DOMINGUERO

Viajes de fin de semana con origen en Pamplona

14.9.04

37/2004 Orhi y Cabárceno

Este ha sido un fin de semana mucho más tranquilo, sólo han sido 784 km.

El viernes tenía salida con el grupo de botánica. Más información sobre botánica y otras secciones en www.gorosti.org. Iba a subir con tiempo, pero el coche no arrancó porque, desde la última visita al taller, cuando el motor está caliente arranca mal o muy mal, y a veces simplemente no arranca hasta que pasa un rato y se enfría. Con frío arranca perfectamente, y es un fallo menos frecuente que a la inversa. Como ya le toca un nuevo cambio de aceite aprovecharé la visita al taller para ver si por fin me lo solucionan.

Como la coordinadora de botánica vive en el barrio la esperé en la puerta de su garaje y subí con ella al lugar de reunión. Nos dimos una vuelta por una pista que, partiendo de Arraiotz, se dirige hacia el norte. No había demasiada variedad de plantas pero al menos escapamos del calor de Pamplona.

El sábado salí con Luis a la hora acostumbrada. Antes de las nueve y cuarto ya habíamos almorzado en Hostal Latorre de Liédena (él y yo, café, manzanilla y mini-bocadillo de tortilla fina, 4'30 euros; el tercero se metió 62 litros de extra-diesel sin pestañear) y estábamos mirando las ruinas del balneario desde la carretera. Predominaban los pescadores sobre los bañistas.

Seguimos adelante y nos desviamos hacia el valle de Roncal. En Isaba había muchos coches aparcados y una pancarta colgaba de lado a lado de la calle, tal vez coincidiendo con la meta de un evento cicloturista internacional. En http://isaba.binart.net/modules/articles/article.php?id=31 y en http://www.euskalnet.net/jsanchezb/larralarrau.htm hay detalles sobre la marcha Larra-Larrau 2004, que figura para el día 4 pero que se celebró el 11. Son 143 km. de carretera y 3600 metros de desnivel, que para mí son imposibles sin la ayuda de combustibles fósiles. El aparcamiento del alto de Larrau (a 1573 metros) estaba bastante concurrido pero quedaba sitio de sobra para nosotros. Nos pusimos las botas y, pese a la niebla, tomamos el sendero que lleva a la cumbre del Orhi (2018 metros) hacia las once y cuarto. Soplaba viento sur pero, aunque daba en la espalda no suponía una ayuda apreciable con la cuesta arriba. Hacia los 200 m. de desnivel me empezaron a flojear las piernas y paramos para comer alguna barrita de cereales. Lo achaqué a la lejanía del frugal almuerzo, unido a la pendiente que, sin ser demasiado pronunciada, es bastante seria. El viento seguía subiendo la niebla y llegamos a la cumbre antes de las 12:40, sin haber podido distraernos con el paisaje. Permanecimos unos minutos sentados en la cumbre, al abrigo del viento, esperando a que levantase la niebla. El camino está tan marcado que es más bien un surco profundo y no había peligro de pérdida. Hacia la mitad del descenso desapareció la niebla, y tampoco se veía niebla por arriba, pero no era cuestión de volver a subir para hacer las fotos. Ya volveremos otro día?

Encontramos el aparcamiento más lleno y gente animando a los ciclistas que subían el puerto de Larrau por el lado francés, que tiene unos 1200 metros de desnivel. Bajamos el lado español a paso de ciclista (llevábamos a dos delante, pero habría tenido que forzar la marcha y arriesgar en las curvas para poder adelantarles a más de 60 km./h.). Al llegar al llano iban hacia Isaba y nosotros tomamos hacia Ochagavía y paramos dos pueblos más adelante, en Oronz. Había telefoneado al Hostal Salazar cuando terminábamos de bajar del monte y teníamos la certeza de que había una mesa para dos esperándonos.

Tomamos por 17 + IVA (total 36'38) el menú de fin de semana. Elegimos entre las opciones
- Arroz con almejas / Ensalada mixta (había también ensalada templada con codornices, que la preparan muy buena, pero no me apetecía pelearme con los huesos de los pájaros)
- Cordero al chilindrón / Chuleta de ternera, abundante, poco hecha, tierna. No pude acabarla, y eso que pedí un primero ligero.
- Cuajada / Puding de manzana
- Tinto y gaseosa, dos cafés solos.
Luego bajamos hasta el final del valle y, en vez de salir por el puerto de Iso, tomamos hacia Bigüezal y paramos en Castillonuevo, un pueblo que yo no conocía. Me sorprendió ver varias casas del siglo XVII, cuando no es muy habitual que queden las del XVIII. El pueblo es pequeño, tiene fuertes pendientes y un frontón pequeño con cubierta metálica que aporta al conjunto la principal dosis de fealdad. Con una pequeña ayuda pusimos el coche cuesta abajo para arrancar y seguimos viaje.

Terminamos la jornada en las aguas templadas de Yesa, el baño no llegó a las dos horas. Mi paz espiritual se vio perturbada con la llegada de un grupo familiar un poco extraño: papá y mamá eran jóvenes, más o menos de mi edad. Había un niño pequeño, de entre 5 y 8 años, con un acusado retraso en el lenguaje. Había también una joven con un bikini muy pequeño y un gran tatuaje de diseño "tribal" a la altura de los riñones, y no era la tía sino la hermana del pequeño. El quinto personaje es el que me desató las alarmas: otro adolescente, no parecía haber llegado a los 18, con un poco de pelo en la parte de arriba de su cabeza rapada, una palabra en letra gótica que no pude leer tatuada sobre los omoplatos, un teléfono móvil de última generación colgando del cuello y que dejaba oir permanentemente algo del estilo de la música "bakalao". Mejor iría con un cencerro. Y, lo peor, en la pantorrilla derecha, visible desde atrás, una cruz gamada de no menos de 10 centímetros de lado. Espero que le llegue pronto el día de quitarse el tatuaje con las uñas. Mis convicciones democráticas flaquearon con esa imagen.

El domingo salí con mis padres, que tenían interés en visitar a unos amigos en Castro Urdiales. Como teníamos todo el día por delante, a la ida tomamos en Bilbao la salida oeste, para ver el exterior del Guggenheim. Se baja una calle que desemboca en la plaza del Sagrado Corazón. En ese momento llegaban varias furgonetas de antidisturbios de la Ertzaina y, como no teníamos ninguna necesidad de sobresaltos, cuando el semáforo se puso verde di la vuelta completa a la plaza y retomé la autovía en el mismo punto donde la había dejado menos de cinco minutos antes. Dejábamos atrás el cruce de Castro Urdiales hacia las once menos cuarto, y seguimos hasta divisar Santander. En vez de entrar a la capital nos desviamos hacia Cabárceno, para ver el parque de la naturaleza. Me escocieron bastante los 12 euros que cobran por entrar (¡y encima no hacen descuento a los jubilados!), y vimos algunos animales cuidando siempre de aparcar en pendiente. Los tigres sesteaban tumbados en la hierba y olían mal. Los lobos estaban muy lejos y se veían minúsculos. Los bisontes se servían hierba de los comederos como si fueran vacas estabuladas. Coincidimos con un par de elefantes más cerca, pero se empeñaban en ofrecer su lado menos favorable, el trasero.

Abandonamos el parque y por la carretera en dirección Bilbao nos detuvimos en Entrambasaguas, en una zona alta con desnivel que tiene un restaurante a cada lado de la carretera. Dejé el coche en pendiente y echamos un vistazo al menú de EL BOSQUE - BAR HOSPEDAJE. Mientras leíamos en el exterior 1º Ensaladilla rusa - Patatas marineras - Macarrones con tomate - Tomate con atún y 2º Pimientos rellenos - Morros de ternera - Albóndigas - Costilla asada - Lomo adobado, y postres variados, pan, vino 8 euros nos vinieron unos olores de la cocina que no quisimos ver más. Era un poco temprano y fuimos los primeros en entrar a la zona de comedor, separada del ruidoso bar (se notaba la afición a la fórmula 1 en el grupo que seguía la carrera por televisión). Nos dejaron la fuente de patatas marineras, y repetí. También probé los morros de ternera (no estoy acostumbrado a ese tipo de platos, pero no me disgustaron) y quedé muy satisfecho de mis tres pimientos rellenos de carne, con salsa espesa y sabor también casero. El queso fresco también debía ser casero y estaba bueno, pero dejé la mitad por aquello de no aumentar el peso. Al vino le favorecía la gaseosa. El café estaba muy bueno y añadía poco más de un euro al precio del menú. Es un sitio sin pretensiones pero con muy buenos sabores caseros, como para repetir.

En Castro Urdiales sólo contábamos con la dirección, sin pistas y sin navegador GPS. Anduvimos un poco con el coche y, tras la primera consulta atinada (la mayoría de la gente que había por la calle era de fuera) llegamos cerca de la casa, puse un par de euros en el parquímetro (la recaudación de la zona azul no se toma ningún día de respiro, reclama pago de lunes a domingos incluyendo festivos) y buscamos el número. Antes de las cuatro estábamos sentados en el salón y ahí estuvimos hasta poco después de las cinco. El pueblo merece una visita tranquila porque el perfil de la iglesia me llamó la atención de lejos. También tiene un faro sobre lo que fue un castillo, y algunos edificios entre el XIX y el XX de estética cuidada. Queda también una mansión y una construcción con forma de castillo levantados con los capitales de la minería.

Hacia las cinco y media emprendíamos el regreso, que alargué subiendo un poco al monte para hacer unas fotos de Pamplona al atardecer. El sol se puso hacia las 20:12 y cuando dentro de mes y pico cambie la hora oficial quedaremos sumidos en las tinieblas.