DOMINGUERO

Viajes de fin de semana con origen en Pamplona

30.8.04

35/2004-Adi y Silos.

Siguen mejorando los planes, monte y monasterio cuidando cuerpo y mente.

En efecto, me he dado una pequeña ración, claramente insuficiente, de las dos cosas. Primero tenía cena el viernes: con el pretexto de las fiestas de Berriozar Miguel Angel realizó una invitación que aceptamos sin necesidad de que tuviera que insistir. Asistimos Maribel, Sos y Carmen con sus respectivos consortes, el anfitrión y yo, que llegué con Maribel un rato antes para ayudar a preparar la comida. Buena cena y larga tertulia que acabaron después de las tres hicieron que el sábado saliera con Luis con un retraso previamente pactado de media hora. Almorzamos en el Gau Txori de Zubiri, y la chistorra era lo más parecido que tenían a la tortilla. Estaba buena, recién hecha y puesta entre pan tierno. Pasamos por Eugui y aparcamos en lo alto del puerto. A las 10:15 empezábamos a subir buscando la cumbre del Adi (1459 m.). La primera hora, de ascensión suave entre pinos y hayas, dio paso a la zona pelada y de pendiente fuerte, que subimos dejándonos adelantar por otros con mejor forma. En un par de horas llegamos al vértice geodésico (alguien lo había roto, a pesar de la placa que dice "LA DESTRUCCION DE ESTA SEÑAL ESTA PENADA POR LA LEY") y llaneamos un poco hasta otra punta, un poco más baja, que mira hacia Sorogáin. El día estaba despejado, aunque el cielo resultaba un poco brumoso y no se apreciaban bien los detalles más lejanos, pero aproveché para hacer unas fotos panorámicas. La nota negativa la ponían un par de placas colocadas en recuerdo de montañeros muertos en ese monte en invierno. Para las dos estábamos nuevamente en el coche, que se había quedado 535 metros por debajo.

Intentamos comer en Eugui. Encontramos al menos dos sitios cerrados, uno que daba platos combinados y ensaladas y el otro que sólo servía a la carta. Volvimos a parar en Zubiri, en el Gau Txori, donde había gente comiendo fuera y dentro sólo quedaba libre una mesa. Eran las 14:45. Nos pusieron el mantel, trajeron menús y cartas y, si no fuera porque estábamos estorbando en medio de la zona de paso de los camareros hacia la calle, se podría decir que nos habían olvidado. No nos pudieron olvidar, pero nos ignoraron durante mucho tiempo, tanto que para cuando trajeron el primer plato eran ya las 15:30.

El menú estaba contenido en una especie de estrella de plástico de tres puntas, con los platos numerados en castellano, francés, inglés, alemán y portugués. La sexta cara eran las fotos de los platos con su número, una idea muy práctica, y ahí termina cualquier sensación de eficiencia del local. De los dos camareros con camisa blanca uno trajo cubiertos y servilletas y el otro vino a tomar nota. Después apareció una chica con el agua (el menú de 9 euros que sirven tiene la peculiaridad de que no incluye vino. No nos pareció oportuno pagar una botella de la que íbamos a dejar como poco dos tercios) y luego nos trajo el primer plato un cuarto personaje que se sumó a la actividad con su camisa de rayas pero sin que su aportación se tradujera en rapidez de servicio. Legó la paella y la pasta, y mis macarrones con carne picada estaban calientes en el exterior y muy fríos en el centro del plato, y tuvieron que hacer un nuevo viaje a la cocina. Trajeron también un pequeño cuenco con queso rallado y, tras la larga espera, me supieron buenos. El arroz tampoco estaba mal. De segundo habíamos pedido filete de ternera y escalope de ternera, que trajeron con patatas fritas. La carne estaba tierna. El helado y el melocotón en almíbar no tenían ningún misterio. Poco antes de las cuatro ya se formó la primera partida de cartas en una mesa liberada de comensales, y nos levantamos a tomar el café en la barra para agilizar el final con el segundo grupo de tahúres tomando posiciones. La comida, por precio y sabor, estaba bien, pero todo lo demás muy mal: a mi espalda, junto a la puerta, uno de los comensales (padecía algún problema de garganta, ya que hablaba susurrando sin hacer vibrar las cuerdas vocales. De haber estado en un sitio más lujoso pensaría que estaba dando la espalda al mismísimo Don Vito Corleone interpretado por Marlon Brando) tenía un gran perro blanco en el comedor, algo que creo prohibido a excepción de los perros-guía. En el WC la cisterna carecía de mecanismo para liberar el agua, no había toallas de papel y de la jabonera sólo quedaba el soporte. Con muy buena voluntad habían puesto sobre un lavabo un bote de litro de jabón para vajillas, junto a tres moscas que yacían patas arriba, que me transportó a los tiempos de la infancia, cuando en algunos talleres y establecimientos de carretera había un bote de jabón en polvo, que entonces se consideraba lo más eficaz para quitar la grasa negra de las manos. La pésima calidad del servicio (puedes creer que era malo, yo no soy de los que piden alfombra roja ni reverencias) se seguía manifestando en más detalles:
- Ya habíamos pedido los postres al principio. Pero, tras retirar los segundos platos, apareció el de la camisa rayada y, mirando al infinito, soltó con voz firme y sin pararse a tomar aire la retahíla de los postres: ¡FlanCuajadaArrozconlecheNatillasMelocotónenalmíbarHelado!. Le dijimos que ya nos habían tomado nota.
- Al pagar no entregaron factura ni ticket de caja ni cuenta de ninguna clase.
- El camarero echó sobre el mostrador los billetes del cambio, dejándolos caer en un gesto muy feo. En cualquier sitio te ponen las vueltas en un platillo o te las dan a la mano. No sé si será cierto o leyenda que el verdugo cobraba por su trabajo recogiendo la bolsa que arrojaban a sus pies?
Aun sabiendo que la comida no es mala será difícil que vuelva a entrar en ese sitio.

Aunque el verano ya va bastante avanzado y los días se han acortado considerablemente, eran poco más de las cuatro y quedaba mucha tarde por delante. Desde Zubiri fuimos hacia Francia por Roncesvalles: los puertos de Erro, Mezquíriz e Ibañeta nos entretuvieron con sus curvas. Paramos en St. Jean Pied-de-Port a mirar el mapa y tomamos una carretera sin explorar.

Primero paramos en St. Palais, que vimos bastante a fondo en media hora. Todo el comercio estaba abierto en vano: las tiendas estaban vacías y en la calle no había gente que pudiera entrar en ellas. Las casas resultaban de estética aceptable. Hacia las seis seguimos camino y nos detuvimos alrededor de las seis y media en Bidache. Resultó un pueblo bonito (me fijé en una casa datada en 1699) que aún guardaba una sorpresa mejor: las ruinas del Château des ducs de Gramont, que ardió por última vez el 23-F de 1793. Hay noticia de este linaje desde 1190, y por aquí resulta familiar porque participó en las guerras civiles de Navarra (Agramonteses a favor de Juan II y beamonteses a favor del Príncipe de Viana) del S. XV.

Hay un artículo interesante en
http://www.ucm.es/info/museoafc/loscriminales/magnicidios/carlos%20principe%20viana.html
Si lo lees no te asustes por los -al menos- tres patinazos que tiene en las fechas, y que enseguida se pueden detectar ("Nacido en el Castillo de Peñafiel (Castilla) el 29 de mayo de 1421 y muerto en Barcelona el 23 de septiembre de 1621,?" murió a los 40 años de edad 200 años después de nacer.
"El 23 de septiembre de 1461, Don Carlos Príncipe de Viana, muere a los 40 años, 3 meses y 26 días en el Palacio Real de la Ciudad de Barcelona."
"Se dijeron misas para su restablecimiento, pero Don Carlos presentía su próximo fin que tuvo lugar en Barcelona el 23 de septiembre de 1621."), el resto del artículo parece de buen nivel y donde descuella es en la parte de antropología forense.

Hacia las siete y diez seguíamos camino y media hora más tarde nos deteníamos un momento en Labastide, sin parar el motor. Es otro pueblo agradable al ojo. Diez minutos más de carretera y llegábamos a Hasparren. La iglesia tiene dos pisos de coro a todo lo largo de las naves laterales pero no curioseamos porque ya había feligreses esperando el comienzo de la misa de las ocho. Aquí el inevitable monumento a los muertos de 1914-1918 (la Gran Guerra, supongo que la expresión Primera Guerra Mundial se acuñaría años después) cuenta con una inscripción en euskera que no he visto en otros pueblos.

Para las ocho ya estábamos nuevamente en camino. Pasamos por Ainhoa, que también es un pueblo bonito, pero no había tiempo de parar. Cruzamos lo que había sido la frontera de Dancharinea y, por el Baztán llegamos a Pamplona. El recorrido habían sido unos 330 km. en coche y 15 a pie.

El domingo recogí a Miguel Angel, Maribel y Sos y salimos rumbo a Silos. Paramos arriba del puerto de La Brújula a tomar algo y estirar las piernas. Al otro lado de la barra una joven morena de escote generoso dominaba la situación en solitario, y seguramente haría que el local resultara más concurrido. Atravesamos el casco urbano de Lerma, entrando por una puerta en la parte baja y subiendo hasta la plaza del palacio ducal, y llegamos poco después de las doce a Silos. Nos encontramos con que los domingos el horario de visitas al claustro es de cuatro y media a seis de la tarde. Dimos una vuelta rápida por el pueblo y, como Peñaranda de Duero no quedaba muy lejos propuse comer allí.

A las doce y media paramos en Caleruega, y por una estatua supimos que Santo Domingo de Guzmán era originario del pueblo. Hay un gran convento de dominicas que contiene un museo dedicado a él y que quedaron para posteriores visitas. En poco menos de media hora llegamos a Peñaranda de Duero. En la iglesia, igual que en mi visita del 4 de julio, un energúmeno de pocas luces me recordó de malos modos que un cartel en la puerta prohibía hacer fotos. A pesar de su celo no conseguirá una placa como la que hay cerca del altar: "DETRÁS DE ESTA LAPIDA ESTA EL CORAZON DEL EXMO. Sor. D.n CIPRIANO PORTOCARRERO Y PALAFOX CONDE DEL MONTIJO Y DE MIRANDA, DUQUE DE PEÑARANDA &ª. &ª. QUATRO VECES GRANDE DE ESPAÑA DE 1ª CLASE, PATRONO DE ESTA INSIGNE YGª COLEGIAL FALLECIÓ EN 15 DE MARZO DE 1839. R. I. P.". Buscándolo por la red resulta que fue "Politico y Militar Liberal. VIII Conde de Montijo y Miranda del Castañar, duque de Peñaranda, conde de Teba y Guzmán, marqués de ardales, grande de España (a la muerte de su hermano mayor Eugenio Portocarrero y Palafox heredó el titulo de conde de Montijo). Padre de la Emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III."
(http://www.terra.es/personal/soportal/laribera/personaj/personaj.html)
Y, al leer que "Casado con Maria Manuela Kirkpatrick 15 Diciembre de 1817 tuvo dos hijos: Maria Francisca y Eugenia de Montijo (Emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III)" en http://www.terra.es/personal/jgs00014/Historia/Arbol/Arbol.htm, me viene a la memoria la letra de la copla cantada por Concha Piquer: "Doña María Manuela tiene dos hijas / una se llama Eugenia, la otra Francisca / los majos de Granada las solicitan / porque las dos son guapas y granadinas ?/? Eugenia de Montijo, qué pena pena / que te vayas de España para ser reina / por las lises de Francia Granada dejas / y las aguas del Darro por las del Sena"

Volviendo a Peñaranda, al salir de la iglesia nos fuimos a comer. Yo guardaba buen recuerdo y propuse ir al restaurante Señorío de Vélez cogiendo algo de ropa para no perder el confort en un comedor que recordaba muy fresco. Entramos a comer a las dos, temprano para lo acostumbrado. Elegimos el menú del día (15 euros) y lo adornamos con un plato de morcilla para comer entre los cuatro, un vino bueno y café.
En la morcilla les faltó un poco de tacto o de comunicación entre comedor y cocina: sacaron siete trozos a repartir para cuatro personas. Como somos civilizados y bien avenidos eso no dio lugar a reyertas, pero el reparto hubiera sido más fácil con un trozo más, aunque hubieran sido todos más finos. Por lo demás, la morcilla nos supo muy buena. De primero pedimos gazpacho y vichysoisse fría, y no hubo queja. De segundo, cordero en chilindrón y salmón fresco a la plancha. Las raciones de cordero eran abundantes pero encontré las de salmón un poco escasas. A cambio estaba bien hecho, ligeramente tostado en el exterior y jugoso por dentro. De postre, cuajada y arroz con leche, y finalmente café. El vino que elegimos era Pagos de Quintana cosecha 2000, de Bodegas del Campo S.L. en Quintana del Pidio (Burgos), acogido a la Denominación de Origen Ribera del Duero, que estaba en 11 euros. Con 6'5 de morcilla, 5'2 de café y los 60 de los cuatro menús la cuenta subió hasta 82'70, y eso es todo lo que facturaron en el comedor: cuando llegamos a comer éramos los primeros, pero para cuando terminamos estaba ya claro que habíamos sido los únicos.

El palacio de Avellaneda, que es la mayor construcción de la plaza, tiene una continuación rematada en el S. XXI. Esto quiere decir que ese horror adosado al edificio renacentista no ha podido serlo por ignorancia, sino por necedad. El rollo que también se levanta en la misma plaza sería buen emplazamiento para los responsables, aunque en un primer momento pensé que se podría aprovechar ese horrible muro y convocarles allí en presencia de un pelotón de fusilamiento. Sin tiempo para visitar el palacio (a mediodía cerraba de dos a cuatro), salimos a las tres y cuarto y para las cuatro formábamos parte de un gran grupo que se apiñaba en la puerta de Silos. Entró la mitad y nos quedamos para el segundo grupo, esperando unos minutos en la calle y otros en el interior del vestíbulo. A las cuatro y cuarto entramos con la guía al claustro. La visita resultó más penosa que otra cosa, y no debido a la guía (que se explicaba bien) ni al día (temperatura excelente y muy buena luz), sino a lo numeroso del grupo y a su composición. Particularmente molesto resultaba un niño en su silleta que estuvo gritando la mayor parte del tiempo. Otros niños también molestaban, aunque mucho menos, y no pocos adultos podrían incluirse en la categoría de molestos. Además, el grupo precedente y el grupo siguiente andaban por allí y también interferían algo. Después de salir dije que no volvería a visitar un monasterio en verano, pero creo que no lo mantendré: la mayoría son menos conocidos y no presentan problemas de masificación.

A la salida del claustro vimos el lavadero y una puerta fortificada (arco de San Juan), y antes de subir al coche entramos en la iglesia. Es grande y bien proporcionada, pero después de los maravillosos capiteles románicos del claustro y de ver muchas iglesias góticas, ese templo neoclásico me pareció muy soso (pero mucho mejor que cualquier neogótico del S. XIX o contemporáneo del XX, aunque creo que la aclaración sobra).

Antes de las cinco y media estábamos nuevamente en camino y media hora después paseando por Covarrubias, donde encontramos abierta la iglesia ex-Colegiata de San Cosme y San Damián. De estilo gótico, tiene un retablo barroco y abundantes sepulturas en sus muros. El pueblo en su conjunto está muy bien porque mantiene en pie muchas casas antiguas construidas a la manera tradicional. Conserva restos de muralla, una puerta monumental y una torre fortificada a la que sus muros, con una ligera inclinación hacia dentro en todas sus caras y sin ninguna abertura en los diez primeros metros, dan sensación de inexpugnable.

Eran poco más de las seis y media cuando, con pena de no ver más cosas, enfilaba para Pamplona. Llevábamos conversación animada y, al llegar antes de las diez, fuimos a un restaurante asiático con intención de probar la comida vietnamita. Quisimos una cena sorpresa y pedimos sugerencias a la camarera. Ella salió con que cada uno es cada uno y no se quiso mojar, así que pedimos el menú vietnamita para tres personas. Cuando llegó el tercer plato y seguía siendo todo muy conocido nos dimos cuenta de que había entendido tres menús chinos, pero ya era tarde para rectificar. Seguimos pendientes de probar los sabores vietnamitas, así que tendremos que volver, y esta vez señalando con el dedo en la carta. Y, después de dejar a los pasajeros en sus casas, el día había terminado. El cuentakilómetros marcaba 1018 km. de todo el fin de semana, así que correspondían al domingo unos 690.