DOMINGUERO

Viajes de fin de semana con origen en Pamplona

28.9.04

39/2004 - Pintanos y Bayona

Suelen instalar en Pamplona por estas fechas una gran carpa donde, bajo el nombre de "Feria de las Naciones", se venden productos de artesanía típica de lugares más o menos exóticos, y otros productos menos artesanales (música de relajación, por ejemplo), pero lo más sabroso y lo que más me interesaba son los puestos donde se pueden degustar especialidades de otros países. Llamé a unos amigos, estuvieron de acuerdo y quedamos. Como era viernes había que pagar 3?50 cada uno por entrar. Hicimos la primera parada en el mexicano (1 de guacamole, 2 de burritos -¿o eran tacos?- y 3 cañas se pusieron ya en 15 euros), luego paramos en el brasileño (una especie de grandes croquetas de carne y patata con la forma y el tamaño de peras costaban a 3 euros, y no recuerdo el precio de algo parecido a croquetas de carne, también sabrosas), después en el argentino (me pedí una empanadilla pero tuvieron más acierto los que optaron por la carne: un pequeño filete a la brasa en bocadillo estaba delicioso, y el vino argentino también está bueno) y por último en el egipcio (los falafel son siempre una opción segura). Ya estábamos muy llenos y habíamos agotado el presupuesto, los 20 euros que pusimos por cabeza. La experiencia resultó cara, pero en esta ciudad provinciana las opciones de turismo gastronómico son bastante limitadas.
Estuvimos después un rato en el bar Malkoa, donde había música en directo: una buena selección de los años 60 y 70 bien tocada y en versiones suaves.

El sábado salí con Luis y anduvimos por la zona de los Pintanos. Ahí se llega abandonando la N-240 (la carretera de Pamplona a Jaca) por la derecha, se pasa por Ruesta y al llegar al puerto de Cuatro Caminos se toma un desvío a la izquierda. Ahí están Undués-Pintano, Pintano y Bagüés, y bajando, ya en la provincia de Huesca, Larués y Bailo. Dejamos el coche junto a una caseta de cazadores, antes del primer pueblo, y tomamos una pista forestal extremadamente polvorienta a causa del movimiento de vehículos que sacan madera de pino del monte. Todavía tengo resentida la rodilla derecha de los 700 metros de descenso del sábado anterior, y habíamos optado por caminar con poco desnivel. No nos pudimos resistir a subir a la cresta del monte, y desde arriba veíamos al sur la Sierra de Santo Domingo, con el parque eólico cerca de Petilla de Aragón. A los pies de la sierra está el valle de Onsella, y luego estábamos nosotros. Al norte teníamos el valle de los Pintanos, una fila de montes y a continuación, oculto a la vista, el valle que forma el río Aragón, y a esa zona le llaman "la canal de Berdún". Un poco más al norte, cerrando el paisaje, la prolongación de la Sierra de Leyre, y a un lado se veía un poco de la superficie azul del pantano de Yesa. Es una zona muy poco poblada y supongo que muy poco visitada fuera de la temporada de caza. A la ida, un nutrido grupo de perdices emprendió el vuelo al acercarnos, y a la vuelta coincidimos con una serpiente que cruzaba el camino y después con una cría de jabalí de pocos días que estaba desorientada en el camino. Giraba en círculo, supongo que buscando el rastro de la madre, y los círculos eran cada vez más pequeños, llegando a tambalearse por el mareo. También había numerosas mariposas y libélulas, pero no fotografié ningún insecto. Habíamos empezado la caminata a las 10:40, y cuatro horas después llegábamos al coche tras caminar cerca de 15 km. Yo iba bastante tranquilo porque había visto en verano un restaurante y casa rural en Pintano, pero lo encontramos cerrado. En Bagüés se anuncia a la entrada del pueblo, entre las dotaciones con que cuenta, otro restaurante, pero la casa aparecía completamente cerrada. Finalmente comimos en Puente la Reina de Jaca, en el Mesón Anaya, teléfono 974 377 194. Tienen una carta con precios razonables, pero permanecimos fieles a la costumbre del menú del día, por el que cobran 9 euros. Con los 90 céntimos del café la cuenta de los dos se quedó en 19'80, y además vimos que unos que entraron hacia las cuatro y media (todavía estaba el comedor bastante lleno) fueron atendidos y servidos sin ningún problema. Nosotros habíamos llegado a las 15:40, y tomamos de primero macarrones y menestra de verduras, las dos cosas buenas. De segundo pedimos emperador a la plancha, pero como sólo quedaba una ración lo otro fue un filete de ternera a la plancha y los repartimos. La carne estaba muy buena pero el pescado resultó muy seco. De postre tomamos helado y yogur. Eran casi las cinco cuando nos marchábamos, y nos había quedado la intriga de Lorbés, que es un pequeño pueblo (ahora quedan tres familias viviendo permanentemente) donde muere a 12 km. un desvío que se toma desde Sigüés. Varias casas están ya en ruinas, pero hay otras en proceso de restauración y algunas ya reformadas. Aunque tiene que ser muy incómodo vivir allí, a mí me gustó para una visita de un rato. Después terminamos en el pantano de Yesa, pero el baño fue muy rápido porque el agua mezclada resultaba un poco fresca para estar mucho tiempo. Hacia las ocho y media llegaba a casa, aparqué el coche (unos 300 km. anduvo en todo el día) y tuve tiempo de cambiarme de ropa antes de subir a cenar en una sociedad recreativa (más bien gastronómica) con un grupo de gente que tiene en común el interés por las plantas. El interés por la buena comida no queda atrás, y disfrutamos de:
1- Ensalada de tomate y tomates miniatura.
2- Ensalada de lechuga.
3- Pimientos rellenos de hongos. Maravillosos.
4- Ensaladilla rusa.
5- Bonito con tomate.
6- Pichones.
No llegué a probar los pichones porque ya estaba muy lleno con los cinco platos anteriores y porque me da mucha pereza pelearme con los huesos para obtener un bocado pequeño. Seguramente con hambre no le haría ascos ni siquiera a una cola de congrio?
Antes habíamos tomado un aperitivo de aceitunas y quesos en aceite, probando el Gran Eolo reserva de la Bodega Viña Valdorba, de Garínoain, y el Orobon crianza de la Bodega Cooperativa San Gregorio, de Azagra. Durante la comida bebimos tinto Nekeas, de Añorbe, que ya sea joven o crianza está siempre bueno. No recuerdo haber probado el reserva, que debe ser todavía mejor.

Tanta abundancia de alimentos y caldos y la ausencia de servicio nos permitió prolongar la cena hasta las dos de la madrugada. Luego salimos y, como era San Fermín chiquito, la calle estaba muy animada. Volví a casa muy tarde.

El domingo cogí el coche después de las doce, con la idea de conocer un poco más la zona más próxima de Francia. Hacia las dos comprobé que las ventas de Dancharinea, que se montaron cuando existían las aduanas, estaban seguramente más llenas que en sus mejores días pasados: encontré aparcamiento al fondo, en lo más apartado. Sólo recuerdo otro coche con matrícula española entre los cientos de matrículas francesas, y las tiendas y restaurantes estaban llenos a rebosar. Busqué la oferta del restaurante MENTA, que está en la misma carretera pero un poco más apartado, y tampoco me atrajo: el estilo era muy francés (muy poca variedad dentro de precios razonables, caro si quieres elegir), así que cogí el coche y bajé hasta Urdax, que es el pueblo más próximo. A las dos y media estaba instalado en una buena mesa, con servilleta y mantel de hilo, en un comedor antiguo: Indianoa Baita, teléfono 00-34948 59 90 21. Ya conocía el sitio de una visita anterior, hace un par de años, y además de la carta tienen un par de menús de 12 euros y otro un poco más caro. Pedí ensalada y piperrada y quedé satisfecho. Podría haber comido potaje y delicias de pato, pero habría sido una comida menos de régimen. La ensalada tenía de todo: espárrago, un buen trozo de atún, zanahoria rallada, cebolla, lechuga, tomate, aceitunas... La piperrada era una cazuela de barro con tomate frito, pimientos, jamón y un huevo, y me supo riquísima. De postre pedí pastel vasco y me trajeron una porción generosa. Los 12 euros del menú, con 1?20 de café y 0?92 de impuestos se quedaron en 14'12. El comedor no es grande, pero sólo había una camarera para atenderlo y llegaba un poco tarde a todo. Me resultó chocante que la camarera fuera francesa, pero me parece de lo más adecuado.

Salí hacia las cuatro menos diez y antes de dar una vuelta por el pueblo me entretuve observando cómo cuatro chavales cruzaban el río una y otra vez con sus bicicletas. El agua no les llegaba hasta los ejes, pero para pedalear metían un pie y luego el otro en el agua. Ellos se lo pasaban muy bien y yo disfrutaba casi tanto como los críos, esperando una caída en el centro que nunca se produjo. En el pueblo hay varias casas grandes, y en el ayuntamiento un escudo con una inscripción recuerda "AL S. D. MARTIN DE MICHELENA Y GOYENECHE, CAV. DE LORN DE SANTHIAGO EL MASVTIL PATRICIO ZELOSO RESTAURADOR DE SUS DERECHOS CONSAGRA LA VILLA EN OBSEQUI DE SU GRATITUD ESTA MEMORYA. AÑO DE 1786." Y en el borde, con letras igual de grandes, se añade "SIENDO ALLe. Dn. JVAN NICOLs. DE MICHELENA"

En el claustro del monasterio hay una exposición de pintura, pero como abrían a las cinco lo dejé para otro día. Al volver a la carretera general me arrepentí de no haber esperado veinte minutos a que abrieran el claustro: me encontré con un gran atasco provocado por los franceses que salían de las ventas en dirección a su casa. En los aparcamientos tienen STOP para incorporarse a la carretera general, pero en lugar de eso, como la cola de la carretera llegaba hasta más atrás, se incorporaban metiendo el morro de la manera más salvaje. Añadimos a esto los que se cruzaban desde el otro lado y taponaban el otro carril y tenemos un atasco como los de las películas de catástrofes. Al llegar a Ainhoa el tráfico ya era fluido, pero en caravana, y opté por dirigirme a Bayona porque ya era un poco tarde para pensar en ir hasta Oloron. Aparqué en la zona de las murallas y me di un paseo tan largo como permitía el horario: entre las 18:20 y las 19:44 están datadas las fotos. Admiré la fachada de la catedral gótica (no le recordaba unas torres tan altas) y me queda visitarla por dentro con tiempo y con luz. De algunas ventanas salía sonido de platos y cubiertos, y tomé la carretera hacia la frontera creyendo (¡y por fin acertando!) que en ese tramo horrible habría poco tráfico. La puesta de sol fue espectacular, porque las nubes cubrían casi todo pero dejaban en alta mar un hueco por el que se colaban los rayos solares. Todo se teñía de un rojo intenso, como si hubiera un gran fuego lejano, y yo me lamentaba de estar conduciendo. Por fin, al pasar por Bidart, salí de la carretera y entré por un camino que pasaba junto a un acantilado. El sol ya había desaparecido hacía rato, pero quedaba a lo lejos una estrecha franja anaranjada entre el gris oscuro de las nubes y el gris verdoso del mar.

Llegué a la frontera ya de noche y para las nueve y media estaba en casa. 240 kilómetros.