DOMINGUERO

Viajes de fin de semana con origen en Pamplona

7.9.04

36/2004-Bilbao

Con el nuevo mes de septiembre el curso empieza para todos. He retomado la actividad del grupo de botánica, y el viernes tuvimos la primera salida. No hubo demasiado éxito de asistencia, estábamos solos la coordinadora y yo. Fuimos a Elso y de ahí subimos al monte Arañotz, que tiene un vértice geodésico a 838 metros. Los aproximadamente 300 m. de desnivel me hicieron sudar y confío que también quemar unos miligramos de grasa.

El sábado recogí a Luis como de costumbre, y vinieron tres pasajeras más: su mujer y dos vecinas. Fuimos a Bilbao y nos separamos en dos grupos: ellas entraron al museo Guggenheim, a Cortefiel y a El Corte Inglés, y nosotros caminamos por la ciudad buscando sus atractivos. La estación de ferrocarril tiene una gran vidriera que, por ser de mitades del XX todavía no debe resultar valiosa. Vimos algunas iglesias de exterior bastante soso (estilo neogótico, de finales del XIX o principios del XX), y en una que entramos comprobamos que el interior no mejoraba. Por la zona de la Gran Vía hay varios edificios notables de la primera mitad del XX que, sin ser maravillosos, resultan agradables a la vista. Durante el paseo encontramos un sitio que por menos de 10'50 ofrecía un menú de cuatro opciones muy tentador, tanto que, tras reunirnos hacia las 13:15 en la puerta de El Corte Inglés, fuimos para allí. El sitio se llama Dolce Vita, y está en la calle Licenciado Pozas 55. Cuando llegamos nos encontramos con que habían cambiado los carteles del exterior, y ahora se ofrecía un "menú especial" de 24 euros. Entré a preguntar y me dijeron que se habían despistado y no habían cambiado los carteles a tiempo, que el menú correspondía al viernes. Agradecí la respuesta y dije que buscábamos el menú de ayer y que "ya volveremos a comer ayer". Retrocedimos y entramos al mismo sitio donde habíamos almorzado (una tortilla de patata exquisita, únicamente superada por la que hacen en "La Navarra" de Pamplona y que le hizo ganar un concurso de tortillas de patata) y acertamos de lleno. Se llama Restaurante Markina y está en la calle Henao. Al asomarse a la esquina se ve el perro de flores que acompaña al museo, del que le separan unas cuatro manzanas. Por 10 euros ofrecía:
1) Sopa de cocido / Paella / Ensalada de pasta / Guisantes con jamón
2) Bonito con tomate / Salmón a la plancha con piperrada / Guiarra empanada con pimientos rojos / Filete con patatas fritas
3) Postre, pan, vino.

Pedimos paella y guisantes y entregamos los platos limpios. De segundo, carne y salmón. El trozo de salmón, como media rueda de la parte central de un pez grande, parecía pequeño pero era grueso y la ración resultaba correcta. Venía acompañado de unos trozos finos de verduras fritas y me supo muy bueno. El vino se podía beber sin gaseosa, pero lo rebajé mucho. Y como hacía mucho que no comía brazo de gitano, ése fue el postre que pedí.

De regreso al coche pasamos nuevamente junto al museo Guggenheim y paramos un poco a hacer las fotos de rigor. Ya puestos no se libró de ellas una novia que aguardaba en el semáforo. El vestido color hueso incorporaba una amplia zona ya grisácea, de tanto arrastrar la cola por el suelo. Más vistosos resultaban los colores irisados de unos cubos que se han montado junto al museo. De su página web
(http://www.guggenheim-bilbao.es/caste/exposiciones/las_exposiciones.htm) copio: "El artista japonés Hiro Yamagata presenta su instalación más reciente en la parte exterior del Museo. Campo cuántico-X3 consiste en dos enormes estructuras revestidas de material holográfico sobre las que se proyectan masivos haces de rayos láser que configuran una vibrante composición. El acceso al interior de los cubos ofrece al visitante una experiencia de luz y color difícilmente imaginable para nuestros sentidos. Su obra supera los límites naturales de la percepción humana haciendo que las partículas lumínicas se hagan visibles al ojo en un fascinante juego de luces y formas." Me están dando ganas de ir. Los cubos son por fuera del color del arco iris: en su superficie la luz solar se descompone y, dependiendo del ángulo, se ven distintos colores. Hice unas cuantas fotos, no tantas como me hubiera gustado, y pondré algunas para que veas si te gusta.

Eran las tres y media pasadas, y como no íbamos mal de tiempo acertamos a pasar junto a la basílica de Begoña y paramos un momento. Estaba cerrada, así que nos limitamos a darle la vuelta por el exterior.
La gran torre se me hacía extraña. Menos mal que en http://www.basilicadebegona.com lo explican: "En 1835, en la primera Guerra Carlista, se destruyen la fachada y la torre. La actual fachada a los pies y torre es proyecto de José María Basterra y realiza entre 1902 y 1907, mientras la sacristía actual se construye entre 1900 y 1903."

Hacia las cuatro emprendimos definitivamente el regreso y poco antes de las seis ya estaba en casa, para asearme y cambiarme. Hacia las ocho menos cuarto me encontraba con Maribel y poco después con Tomás para asistir en el Baluarte la ópera de la temporada: "La Donna del Lago" de Rossini (1792-1868), que fue estrenada en 1819.
Yo conocía "La dama del lago" (The Lady in the Lake, publicada en 1943), de Raymond Chandler, que leí en una edición de bolsillo. También vi la película del mismo título, de la que un aficionado escribe "The Lady in the Lake, (La dama del lago) Knopf, Nueva York, 1943. Existe una curiosa adaptación al Cine: The Lady in the Lake, 1946. 103 minutos. B/N. Director: Robert Montgomery
Guión: Steve Fisher. Música: David Snell
Interpretes: Robert Montgomery, Audrey Totter, Lloyd Nolan, Tom Tully, Leon Ames
Esta curiosa peli es, que yo sepa, la única rodada en la historia, en "primera persona"; es decir: vemos con los ojos del detective, y la gente habla a la cámara hablando al detective. Un poco rayante, al final, pero tiene la originalidad de recordar el modo en que están escritas estas novelas, es decir, desde el punto de vista de Marlowe."

http://www.telepolis.com/cgi-bin/web/DISTRITODOCVIEW?url=/1370/doc/AUTORES/Biografias/belles44@20030206@215241.htm

Pero Philip Marlowe no estaba entre los personajes que aparecieron en el auditorio. Jacobo V era interpretado por Juan Diego Flórez, tenor peruano de 31 años que ha sido señalado por Pavarotti como su sucesor. La expectación era tan grande que, pese a tratarse de una versión concierto (sin escenografía ni vestuario) las entradas llevaban días agotadas. Al poco de iniciarse, en la primera intervención de Elena (interpretada por la soprano Darina Takova) pareció que llegaba el momento de los tísicos saboteadores: por toda la sala y de forma bastante continua se oían toses secas. Está claro que el tabaco hace estragos entre el auditorio. Y pronto se empezaron a oír los papeles de los caramelos de menta, pelados sin ningún cuidado. No tengo el oído suficientemente educado, pero el trabajo de los cantantes me gustó mucho: técnica depurada y gran potencia de voz, sobre todo en los papeles principales. Muy destacable estuvo Daniella Barcellona en el papel de Malcom Groeme. Y los gritos de "Bravo" que se escuchaban en los aplausos y lo cerrado de las ovaciones confirman que eso que me sonaba bien pero que no soy capaz de explicar por qué, debía ser realmente bueno. Los aplausos finales duraron diez minutos, con casi todo el público en pie.

Otra forma de contarlo, la de la mayoría que no comparto, podría ser:
"Estaba todo lleno de gente puestísima, sobre todo las tías, muchas con vestidos largos, algunas con lentejuelas y bolsos diminutos, zapatos incómodos, joyas y mucha tontería, y la mayoría de los asistentes parecían más preocupados por ver y dejarse ver que por lo que allí iba a suceder. El escenario estaba lleno con sillas y atriles, y atrás una grada escalonada. Con casi cinco minutos de retraso entraron los músicos vestidos de pingüinos y atrás había también unas que serían las focas, todas con vestido blanco hasta el suelo. El último que entró era el pingüino jefe, ya que en vez de sentarse se quedó en primer término, subió a una plataforma y se puso a gesticular y a hacer aspavientos. Y los otros tocaban y cantaban siguiendo sus movimientos. Debía ser un jefe poderoso, porque todos parecían hacerle caso, incluso temerle." Como he ido ya a muchos conciertos sé que la etiqueta y el protocolo de los músicos en escena resultan bastante rígidos, y éstos se ajustaban a la pefección.

Tras la música fuimos a atender al cuerpo. Eran casi las once y media y difícilmente nos darían de cenar. Afortunadamente la Cervecería Tropicana apaga la plancha algo más tarde, e instalados en la terraza pedimos tres hamburguesas con todos los complementos, y cerveza. Grandes, difíciles de abarcar y escurriendo tomate y yema de huevo, no era posible comerlas con elegancia pero las disfrutamos hasta el último bocado.

El domingo salí solo y un poco más tarde y paré a las nueve y poco a comprar la prensa. Luego fui nuevamente a Bilbao. Aparqué cerca de la terminal de autobuses y pregunté por el Museo de Bellas Artes. La idea original de toda la semana era visitar el domingo el Guggenheim, pero el sábado vi unos carteles anunciando una exposición titulada "DE INGRES A CÉZANNE" que me resultaron más atractivos. Para las 10:30 ya estaba junto al Euskalduna (Palacio de Congresos y de la Música) y, al otro lado de unos jardines, llegué al museo. Tras ver la exposición temporal pasé a la cafetería donde me pedí una caña y, cuando sacaron la tortilla rellena pedí también un pincho. Por la caña me cobraron 1'65, y después por el pincho 1'30. A un turista que pidió "Buenos días. Una caña, por favor" con marcado acento anglosajón el mismo camarero le recogió del mostrador la moneda de 2 euros, marcó 2 en la caja registradora y no le devolvió ningún cambio. Con el cuerpo en orden tras el almuerzo, recorrí el resto del museo: las salas de la colección permanente del románico al XX y la nueva zona de arte contemporáneo que vi más rápido (aunque no hubiera sentido la premura de tiempo creo que no les habría dedicado más minutos). Recuerdo un gran cuadro (mejor dicho, un cuadro de tamaño grande) de Miquel Barceló que tenía gran cantidad de pintura, unas costras de pintura amasadas con algunas pepitas de calabaza. Ya empezaba a pensar en la poca limpieza del estudio cuando vi que la palabra calabaza formaba parte del título, así que supuse que las pepitas estaban colocadas ahí deliberadamente. Gabriel Ramos Uranga tiene dedicada una sala. Son cuadros abstractos de gran formato, con colores vivos, que no me dicen gran cosa pero al menos me resultan agradables a la vista. Te puedes hacer una idea viendo http://servicios.elcorreodigital.com/vizcaya/pg040810/prensa/noticias/Cultura_VIZ/200408/10/VIZ-CUL-002.html
Y no sigo lanzando disparates sobre lo que no entiendo.

Abandoné el museo poco después de la una y media y empleé casi una hora en llegar a Basauri, incluyendo tres llamadas de teléfono a quienes me esperaban para comer. Yo había pensado en comer por ahí pero, si no se está muy pendiente de tonterías, donde mejor se come es en casa. Ensalada, lentejas, setas y té rojo, todo muy bueno y en muy buena compañía. Luego nos dimos un paseo por el monte y a las siete emprendí el regreso. Como no tenía prisa decidí volver por la carretera, evitando el peaje de 3'80 entre Bilbao y Vitoria. De todas maneras, aunque hubiese querido volver por la autopista, no habría tenido opción porque en algún momento perdí la posibilidad de entrar. Llegué a casa un poco antes que de costumbre.

Los kilómetros fueron 321 el sábado y 346 el domingo. Lunes y martes suman unos 110 cada día.