la primera mitad de la semana. - mi coche tiene cuatro cinturones de seguridad. Prefiero llevar tres pasajeros, aunque excepcionalmente podrían ser cuatro. En ese caso (no sé cómo está ahora la normativa de tráfico) me desentendería totalmente de una posible multa para el quinto pasajero sin atar. En cualquier caso, en miles de kilómetros no hemos sido objeto de revisión. En trayectos largos, que casi siempre tienden a serlo, tres adultos atrás van prietos (y si en vez de adultos va algún niño, entonces yo voy tenso)
- Y, finalmente: quedan prohibidos los motines a bordo. Admito mal quejas y lamentos. Ningún restaurante me pasa comisión, por lo que las críticas acerca del menú no pueden venir contra mí. Trato de conducir sin brusquedad, pero los baches y las curvas no los pongo yo; si alguien vomita deberá asumir la limpieza de alfombras y tapicerías (entendiendo que, avisado con antelación razonable, intentaré parar en el arcén para evitar ese desenlace extremo). Es conveniente llevar el equipamiento necesario, para lluvia o sol intenso, para frío y para baño, calzado cómodo y buena presencia de ánimo. Aunque pongo especial celo en ello, es posible que alguna vez se pase la hora de la comida (hasta ahora no ha sucedido). Se puede aportar algún CD para escuchar durante el viaje, pero me arrogo el derecho de veto, incluso la facultad arbitral si hay desacuerdo entre los pasajeros. La planificación o improvisiación cultural, recreativa, paisajística o gastronómica no tiene por qué dar resultados al gusto de todos (ni siquiera al mío), y sobre este extremo sólo se admitirán los comentarios favorables. La puntualidad es un adorno que no cuesta dinero; intento ser puntual y podrá llegar el caso en que algún pasajero impuntual se quede en tierra, como escarmiento ejemplarizante. En caso de pinchazo, avería, accidente o cualquier imprevisto de la índole que sea se espera una conducta participativa por parte de los pasajeros. Quedan expresamente prohibidas todo tipo de conductas que interfieran, estorben o molesten al conductor, incluidas las frases del tipo "No corras tanto", "Corre más", "Adelanta", "No adelantes", "Ten cuidado", "Aparca ahí", etc.
- Disposición adicional: sobre lo no contemplado arriba obraré y decidiré según mi criterio y voluntad.
La participación en esta actividad implica la aceptación de estas normas y de las que me pueda inventar sobre la marcha. En caso de duda, acúdase al refranero: "Donde manda el amo se ata el burro, aunque se ahorque".

}:-DDDD

8.2.05

06/2005-Munilla y Cinco Villas

El jueves 3 asistí a una deliciosa conferencia "Cuatro lecciones con Francisco Jarauta. La tensión de la forma: lecturas de la Historia del Arte." Cuarta lección: Expresionismo: de Kandinsky a Klee. Bajo ese título aguardaba una disertación amena sobre tema tan arduo, ilustrada permanentemente por diapositivas. Asistimos al nacimiento de la abstracción pictórica guiados por alguien que apreciaba profundamente las obras que iba presentando, y que transmitía su entusiasmo por todas y cada una de las pinturas. Aunque todavía estoy lejos de apreciar valores unánimemente reconocidos como Barceló, quizás haya avanzado algún pasito en esa dirección.

El sábado 5 tenía el plan de costumbre: mover las piernas y los ojos. El almuerzo fue en Cafetería Las Navas, de Calahorra, de 10:00 a 10:30. De 11:30 a 15:00 caminata por los montes de Munilla, entre el yacimiento de huellas de dinosaurio y el parque eólico. Había restos de nieve por el monte y barro de la calidad más deslizante en algunas zonas de la pista. Justo al lado de las icnitas el coche empezó a patinar y dejó de subir, así que lo dejé caer marcha atrás y aparqué fuera de la curva. Mientras me ataba las botas vimos subir a toda velocidad un coche azul cubierto de salpicaduras de barro. Cuando abordó la curva yo ya lo veía rodando por la ladera, pero la tomó con pericia, salió rápido de ella y entró y salió en un instante de la zona embarrada que a mí me había atrapado. Le calculamos a ojo unos 50 kilómetros/hora, y una buena cantidad de adrenalina en el torrente sanguíneo. Y tomé nota: a cierta velocidad el barro no se pega a las cubiertas (yo tenía una capa de dos dedos de barro y piedras rodeando las ruedas), pero creo que no pondré en práctica ese aprendizaje, que un patinazo ahí se resuelve con un golpe grande o infinidad de vueltas de campana, según a qué lado sea. Tomamos la pista a pie y llegamos finalmente a la cresta y a los molinos de viento (bueno, aerogeneradores). Como la pista daba un poco de rodeo, quisimos atajar a la vuelta y conseguimos justo lo contrario. Recuperamos la pista, llegamos al coche y nos presentamos en el casino de Munilla para encontrarnos en la puerta un papel: "Cerrado hasta el 11 de febrero". Sopesando horario, calidades y precios, optamos por el Asador Tiburcio, en Herce, y tuvimos suerte. Nos sentamos pasadas las tres y veinte y pedimos del menú lo mismo. De primero macarrones, buenos. De segundo, pescadilla. No diré que estuviera mala, pero mucho menos que me supiera buena. Desde el plato, la pescadilla miraba entre hostil y resentida, la boca abierta mostrando los dientes y los ojos arrugados pero clavándose fijamente. Al paladar estaba... ausente. La habían cocinado cocida y no sabía a nada, para bien ni para mal. De postre, arroz con leche, casero, bastante espeso, con canela, bastante bueno pero para mi gusto demasiado frío. 2 menús a 10 euros, 2 cafés a 1 euro, 7% de IVA, total 23'54. Seguiremos volviendo a ese restaurante y yo procuraré no picar con la pescadilla.

Satisfechos por la caminata, próxima a los 16 kilómetros, nos dimos sin remordimiento un paseo en coche: entramos en Peroblasco. En una pancarta visible desde la carretera se leía "IGLESIA, AGUA, INTERNET, SOLUCION". La iglesia estaba en ruinas y los restos que permanecían en pie amenazaban con aguantar poco y llevarse a alguien por delante; el resto de los problemas son fáciles de imaginar aunque no veo cómo conseguirán las inversiones necesarias para las autopistas de la información cuando a la carretera no le llegan remiendos para los baches, ni siquiera pintura. Pasamos por Enciso y paramos en El Villar, Poyales, Navalsaz. El Villar está muy abandonado, y se ve que en fechas recientes se han arreglado varias casas como vivienda para fines de semana o vacaciones. Sobre la espadaña de mampostería de la iglesia en algún momento del siglo pasado (el XX ha sido el más bárbaro hasta el momento, ojalá no lo superemos en el XXI) perpetraron un añadido de ladrillos revocados con cemento en forma de dos ridículas torrecitas con unas minúsculas almenas tras las que se podrían proteger únicamente muñecos de guiñol. El resto del pueblo conserva, mientras sigan en pie, bellos ejemplos de arquitectura popular. Lo mismo encontramos en Poyales. Todas las formas de vida que allí encontramos eran un gato que se acercó a la carrera en busca de mimos. Poco después apareció una perra negra, y ambos nos acompañaron durante el recorrido por el pueblo. Era como si la soledad de aquel pueblo, con la iglesia y buena parte de sus casas en ruinas, hubiera forzado al can y al felino a colaborar de alguna manera en vez de mantener las hostilidades. Una pequeña excavadora de color morado estaba allí, pero claramente fuera de lugar. Sabiendo que carezco de magnetismo natural (mis fracasos de adolescencia y juventud con las chicas son un argumento incontestable), sólo en la profunda soledad de aquel lugar encuentro explicación al siguiente hecho: me puse a orinar en un rincón, sobre la nieve, y enseguida se acercó la perra y olfateó. Cuando yo me apartaba ella se agachó y orinó allí mismo, y ya se acercaba y me rodeaba a mucha menor distancia que antes, tanto que tuve cuidado de evitar que se montara en el coche conmigo. Ignoro si su corazón perruno se sintió abandonado, pero (como alguien dijo) lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Llegamos a Navalsaz casi sin luz. Tienen una iglesia en pie y otra en ruinas, y se veían algunos coches y unas pocas personas.

Tomamos el camino de regreso y paramos en Arnedillo, donde estuvimos entre las siete y las nueve.
Durante el baño distinguí la silueta de un peinado característico, y al poco estábamos en animada conversación con Asun y Pedro, con quienes el tiempo pasó muy rápido. Hacia las diez y media estábamos en Pamplona.

Domingo 6. Tras preparar la excursión con un mes de antelación, haber presentado seis posibles rutas y confirmar el viernes lugar y hora de la cita, llegó el momento. Había quedado con un compañero de estudios de los remotos tiempos del bachillerato y su mujer. A la hora convenida, las nueve, aparece ella sola. A él se le alargó una comida y a punto estuvo de sorprenderle el alba de regreso a casa, si hubiese sido verano habría necesitado las gafas de sol. Se quedó durmiendo como un angelito y sin él nos fuimos a ver piedras.

A las diez estábamos viendo la iglesia-fortaleza de Ujué. La visita resultó breve porque, con niebla y lluvia, no se divisaba nada desde aquella atalaya, y hacía un frío que pelaba. Seguimos camino hacia Sangüesa, donde llovía ligeramente. Vimos la portada románica de la iglesia de Santa María, algunos palacios barrocos y los pinchos del Bar Landa, que merecen repetir visita: los mini-bocadillos de tortilla de chistorra y de tortilla de gulas nos templaron el cuerpo y seguimos viaje con una visión más optimista del mundo. Ya estaba bien de ver cosas bonitas, así que camino de Sos del Rey Católico quise mostrarle el que considero el pueblo más feo en cien kilómetros a la redonda, y nos asomamos a Campo Real. Y ya llegamos a Sos del Rey Católico, que visitamos con algo más de detenimiento. De Sos del Rey Católico fuimos a Uncastillo, y hubo un tramo en el que había varios dedos de nieve en la carretera. Vimos algunas iglesias, dimos una vuelta alrededor del castillo, entramos a comer a CASA FORTÚN. Fuera anunciaba un menú de 12'50 + IVA que resultaba bastante adecuado, del que elegimos:
- Ensalada ilustrada / Pastel de verduras. La ensalada era grande y variada y el pastel de verduras llevaba guisantes, champiñones, zanahoria, etc., todo ello ligado con huevo y servido con una salsa muy suave.
- Pechugas de pollo con salsa roquefort y patatas panaderas / Rollitos de calamar con tocino y verduritas. El pollo estaba bueno y no tenía ningún misterio, pero los rollitos me resultaron muy novedosos. Unas tiras de calamar estaban envueltas en una loncha de tocino, y todo ello frito y acompañado de verduritas también fritas. El resultado final era armonioso, una agradable sorpresa.
- Tarta de queso, casera, buena.
- El vino no se merecía echarle gaseosa, se podía beber bien solo. Era un VIÑA COLLADO, de Crianzas y viñedos Santo Cristo, S. Coop., de Ainzón (D. O. Campo de Borja). También bebimos gaseosa y agua mineral.
- Y para antes de comer pedimos un poco de morcilla para picar. Nos pusieron cuatro ruedas y, aunque no estaba mal, las he comido mejores.
Aunque la cuenta llegó a 31'78, para lo bien que comimos resultó un precio muy contenido:
2 menús, 25
1 aperitivo, 1'20
1 gaseosa, 1'30
2 cafés, 2'20
IVA, 2'08
El restaurante abre fines de semana y festivos, de 13:30 a 15:30 y de 21:00 a 23:00
Quizás encuentres algo interesante en www.fundacionuncastillo.com.
Luego paramos en Layana, que tiene una iglesia románica, un torreón y unas ruinas romanas que incluyen termas, acueducto y restos de foro y viviendas en el yacimiento de Los Bañales. Resulta impresionante ver las columnas que sustentaban el acueducto, formadas a base de apilar enormes sillares uno sobre otro. Finalmente, dedicamos los últimos minutos de jornada a Sádaba, donde vimos por fuera el castillo (en proceso de restauración) y la iglesia, que cuenta con una notabilísima torre. Poco antes de las siete estábamos de regreso.

El lunes llevé el coche al taller: el cuentakilómetros funciona intermitentemente y me aplica enormes descuentos en las distancias. Eso no resulta conveniente a la hora de cambiar el aceite. Hay también algún ruido, a ver qué dice el mecánico. Con los más de 255.000 km. actuales y unas palabras de aliento supongo que rebasaremos los 300.000. Dado que la distancia media entre la Tierra y la Luna es de 384.400 km., veo un poco difícil llegar a esa cifra. Pero sumando las distancias de los diversos coches que he conducido, supero esa distancia con creces.