DOMINGUERO

Viajes de fin de semana con origen en Pamplona

26.8.04

34/2004-Belorado y Velilla de Ebro.

Este fin de semana volvemos a las andadas.

El sábado recogí a Luis hacia las 8:35 y salimos esta vez con intención de caminar un poco. Paramos a almorzar en Nájera y en Santo Domingo de la Calzada nos desviamos hacia Ezcaray para rodear por una carretera comarcal y llegar a Belorado. Hicimos la primera parada en Valgañón, que es un pueblo donde se puede parar a estirar las piernas. En la plaza hay una fuente, el ayuntamiento, un palacio, una iglesia y un bar. La iglesia estaba abierta y entramos a mirar. Pese al aspecto modesto del edificio, rotulado como ermita de San Andrés, tiene en su interior una hermosa sillería con 10 escaños, un retablo barroco de madera sin dorar, un pequeño órgano en el coro y en un rincón otro retablo barroco que parecía venido de otra parte. En el pueblo eran fiestas (había banderines colgando en las calles y en la plaza un escenario portátil para la orquesta) y en la iglesia había una imagen de la Virgen preparada para salir en procesión. Un joven trajeado tocó la campana y oímos que habría procesión. Paseamos por el pueblo y seguimos camino, pero pronto paramos el coche porque llegamos a una iglesia románica aislada en la carretera donde se veía cierta actividad.

La portada ya era sorprendente y se conservaba muy bien gracias a un porche barroco que la protegía. De frente según se entra hay un órgano barroco de buen aspecto, que es probable que no funcione (una de las mujeres de los preparativos sacaba un órgano electrónico que, antes de terminar de salir de su funda, se arrancó con un ritmo tropical). A la izquierda, en la parte trasera de la iglesia, hay un retablo barroco, el que debía estar colocado en la parte del altar hasta hace poco. En un pequeño recinto cerrado con rejas está la pila bautismal, una gran pieza de piedra con forma de concha por dentro y bajorrelieves por fuera. Hay también un sencillo púlpito de forja y sobre él una pieza de madera policromada con una paloma encima de la cabeza de quien allí suba. Finalmente, tras el altar se encuentra el ábside desnudo, con tres pequeños huecos que dejan pasar la luz a través del alabastro enmarcados con unas pequeñas columnas y una cenefa que lo cruza horizontalmente a la altura de los capiteles, sobre los que se apoyan unos arcos lobulados. En una capilla lateral, un retablo y un cuadro frente a frente. En el cuadro aparecen cuatro personajes y un escudo: San José, la Virgen y el niño están muy claros. Pero en primer plano está un individuo con bigote y perilla, supongo que el poseedor del escudo y el que habría encargado el cuadro. En el retablo, bien alto y centrado, se lee claramente: "LORENÇO MARTINEZ IJO DESTA BILLA IZO ESTE RETABO A SU COSTA AÑO DE 1649". Y en el retablo, rodeados de escenas bíblicas, aparecen en lugar destacado los bustos de un hombre y una mujer en actitud orante. Se podría decir que el hombre, con bigote y perilla, es el del cuadro de antes con unos años más, o quizás un antepasado o descendiente próximo, tienen un marcado aire de familia. Finalmente las puertas, decoradas y reforzadas con enorme profusión de herrajes, también son destacables. Como curiosidad, el retablo principal colocado en lugar opuesto al que ocupó durante siglos, permitía colarse por detrás y ver sus entresijos, algo completamente nuevo para mí.

En el exterior hay una fuente con tres caños que manan abundante agua, y una zona con aparcamiento, árboles, bancos y asador. Un panel informa que la actual fuente data de 1680, y que desde entonces la iglesia se llama Tres Fuentes y su virgen, antes Nuestra Señora de Valgañón, es Santa María de Tres Fuentes. Se oyeron algunos cohetes y el eco lejano de una banda de música, así que en el pueblo ya había comenzado la procesión. Decidimos esperar para verla. Con algún minuto de adelanto sobre el grueso subía el pirotécnico, que de vez en cuando lanzaba un cohete. Después asomaron tras la curva los primeros participantes, algunos con bastón, y luego venía una cruz procesional, un estandarte y la imagen portada por cuatro hombres. A continuación un cura con capa pluvial y otro únicamente de blanco y con estola, tras ellos la banda de música con sus pantalones blancos y sus polos azules y por último el público en general, muy abundante teniendo en cuenta el tamaño del pueblo. La cola de coches, sin formar parte de la procesión marchaba también a su paso.

Hacia las doce menos diez volvimos a la carretera, por poco tiempo. Subimos un puerto y en el Alto de Pradilla, que separa las provincias de Logroño y Burgos, aparcamos. Nos pusimos las botas y echamos a andar cuesta arriba. No fue mucho tiempo ni mucho desnivel, pero hasta el lunes noté unas leves agujetas en los gemelos, consecuencia de no haber caminado ni subido en poco más de un mes. Habríamos caminado poco más de hora y media, y recuperamos el coche hacia las dos menos cuarto. Buscamos comer en Belorado, y nos recomendaron el "Picias". Tenía un menú de fin de semana de algo más de trece euros con menos variedad de lo que se podría pedir a ese precio, y había que esperar porque el comedor estaba lleno y había gente por delante. Probamos fortuna en otro, donde quedaba una mesa libre: el RESTAURANTE GOYA, Av. Generalísimo 8, teléfono 947 58 03 44, Belorado (Burgos), donde comimos:
- Entremeses variados (embutidos y jamón con un poco de ensaladilla rusa) / Ensaladilla rusa
- Merluza a la romana, servida con un poco de lechuga
- Helado / Natillas caseras con canela en polvo y después la galleta maría
Con dos cafés a un euro la cuenta supuso 21'20. En la etiqueta del tinto ponía "Vino afrutado". No estaba especialmente malo, pero dejamos mucho y terminamos la gaseosa.

Tras la comida paseamos por el pueblo, que en conjunto tira más a bonito que a feo. Los rótulos de las calles sí son claramente feos: al citado generalísimo se añaden otros generales y el cada vez más escaso José Antonio. Ya montados en el coche pasamos delante de la iglesia de Santa María, que tenía las puertas abiertas de par en par, y entramos. Resulta amplia y, aunque románica en origen, presenta elementos góticos y barrocos, y las distintas capillas están protegidas por altas rejas de hierro.

De Belorado nos dirigimos a Haro por la carretera de menor rango, y fuimos parando en algunos pueblos.

En Fresno del Río Tirón vimos trabajar a un moderno afilador. En una furgoneta Citroen C15 había montado un pequeño motor de gasolina con una chimenea para que los gases del escape salieran altos, y eso movía las piedras de afilar. El conjunto se podía extraer o meter en el coche con un sistema casero de raíles, y la trasera de la furgoneta aparecía equipada como un auténtico taller ambulante. En la baca, sujetos con pulpos de goma, tenía entre otras muchas cosas: una escalera, un cubo de plástico, en el cubo un botijo y a su lado la silueta de un gran gallo negro de chapa. Una mujer le observaba mientras esperaba que terminase con su lote de cuchillos. Y eso es lo principal. La iglesia tenía una portada neoclásica hecha de sillares y el resto del edificio era de ladrillo. Con muy poco esfuerzo, aprovechando el crucero, habían hecho un frontón, revocando de verde el lado más conveniente de los muros de la iglesia.

A continuación paramos en Cerezo del Río Tirón, que va creciendo junto al río. En la colina que domina el pueblo quedan las maltrechas ruinas de una iglesia, de la que se ha salvado la torre y su reloj da la hora para todo el pueblo, tal vez de un castillo, y de todo un barrio que, dada la mala calidad de la piedra, sufren un deterioro muy grande y acelerado. Una explotación minera a cielo abierto cerca del pueblo influirá con toda seguridad en la construcción de pisos y adosados, en la existencia de piscinas y frontón cubierto y campo de fútbol cuidado.

El siguiente pueblo, ya de nuevo en La Rioja, es Tormantos, y también paramos en él. La iglesia está pintada en tonos pastel y tiene un buen retablo barroco. Media docena de mujeres del pueblo estaban allí, ocupándose de adecentarla. Me ficharon para desmontar un tiesto atornillado a la base de una figura. Fue complicado, con un destornillador de mango estrecho y las manos sudorosas de un día de verano. Con el tiesto de la segunda figura el tornillo no se movía y desistí. Me preguntaron qué me parecía el suelo, y les dije que estaba bien. Estaba cubierto de losas de piedra, algunas numeradas, de cuando la gente se enterraba en las iglesias. Pues bien, aquellas beatas cargadas de buenas intenciones eran más peligrosas que Eric el Belga (el que saqueó en los años 70 muchas iglesias y ermitas y que en los 90 se apuntó a la figura de arrepentido y ayudó a recuperar una mínima parte de lo que expolió), casi tanto como el fuego: se lamentaban de que no les permitían sustituir aquellas piedras tan sucias por un suelo de baldosas.

Leiva está a continuación, y la inesperada silueta de un castillo fue motivo para detenernos con entusiasmo. Ahora es un recinto cuadrangular con torres en los ángulos, tres octogonales y la cuarta más alta y de diez caras. La estructura exterior está bien conservada, aunque ha sido alterada con el paso de los siglos: presenta balcones y, lo más asombroso, unas puertas correderas de hierro como para meter una cosechadora en el patio. De la estructura interior primitiva no debe quedar nada; hoy hay planta baja porticada y dos pisos en ruinas desde hace pocos años. Una torre y un paño de muralla han sido restaurados y parece que en este caso hemos llegado a tiempo. La iglesia de Leiva tiene una alta torre, recrecida un par de metros con ladrillo sobre sus sillares, con el pie hueco que sirve de atrio. Esa estructura me resultó muy llamativa.

Pasamos sin detenernos por Herramélluri y Ochánduri y paramos en Cuzcurrita del Río Tirón, que tiene una iglesia barroca de fachada ondulante y un campanario de dos pisos que se merecen una visita. Abundan además las casas blasonadas hechas de buenos sillares y cuenta también con un castillo (una gran torre cuadrada, una muralla exterior también cuadrangular y entre ellas otras dependencias) en buen estado de conservación, rehabilitado y de propiedad particular. El abandono ha llegado al lavadero y en sus inmediaciones parece que hay un molino fuera de uso.

Ya era muy tarde, pero al pasar por Tirgo se veía un palacio que en tiempos ya lejanos se había dividido en dos viviendas, tapiando la entrada central y abriendo una a cada lado. Además hay en Tirgo una iglesia románica bien conservada.

Por Casalarreina (en su día paramos y queda por ver con detalle la decoración, creo recordar que de estilo gótico manierista, de la portada de una iglesia, además de algunos palacios y más iglesias) llegamos a Haro, y de ahí volvimos a Pamplona por Vitoria, que es un poco más largo pero de mejor carretera.

Al final de la jornada el cuentakilómetros marcaba 422. Y para el domingo por la noche había alcanzado los 1080 kilómetros.

Lo del domingo fue más improvisado. No había quedado con nadie y me levanté tarde, hacia las nueve y media. Para las once ya estaba en marcha, con el periódico comprado, y no podía llegar ya muy lejos. Tirando de libreta encontré el nombre del pueblo en el que, según me dijo un camarero originario de allí, viven unos peces que, al secarse el río por el estiaje, quedan entre el barro cuarteado del lecho del río en estado análogo a la hibernación. Estando agosto bien avanzado se me ocurrió acercarme hasta Velilla del Ebro, en Zaragoza. Llegué allí al final del día y no pude acercarme al río, pero encontré otra cosa quizás mejor. Pero vayamos paso a paso?

Tomé la carretera y fui derecho para Zaragoza. Pensaba en la posibilidad de parar en la capital, dar una vuelta y comer, aunque eso podría suponer una gran pérdida de tiempo entre entrar, aparcar y salir.

En la orilla de la carretera vi un joven de melena rubia haciendo auto-stop. Frené y me detuve en el arcén, a unos 100 metros. Echó a correr hacia el coche con la mochila y, cuando llegó, comprobé que era una mujer y no tan joven. Iba a Villafranca de Ebro, un poco después de Alfajarín. Se presentó como Pili y me contó que era madre soltera y venía haciendo auto-stop desde Galicia, donde tenía una hija ya mayor. Entre el tiempo que llevaba al sol en el borde de la carretera y la carrera que había echado para llegar al coche el olor a sudor era tirando a fuerte, pero como mi coche no tiene aire acondicionado iba muy bien con la ventanilla bajada. Hablaba mucho y no tardó en mencionar que iba sin dinero y que tenía sed, así que paré en un sitio de carretera (Hotel La Imperial, N-232 Km. 276, en Luceni -Zaragoza-, una caña y una cerveza sin alcohol 2 euros). Para entonces, antes de que me preguntara si yo era hippie por la pluma de buitre que llevo en el coche, ya había visto que las cosas no le habían ido bien: piel tostada de las cunetas y mandíbulas desdentadas. Sin que yo preguntase me dijo que había perdido los dientes en un accidente de camión, del que no quedaban cicatrices visibles, y yo ya sabía que el accidente había sido de muchos años con la heroína. Sin llegar a sentir temor yo estaba alerta y un poco tenso. En la conversación mencioné que me gusta ir al monte, pero que me pesa el culo cuesta arriba. Su respuesta me dejó perplejo, porque no tengo el oído acostumbrado a los piropos: -" Para la altura que tienes no estás mal. Si acaso, un poco de estómago.", y me viene a la cabeza el dicho de aquel personaje que, cuando le servían carne decía que o la carne estaba mala o él estaba malo.

Continuamos viaje y le pregunté por su falta de liquidez. Rápidamente me arrepentí, porque la respuesta fue que se "buscaba la vida" en la carretera, que los camioneros pasan muchos días solos y que siendo hombres y ella mujer? no veía mayor inconveniente en pagar por el viaje con su cuerpo. Pero -añadió enseguida-, nunca lo hacía sin preservativo, vete a saber con quién podrían haber estado antes. Y, para que no me sintiera excluido pese a no conducir un camión, me dijo que llevaba un par. No me mostré interesado en la oferta y seguían cayendo los kilómetros, y yo tenía ganas de terminar el trayecto cuanto antes. Me dijo que al llegar a casa se encontraría el frigorífico vacío y que no tenía para un bocadillo. En otro momento, buscando temas de conversación neutros, se me ocurrió decirle que estaba muy morena, si era de hacer auto-stop, y me contestó que también estaba morena bajo la ropa. No manifesté haber entendido la indirecta y ya no se me ocurrió preguntar ni decir nada más, sólo seguir su conversación con prudencia. Conocía bien la carretera e iba señalando los cruces ("Esta salida es muy mala, hay muchos accidentes") o las localidades. Por fin llegamos a Villafranca de Ebro, la dejé a la entrada frente al restaurante de carretera y le di cuatro euros para el bocadillo, pensando que el lance había terminado sin consecuencias y que ya no debe quedar mucha gente normal en las cunetas. No tengo tan lejano el recuerdo de hace veinte años, cuando yo pasaba algunas horas con el dedo extendido para viajar, pero los tiempos han debido cambiar mucho desde entonces.

Cruzó la carretera para dirigirse al HOTEL RESIDENCIA PEPA que tenía multitud de camiones aparcados alrededor: indicio de buena comida y quizás posibilidad de que encontrase algún cliente. Yo tomé la dirección opuesta: como vi un cartel que anunciaba una plaza barroca en el pueblo, me metí hacia el centro. El sol de la una caía fuerte, pero no me preocupaba porque iba a ser cosa de poco rato. La Plaza de España tiene una iglesia barroca de ladrillo, con algunas grietas que surcan sus muros de arriba abajo, y el contador de la luz empotrado en un lateral. Hay también algunas casas de ladrillo que podrían ser de la época o de un siglo más tarde, y en diez minutos me sobró tiempo para fotografiar aquello. Una placa de mármol recordaba "A JAYME MONEVA Y DE ORO ARQVITECTO MVUERTO DIA DE LA EPIFANIA DEL SEÑOR AÑO DE MDCCCCXXXIII DE ACCIDENTE SVFRIDO EN LA RESTAVRACION DE ESTE PALACIO DEDICAN ESTE RECVUERDO LOS ARQVITECTOS DE ZARAGOZA ROGAD A DIOS POR EL".

Pensé en comer en Pina de Ebro, que anuncia además un convento franciscano. Cuando llegué me sentí defraudado: el pueblo desierto, la plaza con un vallado de barrotes verticales para fiestas y unos extraños juguetes taurinos: una escalera doble, una jaula con ruedas y neumáticos de tractor pintados de rojo. Eso ya me dio una cierta impresión, seguramente equivocada, acerca de la calidad humana de sus habitantes.
En el primer restaurante de la plaza el comedor estaba apagado y las sillas sobre las mesas. Me dijeron que las fiestas habían terminado el sábado y quizás me darían de comer en el otro o en las piscinas. Fui al otro y, si esperaba un rato me podrían ofrecer ensalada, macarrones y algo a la plancha por 9 euros. Dije que volvería, pero pronto cambié de idea y seguí el viaje: caí en la cuenta de que un sitio de carretera tendría un menú más amplio y una cocina con más movimiento. El convento del S. XVI estaba en obras y tenían toda la pinta de esas rehabilitaciones salvajes tan destructivas que tanto se estilan ahora.

Puedes encontrar algo más de Pina en
http://www.redaragon.com/turismo/pueblos/pueblo.asp?accion=pagina&Poblacion_ID=761

Paré a comer poco antes de Quinto de Ebro, en Restaurante Quinto, ctra. Castellón km. 41, que tiene sombra para aparcar y una gasolinera al lado. Sus servilletas de papel anuncian "CATERING Y PAELLAS GIGANTES RQ - QUINTO, tel. 978 880 753 ANDORRA (Teruel) - 976 177 218 QUINTO DE EBRO (Zaragoza)". Por 12 + IVA (12'84 euros) comí:
- Ensalada ilustrada (con los ingredientes habituales y además jamón, atún y huevo)
- Bistec de ternera al roquefort, acompañado de patatas fritas y berenjena.
- Natillas caseras
- Café
El vino era "Marqués de Maella", de Goya Vinos y Viñedos (Cariñena), elaborado con uva garnacha y mazuela, con etiqueta y dos contraetiquetas? mucha literatura y poco caldo. Justamente conseguí beber la parte del cuello de la botella, pero terminé el medio litro de gaseosa. Además, trajeron la botella abierta y el corcho tenía color rojo oscuro por los dos lados, así que supuse que tanto corcho como botella habían hecho varios viajes entre el comedor y la cocina. Aquel sería el último, porque quité cuidadosamente las etiquetas y las pegué en mi libreta.

Hice la siguiente parada en Gelsa porque un cartel anunciaba en su proximidad la existencia de un yacimiento romano, y en el pueblo un barrio morisco. En la pared de la iglesia, en lugar del habitual José Antonio y muertos locales del bando franquista, hay una placa: "GELSA. EN RECUERDO A TODOS SUS HIJOS QUE MURIERON POR SUS IDEALES." En la misma plaza está el Casino del Buen Suceso, cuyo nombre tiene que ver con una ermita situada a las afueras. Adentrándome en la dirección de la flecha pasé por la "calle de las ocho esquinas"; quizás quede el trazado en el barrio morisco, pero desde luego las casas no tenían nada de antiguas (aunque sí eran viejas).

Si hubiera mirado el mapa me habría metido en el cruce hacia Velilla de Ebro, pero seguí recto en busca de las ruinas romanas. Finalmente aparecí en un cruce de la N-II, Zaragoza a la izquierda y Barcelona a la derecha. Y, a mi espalda, un gran cartel: "17 Km. Colonia romana Celsa S. I a.C. - S. I d.C. Velilla de Ebro". Salí para la derecha hasta llegar a Bujaraloz y de ahí me desvié hacia Caspe, que me había quedado con ganas de ver anteriormente. Satisfice mi deseo y no considero necesario volver allí: el pueblo me resultó feo, el castillo se ha mantenido en pie hasta ayer mismo, pero paredes y techos están cediendo. La colegiata gótica está cerrada y, si me pilla alguna vez de paso, puedo intentar verla por dentro.

Puedes ver algo en http://www.redaragon.com/turismo/pueblos/comarca.asp?Comarca_ID=4
El enlace http://telesc.en.eresmas.com/Caspemequinenza.htm presenta más atractivos de la zona, incluyendo un poblado celtibérico que ya no tuve tiempo de visitar.

Luego seguí por Escatrón, Sástago, La Zaida, Gelsa y Velilla de Ebro. Los restos romanos han aparecido al excavar en una zona de corrales y pajares, y al museo se accede a través de una pista polvorienta, sorteando naves ganaderas. Llegué a mi destino original a las siete y veinte de la tarde. Ya no había tiempo de ver el pueblo, y como pienso volver por allí esta vez no me extiendo más. Buscando en la red algo acerca de los misteriosos peces (¿existirán en realidad o fue una tomadura de pelo?) me he encontrado con que "una de las 30 monedas por las que Judas vendio al Maestro esta fundida en la campana de la catedral de Velilla del Ebro."

Información sobre el Bajo Aragón:
http://elmundoviajes.elmundo.es/elmundoviajes/noticia2.html?seccion=espana&zona=localidad&valor=56347&nombre=963160049

Poco antes del ocaso salí del poblado romano. Pasé nuevamente por Pina de Ebro, prefiriendo rodear Zaragoza por la N-II antes que entrar en las afueras por la N-232 para luego buscar la circunvalación. Para cuando me acercaba a la capital ya era noche cerrada, y llegaba a casa pasadas las once.

Y anoto para un futuro próximo que en el término de Sástago está el Monasterio de Rueda, que se merece repetir la visita y que en Azaila hay unos restos prerromanos que no conozco.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

eres un inutil, mas vale que te quedes en tu casa los domingos

15 de diciembre de 2008, 17:59  

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